Obsesión

Capítulo 3

De alguna manera caminé hasta la carretera y me subí a un taxi. Ni siquiera regresé al salón de clases para recoger mi bolso, tenía ganas de gritar y de romper algo, sin embargo, me limité a morderme el labio inferior y quedarme callada. El conductor del taxi manejaba bastante rápido y aún así el camino de regreso a casa me pareció una eternidad.  
¿Por qué no vi las señales? Jamás debí haber salido con Fernando. Me dio una buena impresión el día que lo conocí y empecé a salir con él porque creí que me amaba, pero todo fue una farsa. Solo me vio como un reto. Él pensó que podía cambiar mi forma de ser y yo cometí el mismo error al pensar que podía cambiarlo. Que tonta fui. 
Las lágrimas nublaron mi visión y yo me las sequé bruscamente. Lo único que quería en ese momento era encerrarme en mi habitación. El taxi se detuvo frente a mi casa y yo le pagué al conductor antes de bajarme. 
Abrí la puerta principal y entré a la estancia con pasos lentos. Mis padres estaban en el trabajo así que podía tener un momento a solas. 
Al principio justifiqué las acciones de Fernando porque creía en sus mentiras y ahora me sentía como una tonta por haberlo hecho. Resultó ser la basura que todos decían que era. Debí haber escuchado a mis amigos, me hubiera evitado todo este sufrimiento. 
Para cuando entré a mi cuarto el dolor había dado paso a la ira. Miré mi reflejo en el espejo y recordé todas las cosas que él me dijo. Ni siquiera pude terminar con él y él terminó primero conmigo. Tiré todas mis cosas al suelo y arrojé al piso un florero de vidrio que estaba sobre mi mesita de noche. El jarrón hizo un gran ruido al romperse y el vidrio se esparció por todas partes. Sentía que mi sangre hervía dentro de mis venas. 
Golpeé la mesita de noche con mi mano izquierda y un fuerte dolor recorrió todo mi brazo. Ahogué un grito y la sangre empezó a emanar de la palma de mi mano. Me tomó un momento darme cuenta de que me había herido con un pedazo de vidrio. Mi día no podía empeorar más.  
Siempre le tuve miedo a la sangre así que el pánico no tardó en apoderarse de mí. No podía ver bien la herida, pero parecía ser grande. Genial. Al menos no tenía el pedazo de vidrio incrustado.  
Agarré un pañuelo y cubrí mi herida a como pude. Lo único que quería era dormir y olvidar todo lo sucedido. Me acurruqué en mi cama ignorando todo el desorden y me cubrí con una colcha hasta el cuello. No quería llorar y las lágrimas salían de mis ojos sin mi permiso. Era muy difícil ser positiva respecto al amor después de lo que acababa de vivir. 
***** 
Un ruido insistente en la puerta principal me despertó de mi siesta. Me froté los ojos y me senté en mi cama. Ya no tenía ganas de llorar, pero las lágrimas habían sido sustituidas por un fuerte dolor de cabeza. Le eché un vistazo al reloj de la pared y vi que eran las doce del mediodía. ¿Quién podría ser a esta hora? 
Bajé las escaleras y abrí la puerta pensando que era un repartidor. Pero no era un repartidor. Era Isaac. Traía mi bolso sobre su hombro y se veía muy preocupado. 
‒Isaac ¿Qué haces aquí? ‒pregunté sorprendida. 
‒Desapareciste de la nada y me preocupé mucho por ti… ¿Estabas llorando? ‒su tono de voz era tan bajo que parecía un susurro. 
‒Para nada, no hay razón para llorar ‒respondí meditando en lo horrible que debía ser mi aspecto. 
‒¿Y por qué te fuiste de esa forma? 
‒Es una larga historia, será mejor que entres. 
Isaac entró y lo primero que vio fue la venda en mi mano. 
‒Kim ¿Qué te pasó? ‒exclamó sorprendido. 
‒Fue un accidente. No es nada. 
Isaac dejó mi mochila a un lado para echarle un vistazo a mi mano. 
‒Tenemos que ir al hospital ‒afirmó de inmediato. 
‒No vamos a ir a ningún lado. 
‒Tu herida es muy grande ¿Acaso no estás viendo? 
‒Suenas como mi padre. 
‒¿Por qué no quieres que te atiendan Kim? 
‒Porque no me gustan los hospitales. 
‒Esa no es una razón válida.  
‒No voy a ir y no puedes obligarme ‒dije decidida. 
