Obertura

LAS LUCIÉRNAGAS

 

Los perezosos párpados de Áitapih se abren con dificultad. Sus ojos intentan captar la poca luz que refractan los objetos en la noche oscura, con nubes que cubren las estrellas y la luna. Pequeños destellos intermitentes que iluminan el camino la distraen dentro de la confusa situación. Intenta enfocar las minúsculas luces, pero estas permanecen distantes y difusas. Es capaz de escuchar un gutural canto de desconocidos animales y el agudo chirrido de millares de insectos, a la vez que percibe un aroma similar a la flor del caballero de la noche oculto entre las sombras.

—¡Enciende la lámpara! Busca en el brazo de tu silla una pequeña rueda —dice Yehero.

—¿Dónde estoy? ¿Estamos viajando sobre algún animal? No puedo ver nada, está muy oscuro. ¿Estás ahí abajo? — Pregunta Áitapih mientras explora el vacío con sus manos, cómodamente sentada y percatándose de un constante vaivén en su vehículo de viaje.

La sonora risa de Yehero se escucha desde abajo: —¡JA, ¡JA, ¡JA, JA! —Las ondas de sonido esbozan fugazmente el paisaje de un denso bosque, como si un relámpago hubiera iluminado su camino—. ¡Sí! Yo soy tu animal. Te estoy cargando, Áitapih, como si fueras un morral. Estás en un sillón que diseñé especialmente para ti, a tu medida. Vamos a vivir juntos por un tiempo, como habíamos acordado, hasta que mueras de verdad. Serán unos años muy divertidos, emocionantes, fantásticos pero también tranquilos si así lo quieres. Te lo prometo y me lo prometí a mí mismo: ¡Quiero que vuelvas a disfrutar de tu vida! Que tengas otra vez deseos de despertar en las mañanas.

—¡Estás ahí abajo! ¡Esta silla está muy alta! —exclama Áitapih cuando logra encender la lámpara y vislumbrar levemente su entorno, al mismo tiempo que logra descifrar los hombros de Yehero con sus pies descalzos—. ¿Para qué sirve este otro botón? ¡Aaaaaahhhhhhh! ¿Qué está sucediendo? —grita Áitapih— ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Ahora puedo tocar tu cabeza con mis pies, jajajaja, ¡qué divertido! También puedo hacer girar la silla. ¿Y este otro? ¡Qué gracioso!  ¡Este enrolla el techo! ¡Esta montura convertible me encanta! Aunque me gustaría poder ver al conductor…

Yehero le hace cosquillas en los pies y Aitapih ríe. Se siente eufórica, como una niña estrenando juguetes. Yehero comenta algunas instrucciones sobre el sofisticado artilugio: —¡Sigue explorando los mecanismos! Este va a ser tu trono de descanso en nuestros viajes. Debajo hay un morral en el que guardo alimentos y cosas útiles que puedes usar, pero deja eso para mañana, hoy te tengo una sorpresa. Estoy muy emocionado por enseñarte lo que viene, ¡me siento muy feliz, Áitapih! Hemos esperado casi todas nuestras vidas este presente que estamos viviendo y el futuro que viviremos. Sé que puedes comprenderlo, puedo sentir tus emociones. ¡Aunque mis ojos no estén frente a ti, veo la ansiedad y el deseo en tu rostro!

—¡Sí! Estoy muy feliz, aunque sospecho que hiciste algo para que me sintiera así… Extrañamente, solo quiero disfrutar de este momento. Pero lo que acabas de decir me emociona mucho más, pues llegué a pensar que solamente yo conservaba los sentimientos de antaño. Te confieso que cuando hablamos en mi habitación, me pareció como si hubieras dejado de ser tú, como si fueras otro memge desconocido y un poco insensible.

—Una de las muchas cosas que soy, es el ser que una vez conociste; y cuando estoy contigo no tengo deseos de ser algo diferente. Esta aventura la viviremos juntos y ambos moriremos en nuestra cabañita, como lo pactamos una vez. Los dos estamos en las mismas condiciones, ¡quiero vivir por última vez contigo! No serás tú en una experiencia maravillosa, dirigida por un ser sabio e indiferente que finge ser un mortal.

Cada nueva bocanada de aire fresco del bosque aclara la fatigada voz de Áitapih. El bombillo de la lámpara marca con alto contraste las arrugas de su rostro que reflejan una expresión de confusión. Frunciendo el ceño, ella le pregunta: —No te entiendo, ¿quién más eres? ¿Acaso te puedes convertir en alguien diferente?

La profunda voz de Yehero resuena potentemente en el ruidoso silencio de un paraje desolado por los memges, pero en el que abundan otras manifestaciones de la vida: —¡PUEDO! —todavía se escucha el eco de la primera palabra de su oración, y continúa hablando más bajo con su elocuencia—. Pero no me refiero a eso, y si lo hiciera, no sería de una forma mágica como lo estás pensando. Tomaría tiempo, requeriría de un proceso adecuado dependiendo de la transformación. Imagina que mi cuerpo es únicamente un contenedor y que en mi cabeza puedo poner diferentes conocimientos, dependiendo de lo que necesite. En este momento, por ejemplo, tengo todo lo que fui contigo, algunos conocimientos que considero necesarios o interesantes y mucho espacio vacío que vamos a llenar, ¡ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! —retumba en todos lados su melodiosa y grave risa, cautivante de una terrorífica manera, de un terror semejante al que se siente cuando se escucha el rugir del viento y la lluvia en una tormenta, o las olas del mar golpeando las rocas y devorando la playa. Un temor acogedor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.