Capítulo 9
Noah
Corrí. No lo pensé, no miré atrás.
El pasillo del edificio se estiraba como un túnel eterno. El corazón me golpeaba tan fuerte el pecho que creí que iba a desgarrármelo desde dentro. Sabía que no era un hombre normal, pero esto.
Apreté el botón para llamar el ascensor como mil veces. El ascensor tardó demasiado. Y cuando finalmente se abrieron las puertas, entré tambaleándome y presioné el botón como si fuera un salvavidas. El reflejo en el espejo estaba cubierto de sudor. El momento me había puesto muy nervioso.
—Estoy perdiendo la cabeza… —murmuré, sintiendo que incluso mi voz temblaba. —Tengo que salir de aquí
Cuando llegué al lobby, mis piernas eran hilo. Sentía las plantas de los pies heladas. Crucé el vestíbulo en estado de trance, y escapé del edificio.
Corrí.
No miré a nadie.
Fui directo a mi cafetería como un impulso.
Metí la llave con torpeza. Me tomó tres intentos abrir. Cerré con fuerza y eché todos los cerrojos. Apagué las luces. Bajé las cortinas.
Hui al fondo, al cuarto de descanso.
Cerré la puerta con llave. Le puse la silla encima. Apilé dos cajas.
Necesitaba distraer mi cabeza, así que me dedique a separar granos y ordenar la bodega
Todo era muy silencioso.
La silla contra la puerta se movió. Lo miré con susto, pero me dije a mi mismo que fue mi cabeza.
Pero un golpe más fuerte recorrió la sala. Me sobresalté, me acerqué con cautela a la puerta. La abrí apenas para ver. Pero la luz se fue y la luz de emergencia titiló. Por un segundo el cuarto se iluminó en rojo.
Tres hombres, de pie junto a la puerta. Sonriendo.
Me tapé la boca y pegué mi espalda contra la pared.
Unas llantas rechinaron fuera del local. Me armé de valor y con piernas temblorosas y prendí los fusibles de la luz. Lo que vi me aterrorizó.
Pierdas grandes por todo el local.
Cristales rotos.
Mi cafetera dañada.
Y en un espacio sobre la mesa vi papeles. Era el contrato que aquel hombre mencionó antes.
Rompí el documento con desesperación. Mi amado santuario había sido perturbado… Roto… Grité, un grito con todo el aire que tenía. Pero no había nadie para oírme.