Cerré el cuaderno y lo deposité a mi lado. Rose me miraba fijamente sin habla, esperando quizá a que continuara con la lectura de aquella historia tan hermosa.
- Entonces… - su voz sonó ronca y baja - ¿es real?, lo que dice ese cuaderno, ¿es real?
- Bueno, sabemos que Sam y Curt existen - dije yo encogiéndome de hombros -. Sería hermoso que todo esto fuera verdad.
Ambas nos quedamos en silencio mirando el cuaderno viejo y a punto de deshojarse, que a pesar de todo lo que seguramente había pasado, parecía desprender cierto brillo a nuestros ojos.
- Puedo ayudarte a buscarlos, si quieres - se ofreció Rose con una leve sonrisa en su rostro.
- Me encantaría - repuse con una amplia sonrisa, que hizo que la de mi amiga se acentuara un poco más.
Y así, Rose y yo emprendimos la tarea de buscar a dos desconocidos que habían robado nuestros corazones con aquella manera de amarse, de hablarse el uno al otro, la forma en que Samantha Northon relataba y describía su amor al lado de aquel joven que tras varios intentos había conquistado su corazón. Había algo en aquella historia, algo que me decía que era verdadera, una nostalgia en cada una de las palabras escritas por la joven que me atraían, curiosa por saber qué era lo que había pasado con ellos.
Después de clases nos dedicamos a mostrar las fotografías de Curt y Sam a cualquier chico o chica que se nos cruzaba, pero siempre con la decepción de saber que ninguno de ellos los conocía, nadie los había visto nunca. Pero eso no tiraba mis esperanzas.
- ¡Ya llegué mamá! - grité al entrar en la casa.
Crucé el vestíbulo rápidamente y corrí escaleras arriba sin esperar saber que mi mamá se había dado cuenta de que ya había llegado a casa. Entré en mi habitación y tiré mi bolsa a un lado de la cama, arrojándome después yo sobre ella. Saqué el cuaderno de Sam con sumo cuidado de no desprender alguna de las hojas. Lancé un suspiro y eché un vistazo a la habitación en la que me encontraba. La habitación que una vez había pertenecido también a Sam. Sonreí, era increíble como aquella historia había llamado mi atención durante tantos días enteros.
Abrí el libro por la página que había doblado para no perderme y nuevamente me adentré de lleno a ese amor embriagante y cálido. El amor de Sam y Curt…
Curt se recostó a mi lado, con su rostro cubierto de sudor y la respiración agitada. Pasó un brazo por debajo de mi cabeza, se acercó a mí y besó mi cabello con dulzura. Nos quedamos en silencio, mirando el exterior a través de la ventana que dejaba ver la magnífica noche que hacía.
En mi mente aún había imágenes de lo que acababa de ocurrir, no sabía qué decir, ¿a caso tenía que decir algo?... No lo sabía, sólo sabía que era lo mejor que me había pasado en la vida.
- ¿Estás bien? - preguntó Curt en un susurro.
- Sí, ¿y tú?
- Mejor que nunca - una sonrisa apareció en su rostro -. Es sólo que… no pensé que esto fuera a ocurrir ahora.
- ¿Te arrepientes? - sentí un vacío en el estómago de tan solo imaginarlo.
- Nunca me arrepentiré de nada que viva a tu lado, Sam - dijo él acariciando mi rostro con su mano libre -. Te amo.
- Y yo a ti, Curtis Mason.
Nuestros labios se unieron una vez más, bañados por la luz plateada que nos ofrecía la luna, la única testigo de lo que había pasado en la estancia de la casa Mason.
- Es tarde - por un momento había creído que Curt estaba dormido.
- Lo sé - dije yo acomodándome más cómodamente entre sus brazos. Ni siquiera había abierto los ojos.
- Será mejor que te lleve a casa.
Se incorporó y tomó la ropa que se encontraba a un lado y empezó a vestirse.
- ¿Estás corriéndome? - pregunté yo tratando de sonar indignada.
- No - dijo mientras se abrochaba el pantalón-. Sólo te protejo. No quiero darle motivos a tu mamá para que no te deje verme.
- ¿Estás hablando enserio? - exclamé soltando una amarga carcajada -. Ella ya parece oponerse a que nos veamos. Es por eso que me he salido de casa esta noche.
- Bueno, entonces no le demos más motivos, ¿no crees?
Le sonreí en señal de aprobación. Comenzaba a sospechar que aquel muchacho me estaba contagiando ese instinto de no molestarse con los comentarios de los demás y con ese positivismo que tanto irradiaba a través de su bella sonrisa y del brillo de sus ojos castaños.
Nos vestimos entre bromas y risas, evitando ser atacada por las cosquillas con las que Curt me había amenazado y riendo de los chistes y ocurrencias del muchacho. No quería irme a casa, y sabía que él tampoco quería dejarme ir aquella noche, pero ambos sabíamos que lo que él decía era cierto. No teníamos que darle más motivos a mi mamá para no dejarnos vernos más. Yo no podría soportar mi vida sin él.
- ¿En dónde estabas?
La voz de mi mamá llegó a mis oídos en cuanto puse un pie dentro de la casa. Escudriñé la oscuridad buscándola, y allí, sentada en uno de los sillones de la estancia se encontraba ella, vestida con su pijama, el cabello despeinado y los ojos cansados.
- Salí a dar una vuelta - respondí con total tranquilidad.
- ¿Sola? - preguntó arqueando las cejas.
- No. Me he encontrado con Curt en el camino… él fue quien me trajo a casa - comenté tratando de sonar lo más tranquila y relajada posible -. No es una mala persona mamá. Quizá me he saltado un par de clases por él, pero eso no significa que sea malo.
- Es tarde, Sam - dijo ella frotándose los ojos con cansancio -. No quisiera discutir más contigo. Y si lo que deseas es no ver a un psicólogo…
- Iré - exclamé interrumpiéndola.
Me miró atónita, como si no creyera lo que había escuchado.
De camino a casa había lo había meditado, pensando que quizá no era una idea tan descabellada ir a un psicólogo. Chicos del colegio lo visitaban constantemente, y ninguno de ellos parecía un loco. Tal vez podría ayudarme con la situación de Nathan, o bien, hablar con mi mamá y hacerle ver que Curt no era malo.