Después de despedir a Brooke desde la puerta subí de nuevo a mi habitación, abajo era prácticamente imposible estar, puesto que Milo se deshacía en sus intentos por salir de nuevo de la casa. No entendía qué era lo que pasaba, incluso lo miré con detenimiento para estar segura de que era mi perro y no lo había confundido con el de alguien más. Pero no, era el mismo Milo que tenía desde hace aproximadamente dos años.
Eran cerca de las diez de la noche, y a pesar de no haber trabajado aquel día me sentía bastante agotada. En parte por culpaba de la carrera que llevé a cabo por culpa de mi perro.
Me puse el pijama y me metí a la cama, saboreando de las últimas horas de aquel relajante día. No quería dormir, sentía que más bien era como el despertar de un hermoso sueño, porque sabía que cuando abriera los ojos de nuevo, me esperaba esa realidad de mi vida diaria, aquella en la que tenía que trabajar y tratar de socializar con personas que me hacían mala cara.
Acababa de cerrar los ojos cuando algo hizo que de nuevo los abriera de golpe. Aquello había sido un ruido, estaba segura, y provenía de la calle, pero con más exactitud venía del jardín delantero. Me puse en pie rápidamente tropezando con algunas cosas que estaban tiradas en el suelo, pero llegué hasta la ventana. Eché un vistazo por una pequeña y apenas visible rendija que abrí entre cortinas. Ahí había alguien, lo sabía, estaba siendo observada.
Corrí escaleras abajo con la sensación de triunfo corriendo por mis venas, ese tonto estaba atrapado. Al llegar a la puerta de entrada la abrí de golpe, y en eso me topé con el cuerpo de un chico que estaba parado justo frente a mí.
—¡Aaay!— exclamé al caer hacia atrás por la fuerza del impacto.
Mi retaguardia golpeó fuertemente contra el piso y sentí como el piso se movía con fuerza, pero aquello contra lo que había golpeado no se había movido ni un centímetro.
—Lo siento, ¿estás bien?— preguntó apresurándose a ayudarme.
Quité de un manotazo la mano que me tendía y me puse en pie lo más rápido que pude para después enfrentarme a él.
—¿Qué es lo que...?— pero me quedé completamente callada al ver de quién se trataba—. ¿Brad?, ¿qué haces aquí?
El muchacho sonrió al ver mi expresión de asombro y se encogió de hombros, unos hombros muy bien trabajados por el ejercicio.
—Me enteré que tuviste el día libre y decidí venir a verte.
—Sí, en mi trabajo...Un momento— exclamé al ver que las cosas no cuadraban muy bien—. ¿Cómo has sabido que tenía el día libre? y ¿quién te dijo en donde vivía?, ¿tú eres quien me ha estado siguiendo?
Comencé a atacar al muchacho con una lluvia de preguntas esperando por fin tener por lo menor una respuesta del montón de preguntas que se formulaban en mi mente.
— ¿Qué? No— dijo al instante apartándose un poco, intimidado por mis preguntas.
— ¡Sí! te he visto espiar mi casa por la ventada.
—Acabo de llegar, te lo juro — aseguró aún más espantado por mi acusación.
— ¿Entonces? Exijo una explicación— dije cruzándome de brazos.
El muchacho se aclaró la garganta incómodo y entonces, después de un momento habló.
—Brooke— repuso mientras asentía—. Me la he topado hoy a la salida y me lo ha comentado. Me ha dicho en dónde vives, pero me dijo que viniera después de las nueve... creo que quería tenerte primero para ella.
Mi cara se tiñó de todos los colores habidos y por haber, estada tan avergonzada que ansiaba que en cualquier momento me tragara la tierra. Lo miré casi encogida, sintiéndome tan pequeña... no tenía valor para mirarlo a los ojos, iba a creer que era una completa chiflada.
—Brad, lo siento... enserio, es que...
—No te preocupes, no tienes por qué darme explicaciones— dijo él esbozando una sonrisa—. Imagino que los chicos te deben de espiar siempre.
—Claro que no.
—Qué raro, siendo tan bonita como lo eres.
¿Había oído bien? De seguro me había quedado dormida y todo aquello era un hermoso sueño. Traté de pellizcarme, pero sería demasiado evidente, seguro él se daba cuenta si lo hacía. No contesté, simplemente me limité a sonreír y ponerme de mil colores una vez más.
— ¿Estás ocupada en este momento?
— ¿Qué?— pregunté sin comprender.
— ¿Quieres salir conmigo?— preguntó haciendo una pregunta más clara.
Me miré. Era claro que no estaba lista para salir en aquel momento, en realidad no había recordado hasta aquel momento que iba vestida con mi pijama.
—Bueno, está claro que no puedo salir— dije yo riendo con nervios.
—Puedo esperarte si quieres para que te arregles— propuso él al instante.
—Brad...— lancé un suspiro—. En serio no puedo.
La mirada del muchacho se entristeció notablemente, pero en sus labios se figuró una sonrisa, como si tratara de mostrar que no estaba tan afectado.
—¿Qué tal si lo dejamos para otro día? En mi próximo día libre— exclamé tratando de levantar su ánimo—. En verdad lo siento.
—No te preocupes. Total, ya tengo un espacio en tu agenda.
—No te burles— dije yo sonriendo.
—No me burlo, en verdad me gustaría salir contigo— sonrió él también.
En ese preciso momento el auto de Chad se aparcaba en su lugar habitual en el jardín. La luz de los faros delanteros nos iluminaron por un momento y estos provocaron que mis pupilas de dilataron y yo entrecerré los ojos para protegerme de ellas.
—Entonces nos vemos mañana en la escuela, ¿no?— dijo él llamando mi atención.
—Sí, claro. Hasta mañana.
Dio un paso hacia atrás y entonces emprendió de nuevo su camino por la acera, alejándose poco a poco hasta perderse de vista entre la espesura de la oscuridad de aquella noche sin luna.
Por su parte, Billy, mi mamá y Chad caminaban hacia mí cargados de comida rápida, que obvio no era de Nichols food, la cafetería de Chad. Cuando se trataba de nuestros antojos no iban dirigidos a la comida que habíamos olido durante todo el día, siempre nos íbamos por otras opciones.