Belle me gusta demasiado. Es hermosa, tiene carácter, es amable y verla con su sobrina el día de ayer solo terminó por confirmar que podría ser la mujer de mi vida y la ideal para sentar cabeza.
Me flechó como ninguna otra mujer lo hizo y no lo digo porque era virgen cuando estuvimos juntos, aunque me da placer saber que fui el primero.
Ella tiene algo especial, una atracción magnética que me hace querer estar cerca y besarla. No entiendo por qué huye de mí. Le gusto, de eso no tengo dudas, solo que parece estar a la defensiva todo el tiempo.
Dijo que solo tuvo sexo conmigo para dejar de ser virgen y me eligió porque me crucé en su camino y estaba sobrio, dejando claro que podría haber elegido a cualquier otro. Debo creerle porque no me conocía.
Me dije a mí mismo que me mantendría apartado de ella porque no es momento para tener una relación cuando trato de tener una con mi hija, no obstante, al verla ayer y hablar con ella la idea esa ya no me pareció atractiva.
Rhonda, la madre de mi hija, me dijo que no oponía a que tuviera una relación seria con alguna mujer, pues ella tiene una con un buen hombre, lo que no quiere es que desfilen mujeres diferentes frente a nuestra hija. Yo tampoco deseo que eso suceda.
Si voy a dejar de trotar por el mundo y a establecerme, deseo hacerlo con una mujer que valga la pena y que me dé todo.
Ver a Belle con su sobrina fue justo lo que necesitaba para estar seguro de que intentar conquistarla está bien y que no tendría problemas en aceptar a mi hija.
No podría estar con una mujer que no quisiera a mi hija y Belle la aceptaría. Claro que antes debo conquistarla a ella y algo me dice que no es tarea fácil. No importa que no hayamos acostado juntos, a ella le da igual.
Bueno, por algo hay que empezar. Primero conseguir el trabajo y luego empezar la seducción para tener la oportunidad de conocernos mejor.
Termino de editar algunas fotos y decido descansar un rato la vista. Mi celular suena en ese momento y respondo sin mirar sabiendo que es la madre de mi hija o Belle avisando que eligió mi trabajo o algún cliente.
—Hola, papi. ¿Qué tarjeta debo usar para comprar por internet, la dorada o la negra?
Arrugo el ceño. No esperaba que la llamada fuera de mi hija. Ella no tiene teléfono, así que debió agarrar el de su madre.
—¿Tu mamá te dejó usar su celular o se lo agarraste sin permiso de nuevo? ¿Qué estás haciendo con las tarjetas?
—Le pegunté y dijo que sí.
Dudo mucho que le haya dicho que sí. Al menos sin que ella hable primero conmigo.
—¿Dónde está tu madre, Riley?
—Mirando su serie.
Cierro los ojos y evito reír.
Mi hija es demasiado inteligente para su edad y aprovecha que su madre se concentra mirando la seria para preguntarles cosas y que le diga que sí.
—¿Qué quieres comprar?
—El viernes mi amiga Lucy cumple años y debo regalarle algo. Mamá y Jordan usan las tarjetas para comprar cosas.
Niego con la cabeza.
—Tú eres pequeña y no debes hacerlo. Si quieres comprar un regalo, debes decirle a ellos o a mí que lo compremos. Pásame a tu madre.
Ella hace silencio.
—Está mirando la serie.
—Interrúmpela. Si se enoja, yo me encargo.
—No le digas de las tarjetas.
Escucho su suspiro y sus pequeños pasos, luego le avisa a su madre que estoy en el teléfono.
Rhonda no debería distraerse tanto mirando series, debería prestar atención a nuestra hija.
—¿Qué sucede, Sven? ¿Me llamas para decirme que el sábado no pasarás a buscar a Riley?
—Ya te dije que lo haré. Yo no te llamé, lo hizo tu hija preguntándome sobre las tarjetas porque quiere comprarle un regalo a su amiga Lucy.
La madre de mi hija suelta una maldición. Escucho a Riley decirle que no debe decir malas palabras.
Ni siquiera puedo considerarla una ex porque no fuimos novios, no salimos juntos, solo tuvimos una noche de sexo donde la responsabilidad no estuvo presente y Riley nació nueve meses después.
Tuve dudas de mi paternidad y la prueba de ADN que se realizó en cuanto nació confirmó que era mi hija. No estuve demasiado presente en los primeros dos años de la vida de la niña por viajar mucho, pero los últimos dos lo he compensado y lo sigo haciendo.
—Todo lo que nos ve hacer, ella lo quiere hacer. No sé como hacerle entender que nosotros hacemos cosas de adultos que ella no puede.
—Lo entiende y finge que no. Me pidió que no te dijera, pero acordamos contarnos las cosas.
—Y te lo agradezco. Ahora hablaré con ella.
—Bien. Tranquila, que quedan muchos años de crianza por delante.
Ella ríe, le dejo saludos a Jordan porque el tipo me agrada, se despide y le pasa el teléfono a nuestra hija.
—Papi, ¿el sábado iremos al cine?