Lo que aconteció a aquello fue lo más extraño. Ambos nos quedamos en silencio, incómodos quizás. No recordaba haber tenido alguna otra charla con Chad además de aquello que comprendiera más de dos comentarios y contestaciones, siempre habíamos sido tan indiferentes uno del otro, casi como extraños. Sólo había una cosa que nos unía... mi mamá.
Desvié la mirada hacia mi manos que reposaban sobre mi regazo, y de reojo vi como él mirada hasta la ventana con incomodidad.
— Bueno... — dijo lanzando un sonoro resoplido. Se estiró libremente mientras se ponía en pie y se volvió hacia mí —. Tengo que irme. Ya sabes, muchos pendientes de la cafetería y...
— Te entiendo — repuse adelantándome.
Chad me miró confuso por un breve momento, asintió una vez lentamente y se dio vuelta hacia la puerta que tenía a sus espaldas. Una vez que tuvo la mano sobre la perilla se dio la vuelta, abrió la boca como un ademán de decir algo, pero al parecer se arrepintió a último momento, pues sólo se limitó a sonreír, para después salir con paso decidido hacia el pasillo. Me quedé mirando la puerta que acababa de cerrarse con un suave clic, me sentía confusa y a la vez aliviada. Chad tenía razón, el haber hablado sobre ello me había ayudado un poco para sentirme mejor.
Me dejé caer sobre mi espalda, sobre mí, el blanquecino techo mostraba cómo quería que estuviera mi mente. Libre, limpia de problemas y preocupaciones, pero al contrario de eso había una maraña de sentimientos y recuerdos. Cerré los ojos, tratando de alejar todo aquello de mi cabeza por un momento, respirando hondo y lento, escuchando en silencio...
Tic... tic... tic... Un golpeteo sobre algo sólido me hizo incorporarme de golpe, tan rápido que creí haberme lastimado la columna por el esfuerzo. Tic...tic...tic... Los golpes seguían. Rápidamente me puse en pie y recorrí la habitación en busca de aquello que generaba semejante ruido que empezaba a molestarme en cierta forma. Miré bajo la cama, dentro del armario. Mi vista se desvió hacia la ventana, justo cuando aquel ruido se hacía más insistente; caminé hasta allí y la abrí de par en par. Justo bajo esta se encontraba un joven vestido con ropa oscura, con la capucha del suéter calado sobre la cabeza, y llevaba sobre una mano un puñado de pequeñas piedritas, seguramente con las que había estado haciendo semejante ruidito.
— ¿No te parece de mala educación despertar a la gente tirando piedritas contra las ventanas? — susurré lo suficientemente alto como para que alcanzara a oírme, pero tan bajo para que nadie más oyera.
— Tú no estabas dormida — espetó él con una sonrisa divertida.
— Claro que no, con todo lo que me ha pasado... — empecé volviendo a recordar mi gran día —. Pero podías haber despertado a mi mamá, ¿te parece poco?
— Habría sido una gran hazaña — exclamó sin ningún cuidado de bajar la voz.
— Sería un gran lio.
— ¡Ya!... Mejor baja y salgamos a dar una vuelta — propuso.
Tiró al suelo las piedras que llevaba en la mano, y con las cuales había estado jugando.
— ¿Y por qué lo haría? — pregunté cruzándome de brazos.
— Porque es una magnífica noche y necesitas distraerte un rato, ¿no crees?
Lo pensé por un momento, no sabía si aquello fuera una buena idea, o más bien estaba segura de que no lo era. Sí, necesitaba distraerme un rato, salir a despejar la mente para sacar por un rato todo lo que me daba vueltas a tal punto de marearme. Eché un vistazo a mis espaldas, casi esperando a que mi mamá hiciera su aparición. Pero no fue así.
— Tendría que salir por la ventana — le dije a Curt.
— Bien — dijo este extendiendo los brazos —. Estoy listo para atraparte.
— Muy gracioso.
No sé por qué, pero hasta el momento no me había percatado de lo alto que estaba, nunca en mi vida había tenido que salir por la ventana, y no esperaba hacerlo.
Tomé el abrigo que reposaba sobre el escritorio, poniéndomelo apresuradamente y mirando hacia atrás continuamente. Pasé una pierna por encima del marco de la ventana y el cuerpo entero a continuación, tomándome fuertemente de ambos lados de esta por temor a perder el equilibrio, anduve por el tejado con pasos lentos y cautelosos, rogando para que nadie escuchara un solo ruido.
No recuerdo con exactitud cómo llegué al suelo, sólo sé que de un momento a otro Curt me ayudaba a bajar por completo y después nos echábamos a andar por el jardín hasta la acera.
— ¿Cómo sabías que no estaba dormida? — le pregunté mientras caminábamos entre las oscuras calles de la ciudad.
— Te conozco bastante bien como para saber que al tener tanto de que pensar no podrías dormir— respondió él con la luz de las farolas reflejadas en sus ojos.
— Oh — fue lo único que se me ocurrió decir.
— Te preocupas demasiado — exclamó con un dejo de despreocupación.
— ¿Preocuparme demasiado? Tal vez no lo has comprendido, Curt, pero él es mi papá.
— Según sé, padre no es aquella persona que te engendra, si no quien está contigo... ¿Tú lo quieres? — preguntó con las cejas un poco dobladas en una mueca de curiosidad.
La pregunta me tomó desprevenida. Sin embargo, tras examinarla y preguntarme a mí misma negué lentamente sin mirarlo.
— ¿Por qué lo culpas entonces de no quererte?
— Porque es...
— Tu papá, sí. Pero él nunca estuvo con ustedes, a eso no se le puede llamar padre. En cambio, Chad siempre ha estado a su lado ¿No merece él más ser llamado papá?
Se produjo un silencio entre nosotros.
— Hoy estuvimos hablando de Nathan y todo este problema.
— ¿Y cómo te sientes al respecto?
— Bien... supongo — repuse encogiéndome un poco de hombros —. Fue raro, ¿sabes?
— Debió serlo, ustedes no han hablado en largo tiempo, ¿no?
— ¿Cómo lo sabes? — pregunté con curiosidad. No recordaba habérselo mencionado.
— Por la forma en que te diriges a él, es obvio que hay poca comunicación entre ustedes.