Obséquiame tu recuerdo

Prólogo

El verano siempre tuvo un olor especial. A sol quemando la piel, a tierra caliente después de la lluvia, a helados derritiéndose entre los dedos. Siempre pensé que los veranos eran eternos, que los recuerdos que construíamos en ellos durarían para siempre.

Aquel verano, sin embargo, tenía un aroma distinto.

—¿Listos? —preguntó Mia con una sonrisa desafiante. Sus ojos brillaban con emoción bajo la luz del atardecer, y el viento agitaba su cabello más corto de lo normal.

—No sé si esto sea una buena idea… —dijo Daniel, rascándose la nuca mientras miraba la enorme rueda de la fortuna frente a nosotros.

—Claro que lo es —intervino Samara, dándole un codazo—. Es nuestra tradición.

Yo solo los miré, sin poder evitar sonreír. Ahí estábamos los cuatro, como siempre. Como si nada hubiera cambiado, como si el tiempo no tuviera prisa por alcanzarnos.

Mia tomó mi mano y entrelazó sus dedos con los míos.

—Vamos, Lucas. —Su voz era suave, pero en sus ojos había un brillo de urgencia.

Como si tuviera miedo de que dijera que no. Como si este momento fuera más importante de lo que parecía.

Así que no dudé.

—Vamos.

Subimos a la rueda de la fortuna, y cuando la cabina alcanzó la cima, el mundo pareció detenerse por un instante. La ciudad se extendía bajo nosotros, un mar de luces parpadeantes. Mia apoyó su cabeza en mi hombro y suspiró.

—Ojalá pudiéramos quedarnos aquí para siempre —susurró.

En ese momento no entendí el peso de sus palabras. No entendí la prisa en su voz, la manera en que cerró los ojos como si estuviera grabando cada segundo en su memoria.

Pero pronto lo haría. Y cuando lo entendiera, desearía con todo mi ser haber detenido el tiempo justo ahí.




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