Isaac levantó una ceja. 
‒¿Eso crees? 
Isaac dio un paso hacia adelante y me cargó sobre su hombro con mucha facilidad. Mi estómago se revolvió y empecé a gritar y patalear. 
—¡Qué estás haciendo! —grité histérica. 
Él agarró la llave de la casa que estaba colgada en la pared, salió de la casa y cerró la puerta principal de golpe. 
‒¡Bájame! ¿Qué te pasa? 
Él era demasiado alto y fuerte y yo no podía competir con eso.  
Isaac detuvo un taxi y me puso sobre el suelo justo cuando creí que iba a vomitar. 
‒¿Qué pasa contigo? ‒diciendo eso lo empujé.  
Estaba furiosa. 
‒No seas ridícula Kim, ¿Qué crees que iba a pasar cuando tus padres volvieran del trabajo? 
Obviamente me iban a llevar al hospital. Era mejor de esta manera, pero no lo admitiría. Traté de tranquilizarme. 
‒Al menos déjame recoger un pañuelo o algo así. 
Isaac me ofreció su pañuelo y yo tuve que aceptarlo. Ambos abordamos el taxi y nos dirigimos hacia el hospital. Me soné la nariz y suspiré. No me maquillé esa mañana así que no debía parecer un mapache, aunque seguramente sí tenía cara de cucaracha fumigada. 
No tardamos mucho en llegar a la sala de emergencias, mi peor pesadilla. Deseaba escapar, pero no podía hacerlo porque estaba bajo la estricta vigilancia de Isaac, le di mis datos a la enfermera que estaba detrás del mostrador y luego Isaac y yo procedimos a sentarnos en la sala de espera. 
Isaac estiró sus piernas y puso su brazo izquierdo en el respaldo de mi asiento. Me limité a ponerme de brazos cruzados y evité su mirada.  
‒Perdón si te hice enojar, pero teníamos que venir sí o sí ‒susurró. 
‒No era necesario que me cargaras sobre tu hombro. 
‒¿Habrías venido de otro modo? 
“Nunca” 
‒Tal vez ‒mentí. 
Isaac examinó mi herida con cuidado y acarició mi muñeca. 
‒¿Cómo te cortaste? 
Respiré profundamente y traté de contener todas las emociones que se agolpaban en mi interior. Isaac siempre tuvo razón al decirme que Fernando no me convenía y yo no quise oírlo. ¿Cómo pude ser tan estúpida? 
‒Fernando resultó ser todo lo que tú decías. 
Hice una pausa para ver su reacción. No parecía sorprendido. 
¿Acaso estuvo esperando todo este tiempo a que me diera cuenta? 
‒Me dijo cosas horribles… 
No fui capaz de terminar la oración.  
‒Ese infeliz ‒había mucho desprecio en sus palabras‒ La próxima vez que lo vea no escapará con vida. 
‒No importa Isaac, déjalo así… 
‒¿Cómo puedes decir eso? ‒me interrumpió lleno de ira‒ ¿Acaso piensas seguir con él después de todo lo que te hizo? 
‒Por supuesto que no, él y yo ya no somos nada. No soy tan estúpida. 
Isaac cerró los ojos y tocó el puente de su nariz. 
‒Me alegra mucho oírlo. Él no te merece. 
‒Quisiera poder decir que yo lo dejé, pero Fernando fue más rápido que yo. 
Isaac frunció el ceño y me vio escéptico.  
‒¿Estas bromeando verdad? 
‒No estoy de humor para bromear, te lo aseguro. Había planeado dejarlo, estaba decidida a hacerlo, pero creo que él sabía lo que iba a hacer y prefirió adelantarse.  
‒¿Cómo puede ser tan tonto? Te aseguro que no tardará ni una semana en arrepentirse.  
No deseaba volver a verlo en mi vida. 
‒No me digas que te cortaste por eso ‒me cuestionó Isaac. 
‒¡Claro que no! ¿Cómo puedes pensar eso? Fue un accidente. 
Él me vio fijamente como si intentara decidir si estaba mintiendo o no. 
‒¿Me crees capaz de cortarme las venas? 
‒No lo sé, tal vez tenga que pasarte con un psicólogo —se burló. 
‒Cierra la boca. 
Isaac sacó su teléfono y me enseño el sinnúmero de veces que me marcó. 
‒Te llamé más veces de las que puedo recordar. 
‒Ni siquiera sé en dónde está mi teléfono. Supongo que lo dejé en silencio ‒medité. 
