Decidido a ganar a cualquier precio, Camilo lanzo su primera jugada: una nueva visita a la oficina de Rocío. Eligio un traje gris, un par de zapatos negros brillantemente lustrados, corbata negra, camisa blanca con gemelos de plata y perfume, mucho Savage de Dior.
Conducía su Mercedes Benz descapotable cuando vio una florería. Sin dudarlo, se detuvo para sumergirse dentro de un mundo de fragancias. La vendedora le ofreció rosas, claveles, jazmines, fresias, tulipanes y orquídeas, pero él se decidió por un simple ramo de margaritas. Rocío no parecía una mujer que se impresionara con un enorme conjunto de flores, solo era cuestión de entregar un detalle. De otra forma, sería demasiado obvia su intención y solo se trataba de hacer las paces.
Cuando atravesó el pasillo que llevaba hacia el despacho de la mujer en cuestión, el público femenino lo observaba atónito. Consciente de sus miradas, se dio la vuelta para sonreírles y a continuación, acto seguido un pequeño murmullo se expandió por el aire mientras el galán avanzaba decidido a matar.
Dio un suave golpe en la puerta y espero pacientemente. Nadie respondió. Lo intento una vez más, y nada. Finalmente asomo la cabeza dibujando su mejor sonrisa.
_Espere un momento que estoy ocupada_ dijo furiosa sin levantar la cabeza.
Camilo contuvo las ganas de entrar y responderle. Seguramente no sabía que era el, de modo que insistió. Rocío, completamente enfrascada en sus cálculos murmuro:
_Parece que el Sr Echeverría además de un fresco es sordo. Pase, hombre, pase.
Camilo quiso gritar furioso, pero recordó la apuesta, se acomodó el traje y entro procurando apaciguar su temperamento. Aquella mujer definitivamente alteraba sus nervios con una facilidad admirable.
Le dejo el ramo apoyado sobre la mesa. Ella levanto la mirada para observar el detalle y posteriormente, le clavo esos ojos enormes en el alma. No se hallaba preparado para semejante cachetazo a su ego. Eran grandes y profundos, con una tristeza tan brutal que los volvía indescifrables y el cayo, cayó en un abismo que acelero su corazón. Aquello no podía ser. Se suponía que él estaba en ataque, de ninguna manera era la presa. Solo agrego un “Gracias” para que el esbozara una sonrisa que inmediatamente oculto. No podía mostrarse débil, Camilo Echeverría no caía bajo el hechizo de nadie.
_Vine a establecer un manto de piedad entre nosotros, Rocío. Se supone que en la fiesta debemos ser afables y la verdad es que desconozco todo de usted.
_ ¿Por qué margaritas? Creí que lo suyo eran rosas rojas o algo así_ quiso saber Rocío dándole la oportunidad de resarcirse.
_ ¿Por qué no? _ le respondió mientras se sentaba_ A veces en lo simple está el encanto, como usted.
_Bueno, no hace falta que esgrima alguna de sus tácticas baratas de seducción conmigo.
_Se supone que estamos en una tregua y usted lanza misiles hacia mi persona, Rocío. Deme una oportunidad. Además, usted es una mujer sencilla, como esas flores. Seguro que detrás de esa armadura se esconde una mujer sensible.
_La sensibilidad no es lo mío precisamente, pero en algo tiene razón. Necesitamos conversar un poco.
_ ¿Almorzó ya?
Ella no respondió. Solo se limitó a intentar adivinar que tramaba el sujeto finamente vestido que se hallaba en su despacho. ¿Acaso era así siempre o solo en esta ocasión por un tema de negocios? Después de todo, tenía hambre… ¿Por qué no?
_Bueno, vamos. _tomo el ramo de flores para entregárselo a su secretaria, se puso de pie y Camilo se apresuró a abrir la puerta. Ella vestía de negro, como siempre, pero su piel emanaba una fragancia que lo volteaba como el mejor whisky escoses.
“Esto va a ser más duro de lo que esperaba” pensaron ambos.