Nurbanu La sultana que no podía amar

Capítulo 4

Palacio Topkapi (1544

 

La noticia había alborotado el harem, había dejado el palacio devastado, y a la sultana hecha trizas. Desde que llegó la carta de Rüstem Pasha, se encerró en sus aposentos y no volvió a salir; dicen que ha rechazado las comidas que han intentado llevarle y que ha echado a todo aquel que intentó ir a verla. Pero su dolor ha de ser muy grande. 

 

El sultán había muerto… 

 

-Olivia… ¿Crees que las cosas marchen cómo siempre?-Melissa se veía nerviosa- El príncipe Selim aún es algo joven… y dicen que no es muy bueno en lo que respecta a la política … ¿Crees que todo estará bien? 

 

No podía yo saber eso. 

 

-No lo sé… 

 

El sultán había muerto, y su hijo Selim lo había sucedido en el trono. Las cosas en el palacio se iban estabilizando poco a poco, conforme pasaban los días. En el palacio, ya se estaban acostumbrando al nuevo sultán. La sultana Hürrem había salido de sus aposentos, se veía dolor en sus ojos, pero se mostraba fuerte cumpliendo su papel. Ahora era la valide sultán, regente absoluta del harem. Los hermanos del sultán, la sultana Mihrimah se hallaba destrozada por la pérdida de su  padre, pero se mostraba fuerte como su madre y afrontaba los días. El príncipe Bayezid sólo asistió el día de sucesión del trono, y luego volvió a marcharse a Anatolia. Y el hijo menor Cihangir, el más enfermizo, seguía allí en el palacio enfrascado en la biblioteca; parecía no compartir la misma realidad que todos. Encerrado en su mundo, apenas se advertía su presencia. 

 

-Olivia, el príncipe Cihangir se haya descompuesto. Necesito que le lleves una sopa de pollo a sus aposentos- Me dijo Gul Aga interrumpiéndome en mis quehaceres. 

 

-¿Al príncipe Cihangir?-Pregunté yo. 

Me parecía una petición extraña, pero había oído que se nos permitía salir del harem para atender al príncipe por su condición especial. 

 

-Si niña, vamos, date de prisa. 

 

Se dio la vuelta para marcharse. 

 

-Gul Aga, espera…. al príncipe no le gusta que lo atiendan… 

 

-¿No oyes? ¿Eres sorda o qué? Se haya descompuesto, necesita atención. Ahora, ve y deja de dar vueltas. 

 

Asentí con la cabeza. 

 

El príncipe Cihangir era el único del palacio que no tendría no tenía un harem. Siempre estaba en sus aposentos, o en la gran biblioteca y había prohibido en vano que las concubinas del harem y sirvientes del palacio se acercaran a sus aposentos. Las muchachas más antiguas eran las únicas que lo conocían, las nuevas como yo jamás lo habíamos visto. 

 

Fui hacía la cocina y retiré la fuente con la sopa de pollo. Me dirigí hacía los aposentos del príncipe. Cuando llegué a la puerta, me detuve y toqué con los nudillos. Los aposentos de los príncipes siempre estaban escoltados, por criadas el de las mujeres y por guardias el de los hombres; el del príncipe Cihangir, no. En su puerta no había nadie. 

 

-Pasa-Escuché decir desde adentro. 

 

Como pude abrí la gran puerta y me adentré. Todo se hallaba oscuro, y en el lecho se hallaba el príncipe recostado. Un muchacho de mi edad, de ojos azules y cabello rubio. Tenía grandes ojeras bajo sus ojos que se hallaban colorados. 

 

-Príncipe.

 

Hice una reverencia. 

 

-Puedes dejarlo allí- dijo apuntando a una mesa. 

 

Me acerqué y apoyé la fuente. 

 

-Si no necesita nada más… 

 

-¿Cuál es tu nombre? 

 

Su pregunta me tomó por sorpresa. 

 

-Olivia, príncipe. 

 

Asintió. 

 

-Olivia, acércate. 

 

Algo dubitativa me acerque a su lecho. 

 

Se incorporó y pude observar una joroba en su espalda. Así que era esa la deformidad que hacía que se aislara y se mantuviera alejado del resto del mundo. 

 

Tomó una pequeña bolsita y me la entregó. 

 

-Ten, es para ti. Muchas gracias Olivia.

 

Era oro. 

 

Yo sonreí agradecida y volví a hacer una reverencia. 

 

-Dios lo bendiga príncipe- dije, luego me di cuenta del error-. Oh lo siento. 

 

Me sentí avergonzada. 

 

-Descuida, tú dios y mi dios no son tan distintos después de todo. No tienes que disculparte. 

 

Bajé la mirada, realicé otra reverencia y me marché de sus aposentos aún avergonzada. Si hubiese cometido ese error delante de alguien más habría sido castigada. 

 

Nos levantamos en la mañana como todos los días. Ada nos hizo formar una línea para recibir al nuevo sultán. Nos ubicó en los pasillos que conducían el harem con el corazón del palacio. El sultán pasaría por allí. 

 

-Cuando nuestro sultán aparezca, no lo miren a los ojos, hacerlo es considerado una falta de respeto. 

 

Todas asentimos. 

 

-¡Atención! ¡El sultán Selim se acerca!- exclamó uno de los guardias. 

 

Todas las concubinas nos pusimos firmes y agachamos la cabeza. 

 

Vi sus pies acercarse, no levanté la mirada, vi que sus pasos eran más lentos conforme avanzaba. Entonces se detuvo frente a mí. 

 

Mantuve la vista fija en sus pies, pero mi corazón se había acelerado ¿Por qué se detenía? ¿Acaso me castigaría?

 

-¿Cómo te llamas? –Me dijo. 

 

Me costó hablar, fue como si no supiera hacerlo. 

 

-Olivia, señor-Respondí. 

 

No me dijo nada más, vi sus pies marcharse, había seguido su camino. Cuando se hubo alejado, levanté la mirada y largué un suspiro. 

 

Nihal y Fatma se acercaron a mí. 

 

-¿Ha pasado lo que he visto?-Preguntó Fatma. 




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