Obertura

BARCOS DE PAPEL

Río Yuma, Colombia, 19 de septiembre de 1999.

Gotas glaciares caen dentro del lago de un páramo, concebido en la solitaria cumbre de la cordillera, donde un tranquilo riachuelo comienza su recorrido entre frailejones escondidos en la niebla y desciende a través del bosque para unirse a ciertos arroyos que desean ser parte de esta historia. Saltando entre las peñas, incontables chispas fluviales encandilan con su resplandor a las miradas que se atreven a retar el reflejo del astro primordial, que altivo como la única isla del océano celestial, irradia su poder desde el incandescente cenit. El caudal de biomasa del macizo montañoso se ha transformado en el río Yuma, el cual atraviesa la selva tropical y visita algunos pueblos mientras es acompañado por ceibas, nutrias, mojarras, mangos, loros y el olor de húmedas brisas. Durante esta travesía, su torrente es cautivado por una joven mujer, quien intercalando chapuzones y baños de sol, observa pensativa al creador de un posible universo.

Después de ochenta y cinco pensamientos, ella reúne el valor suficiente para acercarse al muchacho de piel pálida acurrucado en la orilla, junto a un racimo al que le queda el último banano, y le dice:

—Oye: es la una de la tarde y no veo nubes en el cielo. Me preocupa que un blanquito como tú pase horas en cuclillas, con la espalda descubierta bajo este solazo; al menos aplícate filtro solar, si no quieres recordar con dolor esta tarde tan caliente.

—Eso no sonó muy natural. ¿Estuviste practicando lo que me dirías mientras me espiabas? ¡Vete, niña! Estoy ocupado. No interrumpas mis pensamientos, son más importantes que cualquier cosa que me puedas decir —musitó apáticamente el joven lampiño. Apenas era posible descifrar sus palabras, estas se alineaban de manera armoniosa con el estruendo del agua y la trova del bosque. Él ni siquiera desvió su mirada de la escena del naufragio de su última historia, que intentaba navegar sobre las arcillosas olas del Yuma.

—Pues sí, ¡tal vez lo practiqué! Tal vez también imaginé tus respuestas. Tal vez yo ya me voy y te dejo solo con tu sarcasmo…

Ella respira sonoramente y con evidente enojo. Da media vuelta para marcharse, pero inexplicablemente se devuelve. Intenta decir algo, se arrepiente y de nuevo retrocede. Al fin, sin más titubeos, se acerca y lanza toda su ironía en cortas frases.

—Pensaba que un fabricante de barquitos de papel junto al río sería alguien interesante. No niego que componías una escena hermosa para guardar como un bonito recuerdo, pero tuve que acercarme y destruir la magia: lo único que haces es arrojar basura con tus horribles barcos. ¡Deberías tomar clases de origami! ¡Adiós!

—¡Espera! ¡No te vayas! Hace poco imaginé que vendrías y tu voz me hace recordar el futuro —dice él con un gesto de arrepentimiento, mientras lentamente se voltea en cuclillas. Su mirada baja se estrella contra las firmes piernas de la intrusa. Con su visión periférica logra apreciar la actitud desafiante de los brazos cruzados, y por varios segundos, sin pronunciar palabra alguna, observa los pies de la chica hasta que decide romper el hielo—. Tienes unos dedos meñiques muy bonitos, sin uñeros y con muy poquita mugre. No están apachurrados, las uñas están completas… Ni siquiera esos raspones en tus rodillas evitan que luzcas tus largas piernas. Sin embargo no quiero ver tu rostro, todavía, porque espero que seas muy fea, ya que insultaste a mis barquitos de papel.

Ella se mantiene en silencio, de pie y erguida, con las piernas ligeramente abiertas y los brazos cerrados; así lo observa desde su posición elevada, esperando intercambiar una primera mirada. Él entiende su mutismo y prosigue con su monólogo.

—Fuiste graciosa, pero estuvo mejor tu odiosa respuesta. Ya conozco dos de tus extremos; sin embargo, sería interesante descubrir los intermedios, como tu ombligo, el cual es bastante normal. ¿Qué puedo decir de él? Es un ombligo promedio en un lindo abdomen. De ahora en adelante voy a evitar las descripciones, pues tengo un par de buenas razones. ¡Créeme! Además, sin querer, ya vi tu no tan feo rostro.

Él se pone de pie y la enfrenta. Un par de pobladas cejas negras se fruncen para proteger sus oscuros ojos de los rayos del sol, los cuales por primera vez reflejarían el verde feroz de la mirada de la misteriosa chica, espacio en donde le era posible verse a sí mismo: un pálido mulato. En esos ojos claros puede diferenciar las peñas que acogen el garrir de los loros y las distantes montañas de la cordillera; el celeste firmamento; una pequeña y solitaria nube; el caudaloso Yuma. También puede divisar un reproche que espera ser atendido, acompañado de una sutil sonrisa desafiante.

—Eres bastante alta para ser mujer, estamos casi a la misma altura. —Las palabras salen de su boca como si no hubieran sido procesadas en su cerebro. Intenta agregar algo para no sonar como un idiota, pero ella contesta rápida y mordazmente.




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