Capítulo 8
Kai
Ese momento, tan íntimo y personal, era casi perfecto. Dos tazas de café aún humeaban. Yo hablaba, él escuchaba. Por primera vez, alguien me escuchaba sin calcular qué podía obtener de mí. Por primera vez, yo era solo un hombre intentando enamorarse como cualquier otro.
Pero ese segundo se rompió. Como un vidrio que se astilla de golpe.
La puerta se abrió sin previo aviso.
—¿Interrumpo algo? —dijo una voz seca, brutalmente familiar, acompañada por el eco de unos pasos que helaban la sangre.
Mi padre. El presidente Kim. Imponente como siempre, pero más que imponente, detestable. Ese tipo sabía entrar en una habitación como si el mundo le perteneciera. Lo peor era su mirada: vacía, depredadora, burlona.
Su vista se clavó en Noah como una daga.
—El barista... —murmuró con una sonrisita torcida —Qué interesante elección. Supongo que hasta los perros necesitan un juguete para entretenerse.
—No hable así —espeté, sintiendo la rabia prenderse al instante en mis venas — Él no es parte de esto.
—¿No? —Su tono era como un cristal afilado— Todo lo que tocas es parte de esto, Kai. ¿O ya se te olvidó tu apellido?
Noah se levantó, incómodo. Sus ojos buscaban una salida. Y por dentro, me partía ver su expresión. Estaba asustado. Mi padre se deleitaba con eso.
—Vengo preparado —continuó, arrojando una carpeta sobre la mesa con desprecio— Un contrato de préstamo. Bastante generoso. Claro, con cláusulas... digamos, diseñadas para el crecimiento de pequeños locales. —Yo sabía lo que era, intereses imposibles. Cláusulas abusivas. Básicamente, una cadena disfrazada de ayuda.
—¿Está loco? —dijo Noah, con voz temblorosa pero firme.
—¿Ves? Habla como si tuviera elección —sonrió mi padre —Kai, dile adiós. Este niño acaba de recibir su pase de regreso a la mediocridad. Pero si solo quieres coger. Hazlo, úsalo como juguete. Después deshazte de él
—Que mierda estás pensando.
Noah dio un paso atrás, impactado. Me miró, buscando protección. Y yo… sentí cómo la furia en el pecho.
—Sal de aquí, Noah —dije, con el corazón en un puño.
Él dudó un segundo. Nuestros ojos se encontraron. Salió corriendo, dejando tras de sí el eco de nuestro momento tranquilo.
Cuando la puerta se cerró, giré lentamente hacia mi padre.
—Eres un hijo de puta. No tienes derecho a meterte en mi vida personal.
—¿Tu vida personal? —soltó una risa seca, hueca, sin alma— No tienes vida personal, Kai. Lo que tienes es una posición. ¿O crees que estás en un drama barato donde el amor supera el negocio?
—¡¿Por qué mierda haces esto?! —grité, empujándolo con violencia.
—¡Porque alguien tiene que recordarte que no eres especial! —rugió —¡Solo eres una pieza reemplazable! ¡Y si tengo que romperte para que encajes, lo haré!
Me lanzó un golpe directo a la cara. Fuerte. Sentí el sabor metálico de la sangre en mi boca.
—¡Maldito seas! —grité, devolviéndole el golpe con rabia acumulada de años. Su cuerpo se tambaleó hacia atrás. Pero se recompuso de inmediato.
—¡Eres una decepción! —vociferó — Debí mandar a matar.
—¡Pedazo de mierda! —rugí como un animal, abalanzándome sobre él.
Nos enfrascamos en una pelea sucia. Puñetazos, empujones, gritos.
Hasta que la voz de mi abuelo tronó:
—¡BASTAAA!
Él y dos guardaespaldas irrumpieron, separándonos a la fuerza. Yo estaba ensangrentado, jadeando como si me hubieran sacado los pulmones. Mi padre, con la camisa rota y los ojos llenos de furia, seguía luchando por soltarse.
—¿¡Qué clase de monstruo le pega así a su hijo frente a sus empleados!? —vociferó mi abuelo, abrumado por la escena — ¡¿Qué te queda ya de humano, Hyun-Woo!?
Mi padre escupió al suelo. No dijo nada. Sólo se sacudió las manos como si se hubiera ensuciado tocándome.
Mi abuelo con sus hombres escoltaba a mi padre, sacándolo de mi oficina. Mientras yo respiraba agitado. Mis nudillos estaban rojos.
Mi secretaria. De pie en el umbral, temblorosa, como una cucaracha expuesta bajo la luz. Su rostro estaba tan pálido que parecía a punto de colapsar. Pero lo que más me hervía la sangre no era su presencia... sino su expresión: culpabilidad disfrazada de preocupación.
—¿Fuiste tú? —pregunté, con una calma que helaba la sangre —¿Tú le dijiste a ese bastardo que Noah estaba aquí?
—Señor. Kim, yo... él me presionó, yo solo...
—¡Contéstame, carajo! —troné con una furia que sacudió las paredes —¡¿Sí o no?!
Ella tragó saliva. Su silencio lo confirmó todo.
Una risa amarga me brotó, rota, oscura.
—Sabía que eras una inútil, pero no pensé que también fueras una traidora barata —espeté, acercándome paso a paso mientras ella retrocedía con lágrimas en los ojos —Vendiste a alguien inocente solo para que ese viejo de mierda te lanzara una mirada de aprobación. ¿Eso era todo lo que valías? ¿Un revolcón con él?