Capítulo 5
Noah — Parte I
—Hoy abriré tarde la cafetería.
Todavía con el cuerpo envuelto en el sabor de una noche intranquila. Había algo más importante que un turno de café: quitarme de encima el peso que me ardía en el bolsillo. Ese billete de quinientos dólares.
Me vestí sin ganas, con lo primero que encontré. Sudadera negra, jeans viejos, chaqueta de mezclilla. No tenía energía para pensar en estética. Mientras terminaba de arreglarme busqué un sobre. Pues pensaba en meter el billete en el mismo ya que es de mala educación devolver algo así a la ligera. Me di el tiempo de estirar el billete meticulosamente para después meterlo en el sobre y sellarlo sin ninguna arruga. Lo guardé.
Suspiré cansado. Esperando que con esto termine todo.
Pero en el fondo, lo sabía. Nada volvería a ser como antes.
Tomé el metro hacia la dirección escrita en la tarjeta: una zona exclusiva de Gangnam, demasiado elegante para alguien como yo. Al salir de la estación, me encontré con una torre imponente, de cristal azul oscuro y acero pulido, elevándose como una espada contra el cielo.
Tragué saliva.
Entré. El vestíbulo era amplio y silencioso, con mármol brillante, luces blancas estratégicamente colocadas. En el fondo, tras un escritorio alto de madera negra y vidrio, estaba la recepcionista.
Una mujer de rostro severo, cabello recogido en una trenza perfecta y un vestido que resaltaba. Mantenía la vista fija en su pantalla cuando me acerqué.
—Buenos días —saludé con una inclinación leve—. Vengo a entregar esto... —levanté el sobre con la tarjeta.
Ella me miró de reojo. Sus ojos bajaron de inmediato a mi ropa. Su ceja se alzó apenas, y su voz se volvió cortante.
—¿Tiene cita?
—No, pero... es importante. Solo necesito ver a la persona que me dio esta tarjeta —extendí la mano.
Ella soltó una risa corta, sin alegría, sin mirar la tarjeta.
—¿Una tarjeta sin cita? ¿Sabe cuántos vagabundos como usted vienen a este edificio cada semana con un “mensaje importante”? —me escaneó de pies a cabeza, y no disimuló su desdén—. No puede entrar sin autorización previa.
—Por favor, solo mire la tarjeta —insistí, ya sintiendo el calor en mis mejillas.
Ella suspiró con fastidio, como si le estuviera haciendo perder tiempo valioso. Tomó la tarjeta de mala gana... y entonces su rostro cambió.
Sus ojos se abrieron apenas un segundo, luego volvió a cerrarlos con rapidez, tragándose la sorpresa. De pronto se enderezó en su silla, pulsó algo en su panel y se levantó.
—Un momento, por favor.
Desapareció por una puerta lateral. El ambiente se volvió más tenso que antes. Me sentí fuera de lugar. Como si mi sola presencia ya estuviera manchando ese espacio pulcro.
Cuando la recepcionista regresó, venía con una expresión completamente distinta. Más fría. Más robótica.
—Puede subir. Piso nueve. Oficina 9F —dijo sin mirarme a los ojos. Me devolvió la tarjeta con ambas manos, en gesto formal—. Lo están esperando.
—¿Quién me espera? —pregunté, confundido.
Ella titubeó.
—El subdirector general.
Eso no aclaraba nada. Solo asentí con una falsa seguridad que no sentía y me dirigí al ascensor. Mientras subía, mi pecho latía con fuerza. Todo era demasiado silencioso. Como si ya supieran que vendría. Como si... alguien lo hubiera previsto.
Kai — Parte II
El silencio en la oficina era pesado, aún con la camisa medio desabotonada y los puños de la manga arremangados hasta los codos. La corbata yacía tirada sobre una de las sillas, olvidada como todo lo demás
Una de mis manos sostenía mi cabeza, mientras con la otra mano sostenía la tarjeta que le había dado a ese chico.
—Noah.
Apretaba el pedazo de cartón entre los dedos como si su vida dependiera de ello.
No había logrado dormir. Solo había cerrado los ojos por unos minutos, exhausto, hasta que la tensión lo venció.
—¿Por qué no me temiste o al menos no lo hiciste evidente?
—¿Por qué siento que al mirarme me viste?
—¿Qué demonios me pasa? —Mi cabeza repasaba expresión atónita de Noah cuando vio la cantidad de la propina. El rubor en sus mejillas. Y esos ojos, tan limpios. Tan fuera de lugar en mi mundo.
El golpe seco en la puerta logró sacarme de mis pensamientos.
—Vicepresidente Kim, disculpe la intromisión —La secretaria, Jisoo, con su tono habitual de eficiencia contenida—. Su prometida quiere pasar.
Alcé la cabeza y masaje el puente de la nariz.
—¿Qué hora es?
—Casi las siete Y tiene veinte minutos antes de su reunión con el director inversionista Yoon —añadió.
Me incorporé incomodo. Acomodé un poco mi camisa. Desde que me comprometí con Lyra, mis mañanas eran pesadas, por las obligaciones.
—Hazla pasar —dije finalmente, mientras soltaba un suspiro de cansancio.
La secretaria asintió con un leve gesto y salió con la misma eficiencia con la que entró.
Lyra entró como si fuera su oficina. Su abrigo crema caía sobre sus hombros con una elegancia medida, el cabello impecable y el perfume dulce y caro llenando la estancia con una fragancia fría. Sus tacones resonaban en el mármol como un metrónomo.
—Dormiste aquí otra vez, ¿cierto cariño? —dijo sin molestarse en sentarse primero.
—Tenía cosas que hacer —respondió en tono seco.
Lyra con muecas se sentó en uno de los sofá frente al escritorio.
—Por Dios vengo de Rusia y lo primero que veo al llegar es a ti con cara de muerto —Lo dijo con una mueca marcada.
—Solo tengo veinte minutas antes de una reunión importante… ¿Qué haces aquí?
—Mi padre dice que deberíamos anunciar la fecha del compromiso en la gala de caridad del próximo mes. Tu padre está de acuerdo. Y yo también, supongo.
—¿Y tú qué piensas? No lo que se esperan. Lo que tú realmente piensas.