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William Beckinsale.
«Dijiste, “deja de ir sobre seguro, chica, quiero verte perder el control”. Como la nicotina, heroína, morfina. De repente, estoy ansiosa y tú eres lo único que necesito».
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Nos tomó 40 minutos en auto llegar hasta el hermoso pueblo Sintra, su estructura sacada de un mismo cuento de hadas era hermosa, creo que acabé la memoria interna de mi celular con tantas fotografías que saqué. Sus hermosos y majestuosos castillos rodeados de masas boscosas, altísimos y con una historia que contar.
Veo de reojo a los asientos traseros topándome con la hermosa imagen de aquella chica mirar por la ventana que hace segundos pidió le abrieran, sus rizos bailaban de un lado a otro, su cabello estaba desordenado como de costumbre. Y mantenía una sonrisita en sus labios plasmada enamorada de la vista.
Y yo igual a decir verdad.
—¿Has venido antes a Sintra?.—pregunto a ambas chicas.
—Es la segunda vez, la primera fue con mi padre y Simón.—responde Valencia alzando la vista de su celular a nosotros.—¿Lo recuerdas amor? Vomitaste el suéter de lana de papá.
—¿Y sabes que fue lo peor William?.—me mira con burla mi amigo.
—No.—niego.
—Que era su suéter favorito.—me carcajeé en su cara, oh pero que idiota era este chico.
—Yo se lo obsequié en navidad.—murmura Valencia viendo con una sonrisa a Simón.—Y Simón en una salida lo jodió todo.
¡No puede ser!.
—Eres un idiota Simón Stevens.—le digo con franqueza.
En los años que tenía viviendo en Beckinsale pude hacerme amigo de tres chicos grandiosos, entre ellos se encontraban Bruno Lombardi, Simón Stevens y Harry Collins. Y aunque uno sea estadounidense y hayan sido escasas las veces en que nos veíamos entablamos una amistad que era a decir verdad la más sincera que en mi vida he tenido, una donde podíamos no hablarnos por meses e incluso años y el cariño seguía siendo el mismo. Y era por ello que quería a mi amigo Harry, era uno de los mejores.
—Yo nunca he venido.—responde Camila minutos después.—Es mi primera vez aquí en Sintra.
Esbocé una sonrisa cuando ella dijo eso, quería darle un lindo paseo, que la pase bien y lleve con ella un buen recuerdo.
—Haremos de esta tarde una memorable, lo prometo Lansford.—digo viéndola de reojo.
—Ya habíamos planeado este viaje la cuestión es que Carmela y Víctor nunca estaban dispuestos o siempre salía algo más.—murmura Valencia a Camila en susurros, aunque no sirvió de mucho ya que lo alcancé a escuchar todo.
En ese momento me sentía realmente incómodo con la situación, ellas planeando un viaje entre amigos y parejas y yo, de metiche como si no tuviera cosas más importantes que ejecutar en mi empresa.
Pero, ¿Qué importa ahora?, estaba con Camila.
¿A qué costo?.
Si bien sabía que ella debe saber de la clase de novio que tiene y de la gran amiga que era Carmela Rudershor con ella, pero no podía hacerlo, no quería causarle ese dolor a Camila al enterarse que su novio le es infiel con su mejor amiga delante de sus narices. Ella era muy ingenua, testaruda, gentil y dulce, esa traición acabaría con todo en eso en cuestión de segundos.
No quería eso para Lansford.
Pero mentir y ocultar no me gusta.
Habíamos llegado a nuestro primer destino y el cual era el Palacio Nacional Da Pena en Sintra, una hermosa estructura que con el paso de los siglos seguía viéndose majestuoso y voluminoso ante nosotros. Llegamos a la entrada donde pagamos un monto extra por la hora, un guía muy amable y que aún no se iba nos llevó al interior del Palacio.
Sus anchos jardines verdosos, su interior que desprendía belleza, historias que quedaron a medias.
—¿El paseo de los Dioses es dónde?.—pregunta Camila al guía.
—En Regaleira, señorita.—y continúa con el tour.
—¿Quieres ir?.—le pregunto llegando a su lado, ella veía ese mismo paseo en internet y parecía emocionada con el.
—Está la estatua de Atenea, William.—sus orbes se iluminan en ilusión.
—¿Y te encanta no es así?.—nos detengo a mitad del tour.
—Siento una admiración muy grande por Atenea, la respeto como no tienes una idea y sería para mí memorable ver su estatua.—dice como niña pequeña contando sobre su muñeca preferida, ella estaba rebosando de la emoción al saber que estábamos cerca de la estatua de su diosa favorita.
Sin darme cuenta termino esbozando una sonrisota, sin duda alguna está chica me estaba encantando con cualquier cosa que suelta por la boca, por sus intereses que sin pensarlo cruzaban con los míos.
—El mío es Hades.—digo, y era cierto.
Mi admiración por el dios del Inframundo no tiene comparación, cada cosa que sea referente y que haga énfasis en él eran de mi total atención y agrado. Fui feliz al momento en que vi la película animada de Hércules, el personaje de Hades sin duda me causó mucha gracia y me hizo admirarlo con más fuerza.
—El dios del Inframundo, vaya William.—Ella sonríe de lado.
—¿Tiene algo de malo?.—replico alzando una ceja.
Camila menea la cabeza negando mientras se acerca a mi.
—Me encanta saber que compartimos cierta admiración por dioses de la mitología griega.—Ella baja durativamente su mirada a mis labios y regresa a mirarme a los ojos casi que de inmediato, pasando pesadamente saliva.
—Simplemente admiro a Hades, no le veo nada de malo o relevante.—respondo y ella niega reprimiendo una risa.
—Lo tiene cuando tu pareja piensa que Atenea es una actriz de Grecia y no, una diosa del Olimpo.—Camila me pasa por un lado siguiendo a los demás.
¿Víctor no la comprende?, ¿Por qué no me parece raro?.
—Estás queriendo decir que en ese año que estuviste con mi hermano nunca llegaron a compartir ciertos gustos.—pregunto alcanzándola.
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Editado: 03.11.2024