Pese a que no me gustaba estar allí, pese a que Quebec era una provincia maravillosa, yo debía comenzar una nueva vida contra mi voluntad, una nueva escuela primaria, una nueva escuela de ballet y un par de nuevos idiomas.
No pasaron dos días para que mi padre me matriculara en uno de los Institutos privados más reconocidos de Montreal, Saint Pierre Académie, según él, la escuela perfecta para mí pues fomentaban y apoyaban mucho el arte y el talento de cada estudiante y por sobre todo aceptaban a pupilos extranjeros bajo el resguardo de un programa especializado que los ayudaba a un mejor desenvolvimiento en cuanto a los idiomas para una adaptación asegurada en el menor tiempo posible.
Un día martes 5 de septiembre de 1995 luego del Labour day asistí a mi primer día de clases en la escuela, que por cierto no fue nada agradable pues yo era la nueva, la desconocida, a la que todos juzgaban a simple vista, la típica nueva estudiante a la que todos ignoraban por un par de días. A diferencia que a mí me ignoraron por mucho más tiempo, es más, lo hicieron de modo totalmente indefinido hasta mis últimos días en ese lugar, sin haberme enterado nunca de la razón.
De todos modos no me importó pasar desapercibida mis primeros dos años viviendo en Canadá sin una sola amiga, no lo sentía como algo necesario pues conservaba la esperanza de volver a Bochum mucho antes de lo previsto, aun así finalmente hasta sin esperármelo siquiera pude ganarme una compañera, una amiga de verdad.
Su nombre era Dana Klunder y acababa de llegar de Berlín a Montreal, cosa que me llenó de dicha pues con ella podía conversar en nuestro propio idioma (alemán) sobre todas las cosas que más nos interesaban y que teníamos en común.
— UN MOMENTO, ESA ERES TÚ —IRRUMPÍ OBSERVANDO A AQUEL MARAVILLO ÁNGEL— SABÍA QUE EN ALGÚN LUGAR HABÍA OIDO TÚ VOZ, ERES MI AMIGUITA DANA, AHORA TE RECUERDO -—DIJE ABRAZÁNDOLA CON UNA PROFUNDIDAD CELESTIAL SIN FIN—
— TÚ NO HAS OLVIDADO NADA MI NIÑA, TU MENTE SOLO ESTÁ DORMIDA.
Dana estudiaba piano en el conservatorio musical de la Secundaria Saint Pierre, situado en el campus 2 de la Institución mientras que yo pertenecía al campus 1 de primaria, pero la veía y la escuchaba casi a diario en el gran salón de ensayos que compartíamos los alumnos de artes.
Me encantaba oírla ejecutar todas aquellas sublimes melodías que no eran ajenas a mi sentido auditivo. Cada vez que ella ingresaba al salón de ensayos para practicar, a mí se me daba por seguirla, guiada bajo la influencia incontrolable de mis pies que no podían evitar perderse de ninguna de las melodías que emanaban de sus dedos a través del piano.
— No creas que no te he notado, estás aquí cada vez que entro a practicar —dijo pillándome la primera vez—
— Me gustan mucho las melodías que tocas.
— Yo te diría que me gusta mucho como bailas, pero si me quedara observándote no tendrías melodías para hacerlo. ¿Cómo te llamas?
— Gina ¿Y tú?
— Dana.
— ¿Te molesta si me quedo?
— No, es bueno tener a alguien que aprecie mi arte por medio de otro arte —sonrió— ¿Estudias ballet?
— Así es, desde los cuatro años.
— ¡Gut!
— ¿Puedo venir siempre? Prometo no molestarte.
— Si quieres, pero no estoy siempre. Supongo que lo notarás cuando ingreses y no me veas aquí.
Luego de aquellas palabras, Dana continuó generando con sus ágiles dedos una sublime melodía, aquella yo no la conocía, pero sonaba tan hermosa que de todos modos me deje llevar como una ligera pluma entregada a un viento inestable y sin destino.
De aquel modo había comenzado nuestra bonita amistad pese a que Dana era un par de años más grande que yo. Cinco y medio para ser exacta, ella ya era toda una adolescente, pese a que irradiaba la esencia de un alma adulta a través de unos ojos tristes como si cargaran la melancolía y el peso de toda una vida mientras que yo aún divagaba en la niñez con apenas 9 años de edad.
Uno de nuestros días rutinarios en el Instituto, Dana no apareció en el salón de ensayos y supuse simplemente que quizás no pudo venir por cosas de la escuela o algún otro compromiso, pero al siguiente día tampoco apareció ni el día posterior al siguiente, entonces se me hiso extraño y a la vez triste pues ella se había vuelto mi única compañía durante los recesos de mis clases.
Al cuarto día finalmente apareció y diría con total normalidad pues la observé sentada frente al piano y la oí ejecutando nuevamente aquella melodía desconocida que nunca faltaba en su repertorio, pero al culminar y al voltear hacia mí, un aspecto pálido con ojeras resaltantes se vislumbraba en su rostro.
— No has bailado hoy -dijo esbozando una tenue sonrisa-
— Me nació una ampollita en el dedo gordo del pie derecho y la Miss de mi escuela de ballet me advirtió que debo reposar para que no empeore.
— Entonces es mejor que obedezcas porque eso ha de doler mucho ¿Cierto?
— Ja, pero no es para tanto, sanará pronto ¿Por qué no has venido estos días? ¿Estuviste enferma?
— Te dije que no siempre estaré aquí.
— ¿Por la escuela?