Capítulo 6
Noah
Cuando se fue respiré hondo. El silencio era de tranquilidad.
Me detuve en medio de la oficina, contemplando el amplio ventanal que se extendía como una pantalla sobre la ciudad. El cielo estaba despejado, y por un instante olvidé que estaba invadiendo un espacio privado.
No sé qué fue… pero algo me impulsó a sentarme en la silla del director. Era enorme, firme, elegante… Como él
Cuando me senté en la silla la giré lentamente hacia la ventana y, mientras veía el mundo tan pequeño desde ahí arriba, algo me envolvió. Tal vez fue el olor… esa mezcla entre madera, café y un leve perfume masculino que me resultaba vagamente familiar.
Cerré los ojos, solo por unos minutos… O al menos eso creí. Cuando los abrí, mi cuerpo se estremeció.
Él estaba ahí. Y yo estaba tapado con su saco.
Sentado frente a mí, en una de las sillas paralelas, sin emitir un solo sonido. Tenía los documentos en las manos y los leía con atención quirúrgica, como si del contenido dependiera la vida de alguien. Su ceño ligeramente fruncido, la camisa bien planchada y con tres botones sueltos. Su presencia imponía, incluso en silencio.
Me levanté tan bruscamente que la silla chirrió y resbaló hacia atrás. El saco calló al suelo. Hice una reverencia nerviosa.
—¡Lo siento mucho! No debí sentarme aquí, fue una falta de respeto…
Él levantó la vista, sin molestia, y recogió el saco del suelo con calma.
—Está bien. Te dije que hicieras lo que quieras —dijo, con una suavidad casi peligrosa —De hecho, me alegra que aún estés aquí.
Quise responder algo, pero mi garganta se secó. Él se puso de pie y caminó hacia una mesa lateral.
—Compré una cafetera. Está instalada allí —Dijo, señalando con el mentón una máquina de aspecto moderno, sofisticado, probablemente última tecnología.
—También mandé a comprar todos los cafés que tenías en tu tienda —añadió, rascándose la nuca con una expresión tímida que desentonaba con su aura — Me gustaría que me prepararas uno como el de ayer.
No pude evitar sonreír. Fue un gesto genuino, casi tierno. Asentí con la cabeza y me acerqué a inspeccionar los cafés.
No estaba mi mezcla habitual, pero encontré varios granos conocidos. Recordé una vieja receta que solía preparar en los primeros días del Rincón del Expresso. Molí los granos manualmente, combinando marcas distintas. Era una fórmula que mi abuela me había enseñado. Lo llamábamos “el blend híbrido”. Olía a café fuerte, casi amargo… pero al probarlo, el dulzor te sorprendía.
Mientras la cafetera trabajaba, lo observé de reojo. Seguía concentrado en sus documentos, como si todo lo demás no existiera. Aun así, su presencia llenaba la oficina. Todo estaba en silencio, salvo por el zumbido de la máquina y el crujido ocasional de las hojas que pasaba con sus dedos largos.
Cuando el café estuvo listo, lo serví con cuidado. Llené la taza casi hasta el borde, dejando espacio solo para la espuma.
Y sin pensarlo… mis manos dibujaron ¿un corazón.?
Me congelé.
¿Qué hice?
Ya era tarde para corregirlo. Estaba parado frente a su escritorio, y la taza ya estaba en su sitio. Él alzó la vista lentamente.
—Huele bien —dijo, antes de mirarme directamente a los ojos—. ¿Por qué no te serviste una taza también?
Las palabras se me escaparon antes de pensarlas.
—Pensé que… le incomodaría tomar café con un hombre, después de estar con una mujer muy hermosa.
El ambiente se tensó.
Él dejó el documento sobre la mesa. Se levantó sin decir nada y caminó hacia la cafetera. Mi pulso se aceleró. No sabía si había cruzado una línea. Quizá iba a enojarse. Tal vez me pediría que me fuera.
Pero en lugar de eso, regresó con otra taza humeante en la mano. Se detuvo frente a mí. Con suavidad, tomó mi muñeca y me guio hasta el sofá de cuero que había en la esquina de la oficina. Me sentó con cuidado y colocó la taza entre mis manos.
—Bébelo conmigo —dijo, y su tono fue tan íntimo, tan sincero.
—Si usted me lo permite.
—Noah. Puede que sea mayor que tú, peo háblame informalmente sin problema.
—Está bien, lo intentaré.
—Siéntete cómodo.
—Gracias.
Y así nos quedamos. Sentados, frente a frente. El silencio ahora no era incómodo. Era un puente invisible. El primer sorbo de café fue cálido. Intenso. Familiar.
Y por primera vez en mucho tiempo, sentí que estaba exactamente donde debía estar.