Capítulo 2
Kai
Odio la lluvia.
Aparece como un anuncio. Tan inesperado.
Y su inquietud de dentro de mí era enorme.
Muestra un reflejo de la inquietud. Desgaste. Cansancio. Un cansancio que ya no sabía si era físico o del alma. Caminando bajo el aguacero, sin prisa.
Pero a dónde iría después de todo no es como si tuviera un lugar a donde ir… No suelo caminar sin rumbo. Pero esa tarde lo hice. No sé por qué.
Un cartel con luces caídas pero llamativas que daban paso a un pequeño café en una esquina tranquila. Sin pretensiones, sin excesos.
Luz cálida tras el cristal, un vapor suave en los ventanales, tal vez causadas por las máquinas de café, el murmullo apagado de conversaciones lejanas.
No sé qué me hizo entrar.
No era parte del plan. Nada lo era últimamente.
La campanilla sonó.
Y en ese instante, el aire cambió.
Lo sentí. No como una amenaza. Sino como un… tirón.
Y ahí. Detrás de la barra. Moviéndose con una gracia automática, como si supiera exactamente dónde poner las manos, cómo mover el cuerpo. Seguro, pero… cansado. Con una tristeza elegante, casi imperceptible. Como un eco antiguo que aún no se calla.
Nuestros ojos se cruzaron.
Y el mundo se detuvo.
No estoy siendo poético. Se detuvo de verdad. Como si cada molécula del aire hubiese girado hacia él.
Pero algo se dijo en ese cruce de miradas. Algo que no entendí, pero sentí. Familiar y peligroso al mismo tiempo.
Pedí el café y mantuve una pequeña conversación con aquel joven que perturbaba mi mundo.
Pero dos sucesos me sacaron de mis pensamientos. El principal un chico torpe ajustando servilletas en una mesa. Y... Una llamada. El nombre en la pantalla: “Jisoo secretaria tonta”, mi mano derecha. Contesté con un gruñido. Me fijé que el mesero se alejó lentamente a mesas cercanas
—¿Qué hay?
—Señor, aún no localizamos al deudor Han, ya han pasado más de veintinueve días desde el préstamo. Los puntos donde habitualmente el señor visita están vacíos. Y nadie lo ha visto hace veinte días. Pero seguimos buscando, estamos en contacto con nuestros hombres de Estados Unidos, China, Tailandia y Japón. Si es necesario enviaremos hombres a Europa y Latinoamérica.
—¿Y hay noticias de su familia?
—Dos hermanos, uno de dieciocho y otro de doce. Una madre enferma en el hospital general de Seúl. Podemos actuar en cuanto lo ordene.
—Ese idiota se fue dejando a su familia... Muy bien hazlo de acuerdo al protocolo. Que aprenda que no se juega con nuestras condiciones
—Entendido señor. ¿Vendrá hoy a la oficina?
—No lo sé tal vez más tarde, hoy es mi día libre. Además, haz tu trabajo no te metas en lo que no te incumbe
—Si señor lo lamento
Colgué el teléfono, el chico se acercó.
No sé si fue mi idea, pero mi intuición me indicaba que se acercó por ¿curiosidad?
Lo miré. Más de lo que debí. Más de lo que me permitía dar mi total atención a alguien
Se dio la vuelta y volvió a la barra.
Logré mantener una conversación con Noah. Su nombre en su delantal.
Mis ojos lo habían escaneado desde el momento en que entré al lugar. Pero no logré obtener ninguna clase de secreto oscuro. Tan solo marcas dolorosas en su mirada.
Caí en cuenta que estar conversando con él lograba que borrar mi sentido del tiempo. Mis ojos buscaban con cuidado un reloj. El reloj detrás de él. Me fijé bien y ya iban a ser las siete.
Y a pesar de hoy ser mi día libre, tenía que ir a arreglar unos asuntos.
Con pesar me despedí, pero sabía que volvería pronto a este lugar.
—Cuando te canses de lo amargo… llámame.
Miré directamente hacia sus ojos miel. E instintivamente guiñé un ojo. Me di la vuelta y salí.
Sin paraguas. Sin mirar atrás. Sin saber por qué lo dije ni en lo que dije.
Ese hombre —ese desconocido con alma de incendio lento— había hecho algo que nadie más había logrado.
Me movió.
Me removió.
Y el problema con mover el mundo de alguien como yo…
es que no sabes lo que va a desatar.