ʟᴀ ᴍɪꜱɪóɴ ᴅᴇ ᴄᴜᴘɪᴅᴏ ᴅᴇ ʟᴀ ᴍᴀꜰɪᴀ || ʙʟ || ᴏʀɪɢɪɴᴀʟ

Capítulo 4

Capítulo 4

Noah

El cielo de Seúl estaba teñido de un azul oscuro. La noche caía lentamente sobre Seúl, tiñendo los edificios con un azul profundo. Mi uniforme aún olía a café recién molido. Mientras caminaba de regreso a casa se sintió eterno.

Con los auriculares apagados, con los restos de la confusión que se había instalado en mi mente, se repasar una y otra vez la escena en la cafetería.

Era como si una parte de mí se hubiera quedado atrapada allí, en los ojos de ese hombre, tan oscuros, tan profundos, tan vacíos, pero con una chispa mágica en las múltiples ocasiones donde nuestros ojos se cruzaron. Solo había un problema…

No sé ni su nombre, no estaba en su tarjeta, ni el me lo dijo.

Solo sabía que no era un cliente cualquiera. Todo en él gritaba poder, pero no del tipo que ostentan los políticos o los empresarios famosos. Era algo más crudo. Más oscuro. Y sin embargo… había dejado una propina enorme. Quinientos dólares. Quinientos malditos dólares por un café.

—¿Quién hace eso? —Repliqué en voz alta.

Su tarjeta, todavía apretada entre mis dedos. Subdirector General. Nada más. Solo un número de celular y una dirección en Gangnam.

Mis pasos resonaban en las aceras mientras trataba de ignorar las preguntas que me carcomían por dentro.

¿Subdirector de qué?
¿Qué clase de empresa tiene esa clase de aura intimidante?
¿Por qué entraste a mi cafetería hoy?
¿Por qué me miraste así?
¿Por qué me dejaste sin palabras con un guiño?
¿Por qué me dejó quinientos dólares como propina?
¡Esa suma superaba por mucho lo que ganaba en un mes!
¡No tenía sentido!

—Noah, no seas idiota —murmuré para mis adentros—. Seguro es parte de algún negocio sucio. Deberías tirar esa tarjeta. No necesitas problemas.

Llegué a mi edificio, en Guro-gu, bastante modesto pero suficiente para mí. Las paredes eran delgadas, subí por las escaleras en el quinto piso. Casi sin darme cuenta, ya estaba frente a la puerta de mi pequeño officetel, con paredes delgadas, muebles de segunda. Cerré tras de mí y me quité los zapatos, cambiándolos por las sandalias desgastadas que me esperaban al lado de la entrada.

Dejé mi mochila sobre la mesa baja del salón, me dejé caer en el sillón.

Observé el billete bajo la luz tenue de la lámpara del techo, buscando una señal que me diga que era un billete falso. El papel crujió entre mis dedos, sintiéndose más real de lo que quería admitir.

Era una cantidad absurda para mí. Podría pagar el alquiler de todo el mes, comprar ingredientes caros para repostería, tal vez incluso renovar la vieja cafetera italiana de la cafetería. Pero ese dinero no era limpio. No era mío. Y me ardía en las manos.

—Mañana —dije, convencido—. Mañana iré a la dirección que aparece en su tarjeta. Le devolveré el dinero. No quiero saber nada más de esto. Ni de él.

Pero las palabras no eran tan firmes como quería. Al acostarme, cerré los ojos con fuerza. Pero mi mente retrocedió al instante exacto en que me guiñó el ojo. Ese gesto, me hizo sentir... confundido. Me hizo sonrojar.

¿Cómo podía un solo gesto derribar mi tranquilidad de esa forma?

Me cubrí el rostro con ambas manos. Mi corazón latía con fuerza solo de recordarlo. —No, no, no. No volveré a caer en juegos así. No después de lo que pasó con Ethan

—No otra vez —murmuré, intentando convencerme. Me levanté bruscamente y fui directo a la cocina. Serví un vaso de agua fría y lo bebí de un solo trago.

Dejé el billete sobre la mesa. —Mañana iré a esa dirección. Le devolveré este dinero y lo dejaré atrás. Está decidido. Sí, decidido —me repetí, como si al decirlo en voz alta pudiera obligarme a creerlo.

Fui a acostarme. Cerré las cortinas, me cambié de ropa y me metí bajo las mantas. Pero el sueño no llegó de inmediato. Me quedé mirando el techo, sintiendo que el silencio. Y lo último que vi antes de quedarme dormido fue su mirada. Una mirada que no debería haber sido cálida viniendo de un hombre como él.

Kai

Caminaba sin rumbo dentro de mi despacho como si el acto mismo de moverme pudiera arrancar los pensamientos que se me habían pegado a la piel como una maldita plaga.

—¿Qué demonios me pasa...? —murmuré con la voz quebrada, como si se hubiese oxidado por dentro—. ¿Qué carajo estoy haciendo? ¿Desde cuándo me permito perder el control por alguien?

Me llevé las manos al rostro, presionando los ojos con fuerza, intentando empujar hacia fuera las imágenes que no dejaban de repetirse en mi mente.

—Noah.

Su voz. Su mirada fugaz. El modo en que bajaba la vista cuando se ponía nervioso. Su sonrisa cansada. Su ropa impregnada de café y trabajo. Sus movimientos hipnóticos. Esos malditos gestos que ahora parecían haberse tatuado en mi memoria.

—No puede ser —me dije—. No puede ser esto. No es más que un desconocido. Un chico común. Uno cualquiera. Uno más.

Pero no lo era. Algo en él me rompió. Me desestabilizó de una forma que no entendía. Y cuanto más intentaba explicarlo, más me enredaba.

Me detuve frente al ventanal. A través del cristal opaco por la noche.

—¿Qué se supone que debo hacer? —pregunté al vacío.

—¿Por qué pedí un día libre solo para vagar como un imbécil por las calles? ¿Por qué fui a ese lugar?

Cada pregunta era un puñal, porque en el fondo… ya las sabía. Pero no quería admitirlo. Estaba atrapado. Como un rehén de mí mismo.

Entonces, una voz emergió desde el umbral. Firme, áspera. Casi como una sentencia.

—Demasiados “por qué”, ¿no crees?

Me giré de inmediato.
Ahí estaba.

Mi abuelo. De pie con su bastón, aunque no lo necesitaba. Solo lo usaba como símbolo. Como recordatorio de todo lo que había soportado… El cabello blanco como la sal vieja. Su figura no era imponente por el tamaño, sino por la gravedad que irradiaba. Por esa maldita mirada que todo lo escudriñaba.




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