Said Majewski no le resultó de inmediato a Judith Günter un chico apto para su hermana Paula. Alguna cosa en él la inquietaba y no podía ignorar aquella sensación, entonces un fin de semana decidió ir a la galería donde trabajaba con el fotógrafo Simon Stewart.
No deseaba que Paula se enterara de aquel encuentro a sus espaldas pero se vio en la obligación de hacerlo por su propia tranquilidad y el bienestar de su hermana.
— Me gustaría acomodar ciertas cuestiones contigo respecto a Paula.
— Mmm... La escucho —Dijo sin observarla—
— ¿Podrías voltear por favor? Esto es importante para mí porque se trata de mi hermana pequeña.
Sin preámbulos, Said dejó a un lado lo que hacía y volteó a observarla mientras aguardaba aquello que tenía para decirle y Judith hubiera deseado no haberle pedido tal cosa. Su mirada la intimidaba, la ponía nerviosa como si fuera a hablar por si sola, desafiante y sobrecargada de misterios.
— Ha pasado un poco más de un mes desde que Paula y tú andan saliendo y poco o nada sé sobre ti. Quisiera saber dónde vives exactamente y quienes son tus padres. Me gustaría conocerlos.
— Mi madre vive en Londres con mis hermanos y su esposo.
— ¿Londres? ¿Y tú que haces aquí? ¿Acaso ese fotógrafo es tú padre?
— Estoy aquí porque así lo quise y Simon no es mi padre, es un amigo de mi madre y su esposo ¿Alguna otra pregunta?
— No me gusta para nada tu insolencia y creo que Paula es demasiado inocente para ti. Escúchame muy bien porque iré al grano contigo. Mi hermana es una chica excepcional, mucho más que especial y no estoy dispuesta tolerar siquiera una mínima falla de tu parte. ¿Has comprendo?
— De acuerdo —Fue todo lo que expresó—
— ¿Por qué presiento que no te importa nada de lo que acabo de decirte?
— No lo sé.
— ¿Paula te ha comentado sobre su trastorno?
— Lo hizo.
— Entonces comprendes porque debo protegerla y me preocupa que este saliendo con alguien como tú.
— Perfectamente.
Adentro suyo, Said reconocía que no era una buena persona y mucho menos para su hermosa Paula. Con apenas 15 años de edad, la conciencia lo carcomía sin reparos y por las noches no lo dejaba dormir en ocasiones.
Sus muertos le asechaban la mente y también la idea de que su padre alguna vez lograra dar con su paradero. No le gustaba pensar en aquello pero le resultaba una posibilidad muy grande para la cual debía estar preparado siempre.
Al salir de la galería, Judith sintió como si aquella conversación no hubiese servido absolutamente de nada. Said la lanzó a un profundo pozo de desconciertos del cual no había forma de salir. Todo mientras Paula, lo adoraba cada día más, segura y aferrada al chico que a pesar de todo, lo único que hacía era tratarla como a una reina.
Por su cumpleaños número 15, Said deseaba regalar a Paula algo muy especial y pensó entonces en tomar una de las joyas que había robado del despacho de su padre y llevarla a una joyería para que la transformara en una cadenilla. Una muy bonita y delicada que decorara con sutileza toda la belleza de su novia. Algunas de aquellas joyas valían mucho dinero en el mercado negro y Said lo sabía a la perfección pues de eso se trataba uno de los tantos negocios ilícitos de su padre.
Aquellas joyas fueron mal habidas puesto que pertenecieron a una tanda de contrabandos pero a Said poco o nada le importaba eso pues sabía que en algún momento le serían de mucha utilidad.
— ¡Said!
— ¿Te gusta mi amor?
— ¡Me encanta! —Contestó emocionada mientras él se la colocaba al cuello— pero esta cadenilla debió costarte mucho dinero, Said.
— ¡Oye! Tú nunca te preocupes por eso ¿De acuerdo?
Paula estaba fascinada con su obsequio pero fue algo que acabó aumentando aún más las incomodidades de Judith con respecto a Said. No lograba hacerse a la idea de que un chico de 15 años le diera un obsequio tan fino y costoso a su hermana entonces se vio en la necesidad de hablar con su madre.
Said no vio convenientes en que eso sucediera sino todo lo contrario. Si Judith conversaba con Elwira, quizás dejaría de andar poniéndole mala cara por todo y de hacer tantas preguntas que a él no le daban ganas siquiera de responder.
— Él número de mi madre —Dijo pasándole a Judith un pequeño papel—
¿Qué cosas se habrán dicho? No lo supo al instante pero sí de algo estaba seguro Said era de que Elwira no diría cosas fuera de lugar y mucho menos que lo perjudicaran.
No hacía mucho, Judith dio a luz al primer hijo de su matrimonio con Norbert Stenzel. Por fortuna para ella, un hombre bueno y trabajador a punto de graduarse de la Universidad.
Con apenas 16 años de edad, había quedado a cargo de su pequeña hermana diagnosticada con TGDNE y sin nada de lujos, vivían cómodamente en Kappeskolonie, en una casa que les había quedado de herencia luego del fallecimiento de los padres de Judith y Paula.
Criarla no fue nada fácil, la vida en sí no había sido fácil para Judith por lo tanto lo único que deseaba para Paula era una vida feliz y lo más normal posible junto a una persona que la cuidara y la respetara siempre.