Denzel tambaleó al salir del coche. No supo cómo había llegado hasta allí, sus pensamientos enredados y caóticos. El aire a su alrededor denso, pegajoso, como si algo invisible lo abrazara con la intención de asfixiarlo. Echó un vistazo lento a la puerta de su apartamento. Estaba a solo un paso, un espacio familiar, pero desde fuera lo sintió más como una prisión que un refugio.
Se movió con una torpeza impropia, los latidos de su corazón resonaban como un tambor dentro de sus oídos. Cada paso hacía que el piso bajo sus pies crujiese de forma antinatural, como si el edificio mismo respirase a su alrededor. Se detuvo un segundo frente a la puerta, su mano acalambrada y torpe mientras buscaba las llaves.
Algo estaba mal. Algo muy mal. Podía sentirlo, sus memorias difusas desde la cafetería, la sensación de ser observado se multiplicaba, diferenciar lo real de lo irreal fue complejo. Su mundo se envolvió en una niebla ilusoria sin que él lo notara.
En medio de un suspiro nervioso abrió la puerta. El apartamento estaba oscuro, aunque recordaba haber dejado la lámpara de la sala encendida. Intentó encender la lámpara del pasillo, pero la bombilla titiló y luego se apagó. La luz de la calle fue un reflejo enfermo que se coló por las persianas, aun así, proyectaba sombras largas que se extendían deformes por las paredes y el suelo, igual que tentáculos afilados.
—Esto es solo tu mente jugando trucos tontos, ha sido una mala noche, es todo —se dijo en voz baja, incluso esas palabras vacías, desprovistas de toda convicción.
Una vez la puerta se cerró un susurro se manifestó. Débil, tan bajo que no pudo distinguir las palabras, pero el airecillo sardónico y burlón en el viento eso que se le erizaran los pelos. Se quedó inmóvil y contuvo el aliento.
El sonido nacía de su propia sala de estar.
Su corazón se aceleró de nuevo. «No es real, ha sido un mal día, todo está en mi cabeza», se repitió, pero sabía que algo había cambiado en su entorno. El apartamento, que antes su refugio privado, lo sentía ajeno, como si no fuese su casa.
Tragó saliva y dio un paso hacia la sala.
El reloj en la pared se detuvo de golpe, las manecillas congeladas marcaron las seis con seis. El ambiente entero se impregnó de una sensación extraña, como si el tiempo mismo se deslizara fuera de su curso natural. Se desplazó hacia el sofá, sus pasos resonaron como ecos vacíos en la habitación, igual que un gato sigiloso sintió no debía de hacer el menor ruido.
Se odió a sí mismo por tragar saliva, sonó muy fuerte. El sudor corrió por sus patillas y la camisa se le pegó en la espalda, las tripas se tensaron y sus hombros se encogieron, como si esperase no ser visto. Dio un paso más y lo vio: un leve movimiento en el espejo colgado junto a la entrada.
Estaba seguro no fue su reflejo, era muy oscuro.
Se acercó al vidrio reflector con el sudor frío de su frente que descendía por sus cejas. Sus ojos se enfocaron en su propio reflejo, pero detrás de él... la sombra de una figura difusa, alargada, con una sonrisa retorcida, apenas visible en la penumbra lo paralizó de pies a cabeza. Quiso moverse, pero una fuerza mística e invisible lo retuvo en el sitio. La figura se movió un poco más, inclinándose hacia él, el chasquido de su lengua resonó igual la de un perro salivando, los ojos tan rojos se alargaron en una sonrisa macabra y escalofriante.
Los recuerdos encapsulados brotaron como el agua de una tubería rota, ese ser, el carro, lo había estado siguiendo, cómo pudo olvidarlo, ese monstruo… qué le había hecho.
Presa de su asombro agarró una decoración de porcelana y se viró a toda velocidad, la arrojó contra la sombra, los trozos volaron en todas direcciones. Pronto hubo un silencio sepulcral, apenas interrumpido por su respiración pesada.
No había nada más que los trozos de la decoración esparcidos por el piso.
—Oh, eso que huelo es enojo mezclado con miedo. —El aire se volvió espeso de repente—. Qué ambivalentes son los seres humanos, asustarse y enojarse, son los únicos seres capaces de cambiar sus emociones tan rápido.
—¡Ya basta! —El grito de Denzel rezumbó en el entorno—. Por favor, seas quien seas, déjame, déjame ya, ¡no merezco esto!
No recibió respuesta verbal, sin embargo…
En un chirrido rastrero las luces parpadearon y las manecillas del reloj comenzaron a girar frenéticas, el tiempo se había descontrolado. Entonces lo escuchó, pasos, pasos muy lentos y deliberados, pero no eran los suyos
La inminente sensación de horror lo cobijó, necesitaba correr, deseó hacerlo, pero sus estaban clavados al suelo.
—¡Déjame en paz! ¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Dinero? Dime, ¡cuánto quieres por dejarme en paz! —El tenor de su voz fue tan brusco que le dolió la garganta.
Muy a su pesar no hubo respuesta alguna; en su lugar, las sombras de las paredes se alargaron, formas de serpientes que siseaban e insectos que viajaban por la superficie lo dejaron petrificado, de improvisto, gusanos negros con rayas rojas cayeron del techo; uno, dos, cincuenta; hasta que su piso estuvo cundido. Ratas y ratones salieron de entre las sombras, sus chillidos avivaban el terror, de repente, los gusanos se unieron y ante su compungido ser, se moldearon hasta tener forma.
Rostros se formaban en las superficies, grotescos y distorsionados, observándolo con sonrisas que vibraban con una maldad oculta.
—¡Mentiroso!
—¡Mentiroso!
—¡Eres un pecador!
—¡Mentiroso!
Las voces crudas, grotescas y distorsionadas vibraban en maldad. Se cubrió los oídos, pero luego sintió un par de colmillos mordiendo su hombro. Volvió para encontrar una serpiente de tres ojos aferrada a él. Desesperado la tomó con su mano y la arrojó contra la pared, fue el detonante.
Las serpientes de las sombras salieron para atacar. Lo mordieron por todas partes, gritó y clamó por ayuda, nadie lo escuchó. En su afán por huir, tropezó y cayó de espalda entre los gusanos. Manos huesudas lo atraparon, cubrieron su boca y rasgaron su piel.