Nunca mientas.
Las mentiras son malas, eso dicen.
Mentir no está bien..., ¿o lo está?
Oh, pobres e inocentes madres. Exhaustas se desviven en la perpetua tarea de enseñarles a sus hijos a seguir el camino correcto. Quizá, solo quizá, debieron haberse esforzado un poquito más. Tal vez deberían haberles enseñado algo más importante que la moralidad en blanco y negro a sus encantadores retoños. Algo como... no mentir jamás es vago, superficial e ineficiente. Porque lo que no saben —lo que nadie dice— es que no es la vergüenza o el remordimiento lo que te aqueja luego de mentir.
No, dulzura, es todavía peor que eso.
Existe un demonio. Un ser al acecho, siempre observando, siempre esperando. Su misión es sencilla: asegurarse de que los mentirosos... nunca mientan otra vez. ¿Te enseñaron eso? No lo creo. Pero lo descubrirás, cuando te encuentres cara a cara con él.
Si ves sus ojos rojos como el carmín sabrás que no hay vuelta atrás, el arrepentimiento de nada servirá.