— ¿NUNCA MÁS VOLVERÍA A VER A MI FAMILIA DE BOCHUM?
— LA PALABRA NUNCA, HABITUALMENTE NO FORMABA PARTE DE TU VIDA, GINA. CADA COSA QUE TE PROPONÍAS, SIEMPRE LA CONSEGUÍAS.
A Gina Alicia siempre le han gustado los cuentos mágicos y fantásticos, como los milagros de Navidad o como las Hadas Madrinas que aparecían en el momento justo para salvar de su desdicha a la joven doncella de la aldea o a los niños buenos. En aquel momento necesitaba de una magia. De un milagro. De una Hada Madrina que la salvara de aquella repentina y devastadora desdicha, pero nada de eso existía. Nadie iba a rescatarla de aquella inminente decisión que habían tomado sus padres.
En cuestión de días se mudarían a Canadá por largos años y de modo completamente indefinido. La fe de la pequeña era tan grande que por momentos creía y pensaba que su papo Norbert y su mama Judith buscarían hasta la mínima posibilidad para que ella se quedara junto a ellos, pero por alguna extraña razón no fue así. Quizás era por Paula o quizás por algo más, pero eso no iba a saberlo sino hasta años más tarde. Lo único cierto era que su padre Said ya se encontraba aguardando en Bochum el retorno de la familia y la única que aparentaba felicidad era la madre de Gina.
Paula moría de ganas por ver a su amado y rebosó de ansias durante todo el trayecto sin percibir siquiera la devastadora tristeza de toda la familia.
Dentro del coche familiar solo reinó el silencio hasta el último segundo de llegar a casa. Michael quien siempre se sentaba junto a Gina durante los paseos, aquella vez no lo hizo. Se ubicó al otro lado de la ventanilla y ni bien bajó del coche fue corriendo hasta su casa sin siquiera mirarla a la cara.
De todos Gina fue la última en bajar y ganas de hacerlo no las tenía. Todo lo contrario a su madre Paula quien no escatimó ni un solo segundo en ingresar a la casa para finalmente rencontrarse con el gran amor de su vida luego de varios años.
— Mi amor, es momento de bajar. No podrás quedarte dentro del coche por siempre —le dijo la señora Judith—
— Ven mi princesita. Te cargaré hasta la casa ¿Quieres? —prosiguió Norbert—
— Lo único que quiero es despertar de esta pesadilla. Lo único que deseo es quedarme aquí con ustedes —elevó la voz rompiendo en llanto— ¿Por qué no pueden hacer nada? ¿A caso ya no me quieren aquí?
— No digas una cosa como esa, mi pequeña. Sabes que Judith y yo te amamos con toda el alma —prosiguió Norbert cargándola entre sus brazos—
— Mi amor, tú siempre serás como nuestra hija. Nuestra niña mimada y consentida. Estaremos aquí para ti durante todo lo que nos quede de vida en esta casa que siempre será tu hogar.
— ¿Entonces porque me dejarán ir? Díganme.
— Porque ellos son tus padres y te quieren a su lado. Al parecer tu padre tiene un buen trabajo en Canadá y las quiere a ti y a tu mamá viviendo con él.
— Si tu mamá y yo estuviésemos en el jugar de ellos también te querríamos con nosotros.
— ¿Y porqué consiguió un trabajo tan lejos? ¿Por qué no buscó uno aquí para que yo esté cerca de ustedes?
— Esas preguntas no nos corresponden a nosotros contestártelas. Es tu padre Said quien debe hacerlo y suponemos que lo hará. Tendrá que hacerlo, pero tú necesitas calmarte y dejar ir ese enojo que tienes. Tu papo Norbert y yo conocemos de sobra tus berrinches y sé que no les harás la vida nada fácil a tus padres, pero piensa un poco tu mama Paula. No digas nada que pueda herir sus sentimientos porque ella no lo merece. Recuérdalo cariño mío.
— ¿Podemos entrar ahora?
Las ganas de la pequeña de no querer ingresar seguían intactas. En ese instante todo lo que deseaba era ir hasta la casa de sus padrinos y suplicarle a Michael que dejara de estar molesto con ella, pero ya no tenía escapatoria.
Su más probable reacción al tener en frente de ella a su padre hubiese sido gritarle a la cara que era un hombre malvado por querer llevarla lejos del lugar que ella consideraba su verdadero hogar. Que no tenía el mínimo deseo de ir con ellos a Canadá. Estaba dispuesta a hacerlo pues su enojo y su tristeza se le hacían insostenibles, sin embargo algo falló dentro de la pequeña al ver a su mama Paula irradiar tan inmensa felicidad. De esa felicidad que nunca había visto antes en ella.
— Ven mi cielito —pidió Paula tomándola de ambas manos— Él es tu papá y finalmente vino como me lo prometió y como yo siempre te lo he contado.
Said Majewski se acercó cargando entre sus brazos a la pequeña.
— ¡Mi encantadora princesita! ¡Mi amor! —exclamó dibujando una amplia sonrisa en su rostro y abrazándola con fuerza— Cuéntame cómo estás —prosiguió observándola con esos ojos color avellanas que se iluminaban al verla— Te extrañé mucho, mucho en verdad mi pequeña. Cada segundo de mi vida, mis pensamientos fueron para ti y para tu madre. ¿No vas a decirme nada? ¿A caso el Hada de los dientes aun no te ha devuelto los que has perdido? —preguntó sentándose y colocando a la pequeña sobre su regazo—
— Ya lo hizo hace un par de meses ¿Cierto, Gina?
— No quiero ir con ustedes a Canadá. No quiero ir. Extrañaré mucho a mi familia —acabó estallando la pequeña quien se apartó de su padre subiendo raudamente a su habitación—