Un rumor corre como el agua por las canales en días de tormenta. Se dice que existen noches en las que la oscuridad respira, donde lo oculto y siniestro despierta en busca de almas exquisitas que descaradas caminan por el sendero de la mentira.
Aquella noche de octubre, el viento susurraba antiguos secretos a través de las ventanas del apartamento 666 de la calle 6, como si la misma oscuridad quisiera abrirse camino. Denzel, con sus dedos firmes pero un corazón incierto, ajustó el cuello de su camisa frente al espejo de marco negro.
Echó una ojeada a su reflejo.
A los ojos del mundo, lo tenía todo: una prometida hermosa, un trabajo impecable, una vida perfecta y una cuenta bancaria con suficientes ceros a la derecha. Ignoraba su pulcra fachada había sido retirada por un par de ojos carmines más antiguos que los de cualquier humano viviente, esa noche, las sombras que alimentó desde temprano con sus mentiras rectarían hacia él para cobrarse el precio.
En la mañana, estando al teléfono, su prometida le preguntó qué haría esa noche, ingenua tenía el deseo de disfrazarse como vaqueros, quizá de alguna película emblemática.
—Tengo una reunión de trabajo. —Su lengua no se entumeció al mentir, pronunció las falacias con la misma calma que lo acompañó todos los días.
Las palabras fluyeron sin ningún peso en su lengua, pero en el fondo de su habitación, una sombra se agitó. La llamada terminó y el silencio que se hizo en el aire fue inquietante, pesado. Un escalofrío recorrió su espalda, pero lo atribuyó al viento frío que silbaba afuera.
No le dio más vueltas, nunca fue un sujeto supersticioso.
Cerró la puerta de su apartamento y bajó las escaleras con paso firme, pero en algún lugar, entre la última pisada y el crujir de una hoja seca bajo su suela sintió como si alguien lo estuviera observando. Echó un vistazo por encima del hombro, las escaleras se hallaban vacías, solo la penumbra del pasillo se extendía.
La bombilla se había dañado y nadie la reparó, qué molestia.
No perdió más tiempo, condujo por las calles de la ciudad. Personas de todas las edades estaban disfrazadas, era la noche en que todos los locos de la ciudad podían andar con orejas de conejo por ahí sin ser juzgados. Le parecía una fiesta insufrible, para qué fingir ser un monstruo, de nada servía.
Se detuvo en un semáforo, su mirada se encontró con la de un joven disfrazado al otro lado de la calle. La piel parecía habérsele momificado, sus ojos rojos por completo y su piel pálida, seguro tenía un buen maquillista, se veía muy real. Sin embargo, la sonrisa ladeada y siniestra que le mostró aceleró su inquietud.
El semáforo cambió y él continuó. El parabrisas se empañó de repente y las luces de los faros se difuminaba como fantasmas en la niebla. El ambiente era distinto, como si la oscuridad tuviera una presencia propia, como si la noche hubiera crecido, haciéndose más densa, más viva.
Ah, qué idiotez. Eso se dijo, pero el escalofrío en sus brazos no desapareció.
Al final del trayecto, Denzel apagó el coche y salió a la acera.
El hombre al que se dirigía lo esperaba en un café discreto, uno que ambos conocían bien. Mientras caminó hacia el lugar, un extraño peso comenzó a asentarse en su pecho, un presentimiento agudo de que no estaba bien. Al cruzar la calle, notó la figura al otro lado de la acera, inmóvil bajo la luz titilante de un farol.
Estaba demasiado lejos para distinguir detalles, pero esa sensación de ser observado le recorrió la piel, como una sombra tangible que se adhería a sus pasos. Fue tonto, pero le recordó a aquel joven de hacía un rato.
Entró rápidamente al café, todavía sentía los ojos del desconocido lo perseguían.
—¿Estás bien? —preguntó el hombre al que Denzel había ido a ver, un ligero toque de preocupación en su voz.
—Sí, solo... está siendo una noche extraña, deben ser bobadas mías, no me prestes atención —respondió Denzel con una sonrisa tensa, intentó intentando sacudir la sensación de incomodidad de su ser.
La charla se desvió hacia lo habitual, entre miradas furtivas y una atracción prohibida, pero en medio de la conversación, algo extraño ocurrió. Las luces del café titilaron una, dos, tres veces, y luego el silencio se volvió aún más profundo, como si hubiese perdido la audición. Nadie en el lugar pareció notarlo, excepto Denzel, cuyo corazón se aceleró descontrolado. Podía sentir un frío extraño, una presencia indescriptible, como una sombra oscura que se cernía sobre de él.
—Es solo una falla en la corriente —dijo su acompañante, intentó tranquilizarlo. Denzel sabía no era eso. Algo estaba mal, no podía retirar la sensación inquietante de su ser.
De sopetón un sonido gutural rompió la quietud. Era leve, casi como un susurro, pero lo suficientemente claro como para erizarle los vellos de la nuca. El sonido provino de la esquina más oscura del café, una sombra que nadie pareció notar.
No pudo apartar la mirada de ese rincón, el susurro se hizo más fuerte, como si la oscuridad misma estuviera llamándolo. Y luego lo oyó, claro y crudo, una voz distorsionada, fría y burlona, que lejos estaba de ser humana:
—Hoy no podrás ocultar tu mentira...
Denzel se congeló, su corazón martilleó en su pecho igual que un taladro de percusión. Miró a su alrededor, nadie más pareció escucharlo. Cada uno estaba en lo suyo; comiendo, charlando y bebiendo; ignorando lo que acababa de suceder.