Obertura

ONO

 

El haz de luz que proyecta Lamat sobre el Zimi compone ficticios atardeceres de belleza sin precedentes, si bien este satélite natural no brilla en su totalidad como una estrella, sino que lo hace como un foco; una lámpara que en su rotación sincrónica siempre está apuntando hacia el mayor astro rocoso del sistema solar.

Un día es el tiempo que emplea Lamat en completar su periodo orbital alrededor del Zimi, en relación con el meridiano 0. Cuando se acerca el ocaso, iridiscentes rayos atraviesan la atmósfera y forman en el cielo espectaculares auroras. A diferencia de los dilatados atardeceres de Lu-Um, planeta glorificado con la perfecta calidez de la estrella Magna, los crepúsculos matutinos en el Zimi tardan tan solo once minutos. Durante ese breve lapso se experimenta un abrupto cambio: de una intensa y blanca luz como la del mediodía, y pasando por todos los espectros visibles de los colores, se llega a la oscuridad de la noche.

Desde las alturas del Mirador de las Flores, Amuruma puede observar el contraste de los paisajes; es testigo de cómo se acerca, implacable, una colosal sombra que cubre el extremo opuesto de la ciudad, oculta tras la curvatura del planeta. Al otro lado de la cordillera, los bosques cultivados que rodean Ya-Lakstá son iluminados por los últimos violetas y magentas destellos del día: estos bosques se funden en la inmensidad de un desierto que parece interminable. El lampiño cuadrúpedo antropomorfo que se encuentra a su lado, lo observa con enormes ojos que ocupan casi la totalidad de su cabeza de apariencia alienígena. Amuruma contesta con la mirada, levanta los ojos del texto e inicia un diálogo unilateral con su taciturno compañero.

—¿Te das cuenta, Ono? Quedan pocas alternativas. Tendremos que ser unos idiotas felices o los ácratas que el Zimi necesita. Sí… lo sé, lo sé. Solamente quería saber qué pensabas tú. Es cierto. Somos dos en un millón… Pero, también quiero disfrutar de las actividades comunes de las que me quejo. No quiero acabar como mi hermano Otuxuto, con el cerebro tostado por tanto pensar y llegar a no soportar mi propia existencia. Sí, Ikeleki no piensa mucho, por eso sigue con vida y puede ser feliz. Tiene una capacidad admirable, una manera de afrontar la vida muy similar a la tuya, aunque tú no pareces tener ningún tipo de prejuicio; por eso me caes mejor. Estoy seguro de que seremos muy buenos amigos.

Dos largas sombras que se acercan rápidamente, son proyectadas sobre la planicie de la meseta. Aunque la luz de Lamat se encuentra justo detrás de sus cuerpos, Amuruma logra interpretar a contraluz dos siluetas femeninas. Conoce perfectamente el pequeño y rectilíneo cuerpo de su hermana mayor y con facilidad descifra las mininas características que acompañan las sinuosas proporciones de la sensual celebridad.

—¡Tchaks! ¡Se acabó nuestra privacidad, Ono! ¿Ves a esas dos memges que vienen hacia acá? ¡No las esperaba tan pronto! La de la izquierda es Lomda, una Taa-Lu Rango-1, y la de la derecha es mi hermana Ikeleki. Hace unos años conocí a Lomda de una manera bastante particular y dramática, otro día te lo contaré con detalles. En esa ocasión, al parecer ella había percibido algo interesante en mí y me prometió que cuando lograra ser mayor de edad, sería mi tutora y me ayudaría a ser quien yo quisiera ser. Suena demasiado perfecto, ¿no lo crees?

Lomda se acerca sonriendo hasta el borde del abismo y enfoca su mirada en el paisaje distante de los suburbios. —¡Hola, Amuruma! ¡Me da mucho gusto verte! Siento un ambiente melancólico en este mirador. Tal vez es la luz del atardecer, junto con el aroma de las flores que envuelven el memge adulto en el que te has convertido.

Amuruma permanece sentado y sonríe sutilmente. Desde la altura de su trono temporal, la roca de cinco metros, contesta: —¡Hola, Lomda! Ha pasado mucho tiempo, por lo menos para mí. Llegaste más pronto de lo que esperaba. Al parecer, eres de las que cumplen sus promesas. Este es uno de mis lugares favoritos en los suburbios Lletanos; desde acá puedo ver gran parte de Ya-lakstá. Cuando estoy tan lejos de los memges, lo artificial parece orgánico… casi como si no hubiera diferencia alguna. —Mirando muy seriamente a su hermana, agrega—: No entiendo cómo me encontraron, no tengo un dispositivo de ubicación integrado. Al parecer, soy bastante predecible. Afortunadamente, llegaron después del punto final de mi lectura; hubieran sido muy inoportunas hace un par de minutos.

Ikeleki quiere abrazar a su hermano y concluir de una manera tangible su búsqueda, y mientras escala torpemente la roca le dice: —¡Estaba muy preocupada por ti! ¿Por qué no me avisaste que no ibas a volver anoche? No pude dormir y estuve todo el día buscándote, hasta pensé en darte por perdido y organizar una búsqueda oficial. ¡No vuelvas a hacerme esto, Amuruma! Después de lo de Otuxuto, no tengo ni un minuto de tranquilidad. No quiero que sigas sus pasos… No sabía si estabas… ¿Qué es esa cosa que tienes al lado? —pregunta con asombro al subir y ver la quimera que se encuentra, apacible, junto a su hermano.




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