Nunca Me Olvides

Capítulo nueve: Confesiones

Algunas veces cuando se sentía angustiada, o que no podía controlar las situaciones que en su vida transcurrían. Aldana, abrazaba su almohada. Como si al sentir el contacto podría depositar todos sus penares, inquietudes, armando su propia esfera de seguridad, siempre surgía efecto y se dormía, esta vez, gano la discrepancia. Sin conciliar el sueño, daba vueltas y vueltas. Se sentía un despojo humano. Acostada miraba por la ventana el cielo negro, sin una estrella. Las luces de la calle alumbraban un poco la habitación. Ella, permanecía inmóvil y su contemplación asentada, sin revolver heridas, sin emitir sonido. La espesa lluvia rompía el silencio sobre las chapas del techo, por lo menos se sentía acompañada, ese era su humilde consuelo. Solo pensaba en el inmenso cielo, en como su tristeza se conectaba con la lluvia. Pero, se rindió ante el sentimiento de conexión, ya no tenía más lagrimas a las cual derramar, no tenía ninguna unión con las gotas de agua. Se había quedado vacía. Sin dolor, sin amor, como si la preocupación por el hueco en su alma se propagara por todo su ser. Como si su corazón fuera un frasco sin entusiasmo. Se sentía extraño no sentir nada. Siempre poseía sentimientos de dolor, tristeza, amargura, culpa, entre otros. Al mirar el cielo, no sentía absolutamente nada. ¿Se había curado de su dolor? O ¿pasaba por la etapa de resignación? ¿Podría ser una fase pasajera? No le disgustaba no ostentar dolor, ni efemérides. La calma en su alma, le dio placer y aliento. El consuelo de dejar ir, podía suceder, de verdad. Sin retenerlo y dejarlo fluir... Cerró por unos instantes sus ojos y escucho con sosiego la lluvia. Dormitándose, vio el rostro de Leonel llorando la última vez que estuvo junto a él. Y angustiada abrió de par en par sus ojos. Solo por instantes podía superarlo. Unos pequeños golpecitos la sacaron del espantoso trance, se desbarato la expectativa de que por la mañana considerara de una vez por todas, sentirse bien consigo misma. Y de que el dolor se desvanezca.

-Adelante- dijo en tono audible-

Se incorporó de mala manera. Su cuerpo exhausto y la columna le dolían, se sentó en la cama acomodando las sabanas. De la mesita de noche tomo un broche, se realizó un rodete bien alto y espero, ya predecía quien entraría por la puerta.

-¿Dormís?- preguntó cortésmente Ángel-

-¿Me ves dormida?- le respondió sin siquiera mirarlo-

El realizo un largo gemido, descifraba que no le sería fácil remediar el daño hecho en su prima.

-¿Puedo pasar?- indagó, un poco intranquilo-

-Sí- ella, le indico que entre a la alcoba y el obedeció-

Aldana, ya sabía que se sentiría cerca de ella en el suelo, costumbre perpetrada de pequeños. Ángel, procesó el mandato, y tomo asiento colocándose en pose de semi loto. Ella, sonrió con disimulo, muy predecible a sus movimientos cuando se sentía angustiado, lo conocía muy bien -Como llueve- comentó nervioso-

-¿Venís a esta hora de la noche a comentar que llueve?-luego de una pausa- lo note... O será que soy tan ingenua que no me doy cuenta, como que- pensó un santiamén y exteriorizó- me creo mis propios mundos y no noto que llueve- en tono sarcástico le espetó- también, realizo estos actos en ciertas personas, -ella, acomodó su cabeza en la almohada, al mirar el rostro lastimoso de Ángel, trató de limar asperezas- o ¿seguís teniendo miedo a las tormentas? Y queres pedirme permiso para poner el colchón donde estás sentado.

Él, soltó una leve risita. Aldana, echo una mirada de perfil y reparó que respiro, como si su cuerpo se aliviara.

- Pensé que no respirarías nunca- bromeo y Ángel se relajo por completo-

- Y yo pensé que me constaría más que me perdones por las tonteras que grité anteriormente. Viniste aquí a distenderte y yo actué como un estúpido. En realidad, vine a que hagamos una tregua.

No le gustaba estar disgustada con su primo y menos cuanto él adquiría razón en cada dicción formulada. Pero, tampoco quería dejarle el camino fácil aceptando precipitadamente que Ángel estaba en lo correcto. Solamente por la testarudez que Aldana poseía en su carácter. Ella, optó por el silencio y él continúo su discurso.

-Supere la etapa del temor a las tormentas y de verdad necesito esa tregua- ella se inquieto- Voy al punto, me atreví a venir porque no podía conciliar el sueño. No estuvo bien lo que te dije, menos gritarte. No es lindo lo que te paso en tu relación y cada uno lleva el dolor como puede. Te soy sincero no lo entiendo, será porque no lo estoy viviendo. Pero, yo dejaría el pasado atrás y continuaría mi vida. Te hablo desde mi postura. Además, no quiero que sufras. No lo tomes a mal, es visible tu desmejoramiento físico, el insomnio lo marcan las bolsas debajo de tus ojos y tu rostro pálido, no quiero ofenderte ante mi sinceridad. Y... la tristeza enferma Aldi, lo vi en mi mamá como se enfermaba poco a poco de tristeza cuando papá nos abandonó. No quiero que te suceda lo mismo.

Aldana, cuando finalizo estaba asombrada. Primero, por el sentimiento de su primo tan verdadero y sinceró. Segundo, porque sabía que él quería lo mejor para ella. Tenía tanta razón, debía continuar, olvidar el pasado. Tercero, entendía a la perfección esa frase "Y la tristeza enferma, lo vi en mi mamá como se enfermaba de tristeza cuando papá nos abandonó" Ninguno de los dos, jamás había tocado el tema paterno. Ella, creía sé que había vuelto una tradición, o mejor dicho, una maldición para las mujeres de la familia. Los hombres las abandonaban. En su tía, nunca supo el por qué y su padre abandono a su madre al morir. Distintos motivos, mismo simbolismo. Ángel, varado en sus pensamientos, por el gesto en su rostro, en la misma frase que Aldana deducía en su mente.

-No me enfermare, te lo prometo. Es solo una fase, es un proceso de duelo pasajero y sé que estoy espantosa- acotó en broma-

-No me refería a eso, cuando hable de lo físico, no escuchaste nada de lo importante del punto por el cual te grité- le arrojo un almohadón que estaba situado junto a él, ella lo agarró y se lo arrojo nuevamente-




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