Obertura

EL SUEÑO DE YEHERO

La tristeza se evidencia en su rostro. Cada pregunta articulada en su cabeza es respondida antes de que pueda formularla. Áitapih, observadora enamorada del monólogo de un ser distante que ahora se manifiesta a través de un semejante. Tras una larga pausa contemplativa, Yehero destruye el silencio.

—Ya entendiste que nos queda poco tiempo juntos, por eso quiero dejarte como regalo el onirismo. Estoy compartiendo contigo el último sueño que tuve. Como te dije antes, no recuerdo cómo empieza, pero así son los sueños: solo puedo recordar la sensación de estar buscando algo mientras me encuentro en un salón inmenso y vacío. El techo cilíndrico es tan alto que podrías meter una montaña en su interior, y las paredes quedan tan distantes que se difuminan en el horizonte. Adentro, una intensa luz amarilla ilumina todas las direcciones… sin embargo, es imposible entender de dónde viene. Está en todas partes, mi cuerpo no produce sombra. En el salón también hay muchos rectángulos en el suelo que contienen agua iluminada desde adentro con distintos colores y que cubren la totalidad de la superficie. En ese momento siento que estoy siendo perseguido y quiero escapar, así que escojo uno de los rectángulos y entro en él.

Desde su interior veo un translúcido verde sin mácula alguna. Nado un poco, con la intención de salir por otra tonalidad, pero me encuentro con que una perfecta línea divide los colores. Me doy cuenta de que lo que parecían muchos rectángulos son en realidad un mismo cuerpo de agua, de todas las gamas imaginables.

Ahora estoy en uno muy perfecto: el agua es de color naranja, y por más que me mueva, no fluye ni pierde su forma cúbica; tampoco se mezcla con las zonas cercanas. La luz en su interior no se distorsiona. Observo cómo el agua cambia de color al pasar de un cubo al siguiente, sin alterar la geometría de los invisibles contenedores traspasables. Atravieso el color naranja y ahora me encuentro en el azul. Sé lo que tengo que hacer y, como un autómata, no pienso, sino que tomo decisiones de forma instintiva. ¡Estoy siendo guiado por las circunstancias y un saber inconsciente!

Me dirijo hacia arriba del rectángulo violeta y la angustiosa sensación de que pronto seré alcanzado es cada vez más fuerte. Al salir descubro un lugar muy distinto, broto de unas fuentes de agua y frente a ellas hay un edificio blanco iluminado con luces violetas, que no solo alumbran la edificación sino también a todo el sector. Junto a dichas fuentes hay tres rectángulos con aguas de refrescantes colores violeta y cian.

Decido entrar en el cian, dado que percibo que estoy en el lugar incorrecto. Aunque ni siquiera sé qué busco, entiendo que cada color es un portal a un mundo desconocido. Nuevamente me encuentro entre rectángulos líquidos de infinitos colores: del cian paso al rojo, del rojo al café, luego al rosado, verde limón, fucsia. ¡Ninguno de estos es el correcto! Algo aturdido, solo sé que debo darme prisa o no lo lograré.

Mientras buceo en la sustancia, me percato de que respirar no me hace falta y me vuelvo consciente de la extraña situación: nadando sin rumbo pero con prisa.

Decido dejar de actuar de manera autómata y cuestiono mis acciones: ¿Qué hago en este lugar? ¿Qué es lo que busco? Cuando trato de recordar quién soy, me doy cuenta que esto es un sueño. Todo en mi mente se aclara y mis preguntas son respondidas. Reconozco con alivio que aún estoy a tiempo. Solamente debo lograrlo y, ante todo, no debo olvidar lo que estoy haciendo, porque de nada sirve experimentarlo si después no lo recuerdo. Me repito: es imprescindible mantener la comunicación entre ambos Mundos.

Ahora distingo un verde claro, estoy cerca… Giro a la izquierda y navego por el amarillo… ¡Justo allí, salgo al exterior!

Cambio de panorámica. Estoy saliendo de una alberca en la terraza de un edificio, en una ciudad. Veo que los memges se transportan en extraños vehículos voladores, pero no se parecen nada a los carros de vapor y de carbón de nuestra época: estos utilizan una especie de combustible extraordinario, mucho más poderoso, que les permite moverse por los aires. Las construcciones parecen vivas, algunas son tan altas que hacen imposible divisar el horizonte; unos edificios se retuercen como si fueran de algún material elástico, otros se dilatan y se pierden en el cielo. Observo que toda la materia de aquella ciudad parece desprenderse paulatinamente para agruparse en una gran masa que se encuentra flotando en el cielo, centelleando como si fuera una estrella.

La alberca está en la terraza de una fábrica abandonada. Comienzo a bajar por las vetustas escaleras de madera, y al descender unos diez pisos llego a una puerta trasera. Cuando salgo al ajetreado callejón peatonal noto que todos los memges usan extrañas máscaras, como si se dirigieran a diversos carnavales: unas son coloridas, otras tienen largos picos, plumas, brillantes gemas; hay elegantes y sobrios diseños, cabezas gigantes, y la gran mayoría de ellas se asemejan a rostros blancos y geométricos desprovistos de nariz, con oscuros ojos redondos que no reflejan la luz. Observo que los transeúntes pertenecen a un mismo conjunto; es decir, sus cuerpos parecen ser individuales, pero cuando se acercan o se tocan entre sí, se mezclan sutilmente, ¡como masa para pan!




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