Nunca te olvidaré

Capítulo 18 - Quien nunca me quiso

— Cierto —exclamé secándome con brusquedad las lágrimas que se derramaban por mis mejillas e intentaban huir de mi rostro —. Yo me voy de aquí. Fue un error haber venido.

Me coloqué mejor la bolsa y atravesé la estancia con paso decidido, tratando de contener las lágrimas que aún se apretaban en mis ojos y luchaban por salir.

— Samantha.

Escuchar la voz de Nathan llamarme a mis espaldas, pero no me volví. No quería saber nada de él, quería olvidar su rostro, olvidar su voz; saber si quiera que existiera. Maldije el momento en el que había decidido ir hasta su casa para buscarlo. Era una tonta.

Sentí una mano alrededor de mi brazo, haciendo que me detuviera a punto de salir de la casa. Un nudo aún más grande se produjo en mi garganta al notar su fría piel al contacto con la mía. Mas sin embargo no me di vuelta, ni siquiera volví la mirada hacia él.

— Suéltame — exclamé con los dientes tan apretados que estaban a punto de estallar.

Escuché su respiración, profunda y agitada. ¿Qué era lo que le pasaba? acababa de decirme que no quería saber nada de mí.

Lentamente sus dedos se aflojaron alrededor de mi brazo, y una vez que estuve libre de ella continué mi camino, abriendo la puerta de un movimiento.

Allí afuera, se encontraba todavía Curt, quien al escuchar que alguien salía del interior de la casa, se puso en pie como un rayo y  miró hacia la entrada de la lujosa y bonita casa de Nathan. Sin embargo, y aunque él me miró con gesto de tener muchas dudas al ver mi cara, yo no le dije nada. Pasé por su lado y me eché a andar por la acera lo más rápido que pude.

—Sam... ¡Samantha! — exclamó caminando aprisa para poder alcanzarme en mi caminata.

— ¿Qué? — mi voz sonó temblorosa, pero potente.

— ¿Qué sucedió? — preguntó él muchacho tratando de ponerse en mi camino para que me detuviera.

— Nada.

Yo me quitaba rápidamente al ver que trataba de colocarse frente a mí, sacándole la vuelta hábilmente. No quería verlo a los ojos, no ahora que los míos estaban tan inundados de lágrimas de dolor y rabia.

— ¿Nada? ¿Y por qué has salido así de la casa?

— ¡No pasa nada!

Pasé de largo la parada del autobús y seguí a pie mi huida. Ahora las lágrimas volvían a resbalar por mis mejillas, gruesas y continuas, y por más que quería detenerlas me era imposible.

— ¿Estás llorando? — dijo de pronto Curt con preocupación al percatarse al fin —. ¿Qué ha pasado?... Y no me vengas con que no ha pasado nada. ¡Dímelo!

— ¡¿Quieres saberlo?! — grité yo parándome en seco y volviéndome hacia él con brusquedad —. ¡¿En verdad quieres saberlo?!

Curt respiraba con dificultad por haberme seguido tan deprisa por aquel largo tramo. En aquel momento estábamos de pie junto a un parque lleno de juegos infantiles y jóvenes árboles con hojas amarillentas.

El muchacho asintió lentamente. Parecía asustado, y lamenté entonces haberle gritado de aquella forma; después de todo, él no tenía la culpa de nada de aquello que había pasado.

— Nathan no quiere saber nada de mí. Ni de mi ni de Billy... Dijo que tenía otra vida, con otra familia y que era feliz... No quiere que lo vuelva a buscar. Nunca... No me quiere, Curt.

Mis sollozos aumentaron a tal grado que parecía a punto de convulsionar, de caer al suelo por la fuerza y desmayarme. Las lágrimas caían una tras otra, impidiéndome la vista, sólo veía una mancha clara y negro que era Curt.

No podía más. Aquello había acabado con las ilusiones de tener una familia normal, como cualquier otra chica que vive con ambos padres, que dice estar orgullosa de su papá, de mirarlo como un héroe... Yo quería haber sido una de aquellas chicas. Era como decirle a una niña que el mundo de las princesas y las hadas nos existe, que la vida es así y nada más.

— No me quiere, Curt... Y me lo dijo en mi cara.

Los brazos de mi novio me envolvieron de pronto, en un abrazo fuerte. Era como si quisiera ahogar mi dolor entre el calor de su cuerpo, y yo me aferré a él con las pocas fuerzas que había en mi interior, con un cuerpo herido que necesitaba y pedía a gritos una cura a su dolor.

— Quédate conmigo, Curt. Nunca me dejes, por favor — supliqué en un susurro aún entre sus brazos.

— Siempre — contestó él a mi oído.

Si a mi parecer el camino de ida había resultado incomodo, el de regreso fue insoportable, silencioso, tanto que parecía hasta lastimar los oídos; pesado, como traer una enorme roca sobre los hombros.

Examiné la hora en mi móvil, era demasiado rápido para llegar a casa, pero bastante tarde para ir al colegio. En otras circunstancias habría aceptado ir a cualquier otro lugar para matar el tiempo, y qué mejor si iba con Curt; sin embargo, lo único que deseaba era volver a casa y estar sola.

— ¿Quieres ir al colegio? — preguntó el muchacho en voz baja.

— No.

Mi voz sonó distante, como proveniente de un largo túnel.

El autobús se detuvo, y Curt y yo bajamos de él.

En aquel lado de la ciudad empezaban a caer un par de gotas de lluvia, tan ligeras como lágrimas, el aire helado olía a humedad, el pasto amarillento de los jardines empezaba a cubrirse por una ligera capa de rocío otoñal y el cielo en lo alto permanecía en un tono grisáceo.

— ¿Estás bien? — Curt me tomó la mano e hizo reducir mis pasos.

— Eso creo... — contesté. 

Aunque sin mucha convicción en mis palabras.

— Sólo... — exclamó él lanzando un profundo suspiro. Me tomó por los hombros y me besó la frente con dulzura —, sólo recuerda que yo siempre estaré contigo.

Asentí con la cabeza al notar que de mi garganta no podía salir sonido alguno, cerré los ojos al notar sus cálidos labios sobre mi piel y suspiré profundamente, percibiendo el olor de su piel y perfume inundando cada uno de mis sentidos.

Retrocedí unos pasos y me encaminé hacia mi casa sin decir una sola palabra más, escuchando en chapoteo de los charcos que se habían formado a lo largo del camino de cemento que llevaba hasta la entrada principal. Al llegar frente a la puerta me di vuelta. Curt ya no estaba ahí.




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