Volví a ver a mi corazón un día lluvioso de agosto y déjame decirte con certeza que eso es lo peor que puede experimentar una persona que ama a otra.
Antes de su llegada, él y yo éramos una sola pieza, una sola alma. Sus brazos me aferraban con una fuerza descomunal y cada respiración suya se escondía en mi cuello. No había noche en el que no cruzara mi ventana como cual ladrón ejecutaba un robo. Venía cada noche a robar un pequeño trozo de mi corazón y yo gustosa ya iba afilando el cuchillo con el que me cortaría. Sus besos y tacto me pertenecían, sus pensamientos, su dolor, su amistad y alma me pertenecían; sin embargo, hubo algo que nunca me dio y es que ahora comprendo que siempre estuvo destinado a pertenecerle a ella. ¡Qué injusto puede ser el amor a veces!, yo dejé que se llevara mi corazón y él nunca me dejó siquiera tocar el suyo. Lo enterró profundamente y cuando ella apareció, desesperado empezó a cavar en la tierra. No le importó que la mitad de su alma sufriera las consecuencias de tan semejante esfuerzo, la sacrificó incluso cuando le significó un dolor intenso en su ser y que punzaba cada vez que nuestros ojos se encontraban.
—¿Y cuándo vuelves? — le preguntó la muchacha mientras permanecía parada al otro lado de la habitación, muy cerca de la puerta, cómo si ella intuyera que en cualquier momento necesitaría huir de aquella habitación.
—No creo que lo haga— respondió en voz baja el culpable de todas sus noches de angustia y dolor en los últimos meses.
—¿Por qué? — le refutó molesta pero poco sabía el muchacho que esa ira solo era un camuflaje para el intenso dolor que la carcomía por dentro—¿Acaso vas a vivir de por vida en este pequeño cuarto? —.
—No puedo volver—la muchacha iba a interrumpirlo, pero él no la dejó— No podemos volver y lo sabes. Nuestros padres no nos dejarán estar juntos— terminó soltando con tristeza, pero no por él sino por ella.
Aquello casi la rompe, pero resistió y no permitió que las lágrimas encontraran el camino hacia la superficie. Ella asintió con la cabeza dándole a entender que lo comprendía.
—Bueno, ya me tengo que ir, les he traído un poco de ropa y comida, no es mucho, pero les servirá para un par de días— dijo de forma fría— Cuídense, vendré a verlos en cuanto pueda volver a faltar a la escuela sin que mi mamá se entere.
Agarró el pomo de la puerta lista para marcharse, pero la mano de su mejor amigo la detuvo.
—Espera, no te vayas a así, ni me has mirando a los ojos mientras me hablabas. No te he visto en meses y eso me duele, pajarito. —la muchacha pudo detectar el dolor en su voz pues a diferencia de ella, él no lo ocultó.
Con un último de esfuerzo de su parte, ella volteó hacia él y le acarició el rostro suavemente. Dejó aquel rostro sin emociones y le regaló una sonrisa.
—Cuídate mucho, mi Tomy. — le dijo mirándolo a los ojos. El muchacho le devolvió una sonrisa triste, acercó su rostro al de ella y empezó a depositar pequeños besos en todo su rostro, primero besó su frente, segundo fueron sus ojos, luego sus mejillas, y finalmente se detuvo en la esquina de sus labios, demoró mucho más tiempo en esa zona, como si quisiera que el momento no acabara, como si no quisiera dejarla marchar.
La muchacha se separó lentamente del muchacho, pues parecía ser que la despedida nunca terminaría y esto solo hacía que el dolor los consumo a ambos. Ella se había prometido ser fuerte y padecer todo el dolor por ambos. No quería que él sufriera más, ya tenía suficiente en tener que vivir de por vida con tan solo la mitad de su alma.
Poco sabía ella que pronto experimentaría un dolor tan desgarrador que llegaría a destrozar cada fuerza, cada aliento y cada respiro que usó para resistir ante la pérdida de su otra mitad.
La puerta se abrió y reveló a una joven muy hermosa cuyos ojos jamás olvidaría, pues ellos representan el fin de un mundo en el que ella y Tomy eran una sola alma.
Pero no fueron sus ojos los que hicieron que ella se rompiera en medio de aquella habitación, fue el gran vientre redondo que aquella joven llevaba consigo.