Capítulo 10
Noah
Cuando por fin logré que todos los pensamientos se alinearon, solo quería desaparecer… Quería cerrar los ojos y volver a la mañana anterior, cuando todo era normal, cuando solo pensaba en café y recetas nuevas. Pero era inútil.
Mi única meta era llegar a casa. Ese espacio pequeño y silencioso.
Salí de la cafetería sin mirar atrás. El viento nocturno me golpeaba la cara como una advertencia. Corrí. Ni siquiera caminé. Corrí como si algo me persiguiera. Porque, en cierto modo… algo sí lo hacía...Pero no era humano.
Kai
Ya han pasado dos horas desde que Noah se fue. Ya eran las nueve de la noche y lo único que llegó a mis manos fue el informe que le dieron a mi padre.
Me concentré en leer cada detalle, cada palabra. Subrayé a los vigilantes y también miraba su información que me trajo mi empleado.
Habían averiguado todo acerca de Noah. Su rutina. Su ruta. Los clientes. El dinero que generaba. Sus ex parejas. Su familia. Sus deudas pasadas, pero me di cuenta que no estaba registrada la deuda que tuvo por su ex pareja, lo cual me sorprendió, pero agradecí que no encontraron esa deuda ya que podían usarla en su contra.
También leí el informe de nuestra interacción. No había casi información. Suspiré aliviado. Llegue a la parte de las fotografías y me quede admirando a Noah sonriendo conviviendo con un niño. Esa sonrisa tierna, despreocupada que me llenaba el corazón.
Uno de mis empleados entró sin tocas, entró y ni siquiera salud, estaba respirando con dificultad. Me levante de mi asiento.
—¡Señor, la cafetería del joven Noah ha sido perpetrada y parece ser que fueron hombres enviados por el presidente!
No esperé a escuchar más y salí con paso apurado, dejando todo atrás. Solo tomé mi teléfono y marqué a otros empleados.
—¡Quiero el auto listo en un minuto, si me hacen perder el tiempo ustedes lo pagarán! —No podía ocultar la rabia, pues no podía perder el tiempo.
Y tal cuál lo ordené cuando bajé y mis hombres ya estaban en el auto esperándome. Abrí la puerta del piloto y el empleado bajo del auto y se sentó atrás. Aceleré todo lo que el acelerador lo permitía y llegamos a la cafería en cinco minutos. El auto frenó a raya. Me bajé y entre siendo seguido por mis hombres. La escena era brutal, escanearon el lugar de pies a cabeza y uno de ellos me trajo un documento partido en varios pedazos, como si alguien lo hubiera roto con mucha ira. Lo miré atentamente. La firma de mi padre. Estrujé aun más fuerte el documento.
—Quiero que limpien el lugar, déjenlo impecable y pongan cámaras, alarmas, puertas resistentes y ventanas duras —No esperé una respuesta y salí al auto.
Me dirigí a la casa de Noah. Me enojaba por saber la dirección, porque el no fue el que me lo dio, sino lo supe por el informe sobre Noah. Llegué en diez minutos pisando el acelerador a fondo.
Y para mi sorpresa la puerta no tenía seguro. Así que entré, pero estaba vacío, era un lugar acogedor, pequeño pero acogedor. Me senté impaciente en la entrada
Noah
Cuando por fin vi la puerta de mi apartamento, una punzada de alivio me atravesó el pecho. Metí la llave con manos temblorosas, la llave no entraba e intenté innumerables veces sin detenerme. Hasta que abrió… pero no por mis llaves
Ahí estaba.
Una silueta oscura. Alta. Familiar.
Mi corazón se detuvo.
Kai estaba allí.
Di un paso atrás. Intenté cerrar la puerta con todas mis fuerzas, como si pudiera bloquear al mundo con un solo movimiento. Pero fue inútil. Él era más fuerte.
La puerta se abrió con facilidad, y entonces todo mi mundo se vino abajo.
Grité. No pude contenerlo.
—¡No! ¡Fuera! ¡Aléjate!
Me tropecé con i propia pierna. Y caí chocando contra la pared. Me tapé los oídos como si eso pudiera silenciar su existencia. Mi respiración era descontrolada, mis labios temblaban, las lágrimas volvían como una marea violenta.
—¡Lárgate! —grité otra vez—. ¡Déjame en paz!
Y entonces sentí su presencia.
Se agachó frente a mí con una urgencia desesperada. No como un agresor. No como una sombra… sino como un hombre roto.
Me envolvió en un abrazo, con una voz que parecía a punto de quebrarse.
—Lo siento… por favor… perdóname.
—No… —susurré entre lágrimas—. No…
—Noah… —susurró con la voz rota, temblorosa, humana — Lo siento… por Dios, lo siento. Perdóname. No te dejaré solo, Noah. No lo permitiré. No dejaré que mi padre te toque, lo juro. No permitiré que nadie te lastime más. Ni siquiera yo. Te juro que te voy a cuidar.
Sus palabras no eran un guion. No eran una excusa. Su voz… su voz no sonaba a amenaza. Sonaba a súplica.
Y su abrazo…
No era fuerte.
Era urgente.
Como si yo fuera su última tabla de salvación.
Y eso fue lo que más me dolió.
¿Cómo podía doler tanto que alguien intentara protegerme?
Lo empujé con fuerza, con toda la rabia acumulada.
—¡Esto es tu culpa! —le grité, sin mirarlo—. ¡Tú lo trajiste a mi vida! ¡Tú me metiste en este infierno! ¿Por qué apareciste si solo ibas a destruirlo todo? ¿Por qué si solo nos hemos visto un par de veces? ¿Por qué ahora? ¡Solo tenías que tomar de vuelta el dinero y que esto se acabe!
Mis ojos, llenos de miedo y rabia.
—Por favor ya vete…
Él no se defendió.
Solo… me miró.
Tomó mis muñecas con delicadeza, sin apretar, sin fuerza. Solo para que no escapara.
—Tienes razón… —susurró —Es mi culpa. Todo es mi culpa. Lo sé. No hay nada que pueda decir ni hacer para cambiarlo.
—¡Entonces vete!
—No puedo. No después de conocerte. Lo siento…
—Solo vete… ya
Todo mi dolor, todo mi enojo, todo mi miedo se transformó en otra cosa. En una angustia nueva. Una que venía con su voz, con su calor.
Me derrumbé en su pecho, con mis puños golpeándolo con torpeza.
Golpes suaves. Como los de un niño herido.