Obséquiame tu recuerdo

Capítulo cinco

El tiempo con Mia se convirtió en una cuenta regresiva silenciosa, pero en lugar de lamentarnos, decidimos exprimir cada segundo.

Nos organizamos de la mejor manera posible: salíamos juntos, vivíamos una nueva aventura, regresamos a tiempo para sus terapias semanales, la dejábamos descansar y pasar tiempo con su familia, y cuando estaba lista… regresamos a la carretera.

Cada actividad fue un pequeño pedazo de eternidad.

Nuestra primera parada fue la playa, y recuerdo que durante la primera aventura el sol ardía sobre la arena dorada mientras las olas rompían suavemente en la orilla.

Ella corrió por la arena acercándose a la orilla de la playa, ella siempre decía que quería ver un atardecer perfecto, donde el sol se escondiera lentamente en el horizonte y pintara el cielo de naranja, rosa y violeta.

Nos instalamos en la arena, mientras el viento jugaba con su cabello corto. Ella cerró los ojos, respiró profundo y sonrió.

—No sabía cuánto extrañaba esto —susurró.

—¿El mar? —preguntó Samara.

—No. Sentirme libre.

Nos quedamos en silencio. El único sonido era el romper de las olas y el crepitar del fuego. Yo tomé su mano y la apreté con suavidad.

—Eres libre, Mia. Y siempre lo serás.

Los cuatro pasamos el resto del día jugando en el agua, construyendo castillos de arena y tomando agua de coco bajo la sombrilla. Mia corría descalza por la arena, su risa llenando el aire mientras yo la perseguía con un balde de agua en las manos.

—¡Lucas, no! ¡No te atrevas! —gritó ella entre carcajadas, intentando escapar.

—Muy tarde, amor. —Lanzé el agua en su dirección, pero ella fue más rápida y se agachó, haciendo que el agua mojara a Daniel en su lugar quien posaba para las fotos que Samara le estaba tomando.

—¡Oye! ¿Qué te pasa? —dijo Daniel sacudiéndose el agua mientras Samara se doblaba de la risa a su lado.

—Eso fue culpa de Mia. —Me encogí de hombros, pero antes de que pudiera reaccionar, ella ya me había empapado con agua directa del mar.

—Me gustaría que este día durara para siempre. —dijo ella, apoyando la cabeza en su hombro.

Esa noche reímos hasta que nos dolió el estómago, corrimos por la orilla como niños y escribimos nuestros nombres en la arena. Cuando nos fuimos, el mar se los llevó con una ola, pero no importaba. Porque en nosotros, esos momentos quedarían para siempre.

Para nuestra segunda aventura todo se salió de control, sin embargo recuerdo la risa de Mia y me gusta creer que no todo fue tan malo. Y es que nunca habíamos acampado de verdad, así que esta idea fue un desastre desde el inicio. Queríamos acampar bajo la luz de las estrellas, pero eramos cuatro inexpertos haciendo travesuras.

El viento soplaba fuerte mientras la noche los envolvía con su manto estrellado. Samara se sentó al lado de Mia y sacaron los malvaviscos de las bolsas para empezar a derretirlos al fuego, sin embargo, no había fuego, pues Daniel intentaba, sin éxito, prender la fogata a unos metros.

—Ya ríndete, Dani, ya veo que no habrá fuego, moriremos congelados —bromeó Mia, acercándose a Samara en busca de calor.

—No confían en mi talento.

—No —respondimos los tres al mismo tiempo, haciendo que Daniel pusiera una expresión dramáticamente herida.

―Quítate, yo lo intento ―dije intentando prender la fogata. Sin embargo yo casi incendió todo intentando encenderla. Y Mia… ella se reía como si fuera la cosa más divertida del mundo.

—No puedo creer que dependa de ustedes para sobrevivir en la naturaleza —se burló mientras se levantaba y se acercaba a mí.

―Aléjate, cariño. Te vas a lastimar ―dije extendiendo una mano para alejarla.

―Amor, quítate tú, yo lo hago ―dijo quitándome las cosas de la mano y en cuestión de segundos prendió la fogata y pusieron a cocinar los caramelos.

—Nosotros tampoco podemos creer que estés enferma y aun así seas la más fuerte de todos —dijo Daniel viendo la fogata y sentándose a comer.

Nos quedamos callados, yo volteé a mirar a Mia mientras que Samara le daba un golpe en la cabeza a Daniel, pero ella rompió la tensión con un suspiro.

—Porque no quiero que me recuerden triste —dijo, mirando al cielo estrellado—. Quiero que me recuerden riendo.

Yo me acerqué y la abracé fuertemente. Su cabello olía al fuego de la leña, y sentí tranquilidad de tenerla junto a mí. Reímos toda la noche. Cantamos con voces desafinadas y contamos historias de miedo ridículas.

—Pide un deseo —le susurré, señalando una estrella fugaz que cruzaba el cielo.

Mía cerró los ojos por un segundo y luego escuché. —Hecho.

—¿Qué pediste?

—Si te lo digo, no se cumple.

Lucas fingió estar ofendido, pero luego ella se acercó y lo besó suavemente. —Está bien, te diré una pista —susurró—. Tiene que ver contigo.

El corazón de Lucas latió más fuerte. Y solo en ese momento, sintió que nada en el mundo podría separarlo de ella.

Mia tenía razón. Esos eran los recuerdos que valían la pena recordar.

Para nuestra tercera aventura hubo muchas complicaciones, pues ella había perdido al miedo a todo y empezaba a ponernos a todos a prueba.

Estábamos en el auto, íbamos hacia el hospital para sus terapias cuando Mia gritó de un momento a otro.

—¡Vamos a la montaña rusa! —gritó con emoción.

Recuerdo haberla mirado asustado, no sabía de dónde había llegado tanto atrevimiento de un momento a otro, pero eso no era lo único que lo asustaba, también su salud, la idea era vivir aventuras, pero no con ese nivel de adrenalina.

―Siempre he subirme a la montaña rusa más alta del parque de diversiones ―dijo mientras le ponían la intravenosa.

Y aceptamos, hablamos con su médico que le advirtió que tuviera cuidado con su corazón, pero ella lo miró con una sonrisa desafiante.

—Doctor, si me voy a morir, que sea gritando de felicidad.

Y lo hizo.

Aquel día la ayudé a subir y sujetó su mano con fuerza mientras el carro ascendía lentamente hasta la cima. Estaba nerviosa vi en sus ojos la duda sobre su idea, pero la sonrisa grande en su rostro me decía lo feliz que estaba.




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