Nunca te olvidaré

Capítulo 7 - Conociéndonos mejor

 << La campana que anunciaba el fin del descanso sonó en todas partes del edificio, me exalté por un momento, no recordaba que aún me encontraba dentro de la escuela, y es que al leer aquel cuaderno, era como si sumergiera en aquella historia, en el mundo de Sam. Me sentía molesta con Chad, indignada con aquella gente que la miraba como si fuera una loca y hasta confundida con Curt y Brad.

Miré a alrededor, estaba sola, pero sabía que en los pasillos principales los alumnos se apresuraban a ir a sus próximas clases, cosa que yo también tenía que empezar por hacer de una buena vez.

Salí del aula mirando a ambos lados, ahí no había nadie. Recorrí el pasillo a todo lo largo y entré en uno más transitado.

— ¡Alexa!— gritó alguien a mis espaldas, y con ello, un nuevo susto para mí.

— ¡Me has asustado de muerte!— exclamé viendo a mi amiga con el ceño fruncido mientras posaba la mano sobre mi pecho.

—Lo siento— dijo tratando de ahogar una carcajada—. No he podido evitarlo.

—Me lo he imaginado— dije recuperando el aliento.

—Pero, ¿en dónde has estado todo el almuerzo?

—Por ahí.

— ¿Por ahí? ¿Dónde es exactamente por ahí?— insistió mirándome con recelo.

—Luego te cuento, ¿sí?— exclamé al ver que la profesora entraba en el salón—. La clase va a empezar, vamos.

Entramos en el aula y fuimos a ocupar nuestros habituales asientos, casi al final de la clase, y entonces la profesora empezó.

En verdad trataba de ponerle toda mi atención, pero me era imposible prácticamente, mi vista se desviaba continuamente hacia mi mochila, en donde sabía que se encontraba el diario de Sam. La tentación me ganaba poco a poco, pues después de solo unas miradas por encima de la mochila fui abriendo poco a poco el cierre, hasta que el cuaderno estuvo al alcance de mi vista y mi mano. Lancé una fugaz mirada a la profesora, estaba demasiado ocupada escribiendo algo en el pizarrón, así que aproveché, saqué el cuaderno y lo puse entre sobre mis piernas.>>

Curt no era feo, nada feo en realidad. Cuando lo veías más atentamente y dejabas a un lado su irritante humor, te dabas cuenta de que en realidad era bastante guapo a su modo; tenía una sonrisa traviesa, unos ojos color verde brillantes y unos labios muy bonitos sobre una piel clara. Pero debía admitir que su arrogancia me hacía desesperar, y nunca podría salir con una persona así.

—No— dije rotundamente y rodee la barra para salir.

—¡Vale!— exclamó.

Fue tras de mí y rodeó las mesas como hacía yo en un intento de huir de él.

— Admito que he ido muy deprisa, pero por lo menos deja que nos conozcamos. Seamos amigos.

— ¿Y para qué querría ser tu amiga?

—A nadie le hace mal tener un amigo más... por lo menos a mí no. Y si más adelante te animas a salir conmigo, pues...

Me di la vuelta y lo observé atentamente con los ojos entornados, ¿por qué insistía en querer salir conmigo? ¿acaso no se daba cuenta de que no me caía bien siquiera?

—Por favor— pidió él juntando sus manos—. Me puedo poner de rodillas si así lo quieres.

Estaba a punto de hacerlo, cuando dije:

— ¡Está bien!, ¡acepto! Conozcámonos, pero solo como amigos, ¿vale?

—Vale— dijo él con una amplia sonrisa.

Extendió su mano como si esperara cerrar un trato cuando la puerta de la cocina se abrió de golpe y Henry salió por ella con un cucharon en la mano.

— ¿Con quién estás hablando?

— ¿Yo? Con...

Miré a los lados, Curt se había ido. Pero la puerta parecía acabar de cerrarse, puesto que las campanillas volvían a chocar produciendo un tintineo al chocar unas con las otras.

—Creo que te han dejado hablando sola, Sam— dijo Henry soltando una carcajada.

—Sí, eso creo— lancé un resoplido de exasperación.

El resto de aquel día la cafetería permaneció muy sola, por tal motivo que Billy y yo terminamos jugando cartas con Henry por la tarde, casi cuando se llegaba la hora de cerrar.

A las nueve y tres cuartos, Chad hizo su aparición en el lugar para hacer sus habituales cuentas y hacer el cierre de aquel día.

— ¿Cómo siguió Sherly?— pregunté yo cuando entrabamos en el auto para ir a casa.

—Me ha llamado hace un rato, dijo que todo estaba bien y que podría regresar mañana al trabajo— explicó él sin quitar la vista del frente.

— ¿Ha ido al médico?

—Sí.

— ¿Y qué ha pasado?— pregunté con insistencia por saber cómo se encontraba.

—Nada serio, le dio unos des inflamatorios— contestó él sin preocupación.

—Bien— dije satisfecha.

Se hizo el silencio común que nos acompañaba cada vez que mi mamá no iba en el auto con nosotros, pues ella era la que siempre insistía en que teníamos que convivir como una familia. Pero lo cierto era que yo nunca iba a ver a Chad como mi papá.

— ¿Cómo ha ido el día?— preguntó mi mamá asomando la cabeza desde la cocina.

—Aburrido— respondió Billy dejándose caer en uno de los sillones de la estancia—. Prácticamente hemos estado solos en la cafetería Sam, Henry y yo. ¿Cuántas personas han ido a comer hoy? ¿cinco?

—Eso creo— repuse sentándome junto a él.

Mi mamá había llegado hasta donde nos encontrábamos y se colocó en el sillón frente al nuestro. Sonrió en señal de ánimo y suspiró.

—Pero no ha sido tan mal día— dijo ella—. Han pasado un día relajado.

—Sí, bueno...— dije yo lanzando un largo suspiro—. Aun así me siento cansada. Me iré a dormir.

Me puse en pie y después de dar las buenas noches a todos, subí a mi habitación. Pero a pesar de estar cansada, no fui directo a la cama; me tomé mi tiempo para ponerme el pijama y duré un buen rato solo dando vueltas por mi habitación, pensando. El encuentro con aquel muchacho, me había dado mucho de qué pensar, aunque no sabía con exactitud por qué pensaba en él. Era molesto, irritante, era tan directo y seguro que daba un poco de miedo.

Cuando al fin decidí recostarme, me puse a contemplar el techo, con la vista perdida, hasta que me quedé completamente dormida.




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