Nunca Mientas

Capítulo 4. Destilación de desesperación.

La ausencia de sonido en el apartamento resultó más alarmante que cualquier ruido. Denzel se había acurrucado en el sofá, abrazó sus rodillas, tratando de convencerse de que todo era un mal sueño, una vil alucinación, cada vez que parpadeaba, las sombras en la habitación parecían moverse ligeramente, como si estuvieran vivas, observándolo.

Su corazón latía tan rápido que acabó por ser doloroso, los latidos retumbaban en sus oídos, mezclándose con los extraños ecos que se creaban en los rincones. Encendía y apagaba la linterna de su celular a punto de descargarse, pero… no podía hacer más.

Llamó a su hermano y le dijo lo ocurrido, fue un tonto, se burló de él y le dijo que lo llamase cuando estuviese sobrio, luego le colgó. Se dio cuenta entonces cuan descabellado sonaba todo lo que había dicho, como su hermano, nadie más iba a creerle, si repetía la historia, de seguro lo tildarían de loco, peor aún, lo meterían a un manicomio.

Se tensó en el segundo que las cortinas se agitaron con un aire que no existía. Denzel tragó saliva, su garganta seca a cada dos minutos y sus manos con un temblor que no desaparecía. Cada rincón de su hogar parecía retorcido, siniestro, se negaba a ir a la cama, si se dormía temía fuese peor. Los muebles que escogió con tanto cuidado luego de ganar un caso y sacar de prisión a un tipo que había cometido asesinato múltiple parecían distorsionados, como si la fuerza invisible los estirase cual chicle para deformarlos a placer.

No podía estar más mal.

Su teléfono vibró y casi salta como un grillo, observó la cara de su prometida. Sus cejas se arrugaron y se negó a responder, todo era su culpa, joder, debió de haberlo maldecido la muy bruja.

¿Cómo se atrevía? Él había tolerado cuanta solicitud demandó, joder, era la hija de su jefe, su oportunidad de ascender estaba tan cerca, pero seguro se dio cuenta de sus escapadas y le lanzó algún tipo de conjuro para vengarse de él.

Estuvo tentado a devolverle la llamada y reñirla, a ese punto daba igual si lo echaban como un perro del trabajo, la incertidumbre lo iba a matar primero. El sonido de algo arrastrándose por el suelo detuvo toda acción. Viró rápido, buscó con sus ojos en todas direcciones, no halló nada.

El sonido no se detuvo y eso le pasó un escalofrío por la espalda. Algo —no, alguien— se estaba moviendo por la casa, pero no lo podía ver. Era un arrastre pesado, como uñas raspando el suelo.

—¡Basta! ¡Déjame! ¡Bien! ¡Lo pillo! ¡Lo pillo! —gritó Denzel, su voz quebrada por el miedo, pero atizada por chispas de frustración—. ¡No actué bien! ¡Sí! Fui un mentiroso, joder, lo he sido, he mentido muchas veces, mucho, joder, lo acepto, por favor, para ya.

La respuesta fue instantánea y aterradora.

Las luces titilaron con violencia inaudita, haciendo que las sombras en las paredes se alargaran y se retorcieran igual que insectos envenenados. Las paredes mismas crujieron, como si el edificio se estuviera moviendo bajo una presión invisible. El sonido de objetos moviéndose invadió el aire, pero Denzel no podía ver nada que estuviera en movimiento.

Era… como si una presencia invisible estuviera desplazando todo a su alrededor, pero su humana vista no conseguía ver nada.

La mesa ratonera de vidrio macizo vibró y luego en un crujido ensordecedor el sofá se volcó. Las sillas se arrastraron hacia atrás, sus patas raspando el suelo en un eco penetrante. El espejo cercano a la entrada se agrietó en un sonido gélido y una risa baja y siniestra resonó desde algún lugar profundo en las sombras.

La misma risa que lo había estado atormentando, solo que ahora era más clara, más presente.

El demonio estaba allí.

La sola aceptación le hizo encogerse como un niño.

—Te veo, jugoso bocadillo —susurró la voz ronca, el aliento frío pegó en la nuca del hombre.

Denzel se levantó brusco, pero sus piernas estaban débiles, apenas pudo pararse. Cada fibra de su cuerpo estaba agitada, su piel erizada y el sudor frío resbalando por su espalda y patillas. Los objetos de la sala levitaron de improvisto, el propio pelo de Denzel fue hacia arriba, la fuerza invisible hizo que quiso en el entorno que debería de ser seguro.

Fue espantoso sentir que su hogar no podía protegerlo. La lámpara, los libros, las sillas, todo parecía responder al caos que dominaba otro en su casa.

La presión en el ambiente se expandió. El aire se volvió frío, pesado, casi imposible de respirar. Denzel jadeó, su pecho subía y bajaba descontrolado, mientras una opresión invisible le envolvía el cuerpo, sus ojos saltones como nunca antes buscaban alrededor el origen de todo mal.

Maldijo por dentro. El demonio no se mostraba, pero su presencia lo llenaba todo. Sentía sus ojos fríos y calculadores clavándose en su alma desde cada esquina.

Denzel intentó correr hacia la puerta, no importaba si lo encerraban en un manicomio, tenía que huir. Antes de que pudiera dar más de dos pasos, sintió un tirón en su pierna. La fuerza invisible lo agarró y tiró de él. Cayó raudo, su cabeza golpeó el suelo con un sonido sordo que lo dejó aturdido. El dolor lo despertó momentáneamente de su paralizante miedo, pero no pudo hacer nada. La fuerza lo arrastró lenta hacia el centro de la habitación.

Pataleó, arañó el suelo, sus uñas se desprendieron en el proceso, mientras trataba de detenerse, de escapar, pero nada lo detuvo, solo el ardor encima de sus dedos lo hizo estar más consciente. Aun así, su respiración fue errática, cada jadeo le quemaba los pulmones.

Las sombras en las paredes comenzaron a agitarse más rápido, moviéndose como si fueran figuras que culebrearan a su alrededor. Algunas tomaban forma de rostros grotescos, sus bocas abiertas en gritos que no emitían ruidos, otras parecían manos alargadas desesperadas por agarrarlo.

La sala giraba, quizá no, tal vez era él el que giraba o solo era su percepción rompiéndose igual que un vaso de vidrio al chocar contra una roca.




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