Septiembre marcaba el final del verano, y con él, las brisas frescas del otoño comenzaban a filtrarse entre los pasillos del instituto. Las vacaciones se habían quedado atrás, y los estudiantes regresaban a la rutina: madrugar, tomar el autobús y pasar largas horas en clase.
Atravesé los portones de la escuela con paso tranquilo, encaminándome hacia el auditorio para la reunión de bienvenida. Saludé a algunos conocidos con la mano mientras que revisaba mi teléfono de vez en cuando, esperando un mensaje de Mia que confirmara que ya había llegado. Sin embargo, el teléfono permanecerá en silencio.
Entré al auditorio y me acomodé en los asientos del fondo, el lugar perfecto para que Mia me viera en cuanto llegara. Pero a medida que el tiempo avanzaba, más y más alumnos llenaban la sala, y ella seguía sin aparecer. Mi inquietud creció. Mia nunca faltaba a clases.
Decidí escribirle:
«Hola, Mia. ¿Dónde estás? Llegas tarde.»
El mensaje se entregó de inmediato, pero no obtuve respuesta. Iba a escribirle otro cuando una voz familiar me interrumpió.
—¡Lucas! Tanto tiempo sin verte —exclamó Samara, dejándose caer en el asiento a mi lado—. ¿Qué tal las vacaciones?
—Bien, todo bien —respondí con una sonrisa tensa—. ¿Has hablado con Mia últimamente? ―Samy frunció ligeramente el ceño, pensativa.
—La semana pasada —dijo—. Me escribió para preguntarme qué ropa ponerse porque tenía que hacer unos mandados, pero nada más. ¿Por qué? ¿Se pelearon? Tú la conoces mejor que nadie. Si no te responde a ti, no creo que haya alguien más que sepa qué le pasa.
—¡Claro! Si tú eres su amorcito —bromeó Daniel, que acababa de unirse a nosotros. Se dejó caer en el asiento frente a mí y arqueó las cejas con una sonrisa burlona—. A ver, ¿qué tal? ¿Te dijo que sí?
Samy y Daniel me miraban expectantes. Suspiré, rodando los ojos, pero al final sonreí.
—Sí, aceptó ser mi novia. ¿Contentos? ―Los dos soltaron una risita de triunfo, y pronto yo también estaba riendo con ellos como un idiota.
—Lo sabía —exclamó Samy con entusiasmo—. Mia siempre estuvo enamorada de ti. ¡Vamos!, nos conocemos desde el jardín de niños, ¡era cuestión de tiempo para que se confesaran!
—Pero, hombre, cuenta los detalles —insistió Daniel—. Eso es lo importante.
No tuve oportunidad de responder. La directora subió al escenario y el auditorio quedó en silencio.
—Presta atención, tonto —murmuré a Daniel, bajando la mirada nuevamente a mi teléfono. Y entonces lo vi: un mensaje de Mia.
«Hola, Lucas. Perdón, no puedo ir a clases. Tuve algo que hacer. Por favor, ponme al tanto de lo que dicen. Te amo.»
Me relajé un poco al leerlo y le envié un «Ok». Estaba bien. Pero una sensación de inquietud siguió rondando mi mente. Mia nunca faltaba. Si había algo lo suficientemente importante como para que no viniera, entonces quizás me necesitaba más de lo que imaginaba.
La conferencia continuó, con los directores, profesores y demás autoridades del instituto desfilando uno tras otro, presentándose y explicando lo que se esperaba para el año escolar. Pero yo no prestaba atención. Mi mente estaba en otro lado. Con Mia.
No podía evitar imaginar mil escenarios posibles: ¿Estaba enferma? ¿Se había metido en problemas? ¿Necesitaba ayuda y no quería preocuparme? Cada minuto, revisaba mi teléfono, esperando otro mensaje suyo, algo más que me dijera que realmente estaba bien. Pero la pantalla seguía en blanco.
—Si te dijo que está bien, es por algo —murmuró Samy, observándome con el ceño fruncido—. Sabes que nos avisaría si pasara algo.
Asentí sin convicción, pero la sensación de que algo no estaba del todo bien no me dejaba en paz.
Apenas salimos del auditorio, me alejé de la multitud, sintiendo cómo la ansiedad me apretaba el pecho. Necesitaba escuchar su voz. Rápidamente, marque su número. El tono de llamada parecía eterno, cada segundo aumentando mi inquietud.
Cuando finalmente contestó, su «Hola» sonó suave, casi como un susurro.
Mis músculos se relajaron al instante. No parecía estar mal.
—Mia… —murmuré, sin saber exactamente qué quería decir, solo aliviado de que estuviera ahí.
—Hola ―Su voz sonaba lejos, como si estuviera a kilómetros de distancia.
—Hola… Te extrañé en la escuela. ¿Por qué no fuiste? —pregunté, tratando de sonar casual, aunque siguiera tan ansioso y con las manos sudadas sosteniendo el teléfono
—Tuve que ir al médico ―titubeó, lo noté al instante y la tranquilidad que creí que tenía se disolvió.
—¿En serio? ¿Por qué?
—Nada, solo unas revisiones anuales ―Fruncí el ceño. Algo en su tono no coincidía con sus palabras.
—Ah… Entiendo. ―Se hizo un silencio incómodo, roto solo por la respiración de Mia al otro lado de la línea.
—Tengo que hacerte una pregunta… —dijo ella, su voz un poco más baja.
—Claro, dime, amor.
—¿Cuánto me amas? ―Parpadeé, sorprendido. No era la primera vez que me lo preguntaba, pero si se sentía diferente a esas veces.
―Amor, ¿es una de esas veces donde me preguntas que si te seguiría amando si fueras una mosca? ―dije soltando una risita nerviosa―. Sabes que te amo más que a nada en el mundo, incluso si un día eres una mosca, una ballena o una escoba.
—Sí…
—¿Por qué preguntas? —Me extrañaba la conversación. Pero Mia guardó silencio. Demasiado silencio. —¿Mia?
Nada.
—¿Algo anda mal? ¿Soñaste algo malo? Sabes que no te sería infiel, el de tu sueño no era yo ―dije respirando lentamente intentando hacerla sentir bien pues sabía que no lo estaba, pero no sabía porqué. ―Sé que sucede algo, ¿me lo vas a decir?
—No sucede nada, tranquilo.
—Mia…
—¿Cuánto te importo? —preguntó de nuevo, su voz sonando como un eco lejano.
Sentí cómo mi corazón latía con más fuerza.
—Te daría el mundo en un latido si pudiera… —respondí con absoluta sinceridad.
—¿Lo harías? ―Sonaba emocionada, pero no como alguien que sonríe. Más bien, como alguien que está a punto de llorar.
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Editado: 26.02.2025