‒Kim Coleman —me llamó la enfermera. 
Me levanté y ella me guió hacia un consultorio. Lo primero que vi en la puerta fue el apellido Romero. No fue hasta ese momento que recordé que Ezra estaba de turno en la sala de emergencias. 
Lo olvidé por completo, pero a esas alturas ya nada me importaba, solo quería que la tierra se abriera y me tragara. No tenía de otra así que abrí la puerta y entré. 
Ezra estaba escribiendo algo y no levantó la vista al instante. Su turno estaba lejos de terminar y a pesar de su intenso trabajo aún se veía muy guapo. Eso no lo podía negar. Él comenzó a revisar un expediente nuevo y supuse que era mío.  
‒Muy bien...  
Ezra se interrumpió y guardó silencio un momento. Era evidente que el nombre se le había hecho familiar. Cuando por fin levantó la vista se sorprendió mucho al verme. 
‒Kim, ¿qué haces aquí? 
Forcé una sonrisa y le mostré la palma de mi mano. 
‒Tuve un accidente ‒respondí fingiendo indiferencia.  
Cualquiera diría que me lo hice adrede solo para ir a verlo. 
‒Oh… ya veo. Toma asiento por favor. 
Me dejé caer sobre el sillón de la muerte y Ezra comenzó a buscar algo en los cajones de su escritorio. 
‒¿Qué fue lo que te pasó? En la mañana te veías bien ‒cuestionó. 
‒Me corté con un vidrio, fue una tontería. 
Ezra se puso guantes y me pidió que abriera la palma para revisar mi herida. 
‒Voy a limpiar la herida ¿De acuerdo? 
Mi corazón empezó a latir muy rápido y tuve que darme un sermón interno “Tranquilízate Kim, no es la gran cosa” 
Al principio no sentí dolor, pero cuando comenzó a desinfectar mi herida con alcohol deseé morirme. Me mordí el labio para no gritar. Solo quería que todo acabara pronto. 
 ‒¿Te cortaste en la universidad? ‒dijo para intentar distraerme. 
 ‒De hecho estaba en mi casa. 
‒Pues debió ser un accidente muy feo porque tendré que ponerte puntos. 
“Maldición” 
‒¿Entonces tendré que volver? ‒pregunté preocupada. La pregunta estaba de más, pero la situación me estaba comenzando a desesperar. 
‒Si quieres yo puedo ir a tu casa para retirar los puntos. Es muy sencillo. 
‒¿En serio? ¿Lo puedes hacer? 
‒Por supuesto Kim, no hay problema. Después de todo eres mi vecina favorita. 
—Muchas gracias. Eres muy amable. 
—No hay de qué. Voy a comenzar a colocar los puntos. Quiero que respires profundamente y no te muevas.  
Internamente me dio un infarto y un ataque de histeria, pero por fuera fingí ser la persona más fuerte del mundo. Hice lo que él me pidió y todo acabó más rápido de lo que esperaba. Era un verdadero alivio. 
‒Muchas gracias por todo, le tengo pánico a esta clase de cosas y lo hiciste fácil para mí.  
—Te dije que podías acudir a mí para cualquier cosa. 
Ezra me extendió una serie de recetas para el dolor y la inflamación y por fin estuve lista para irme. 
Volví al pasillo y me encontré de nuevo con Isaac. 
‒¿El proceso fue tan traumático como estoy pensando? ‒preguntó preocupado al ver los puntos. 
‒En realidad no, supongo que fue porque me atendió mi nuevo vecino y fue muy amable conmigo. 
‒No me habías contado que tienes un nuevo vecino. 
“Es que no quería recordar que existe” 
‒Supongo que se me olvidó ‒respondí encogiéndome de hombros. 
Isaac se aseguró de llevarme sana y salva a mi casa y después tomó un taxi para irse a la suya. Mi cuarto seguía tal y como lo dejé. Estaba hecho un desastre. Mis productos de maquillaje estaban revueltos en el suelo junto con pedazos de vidrio. Recogí las cosas del suelo y me puse a limpiar. 
Me sentía molesta conmigo misma por haberme provocado la herida, pero era una lección para el futuro. 
Esa noche me preparé para dormir y tomé mis pastillas para el dolor, pero no concilié el sueño tan rápido como hubiese querido y eso hizo que recordara una y otra vez todas las palabras ofensivas de Fernando. Me sentía tan decepcionada que una parte de mí ya no creía en el amor. A lo mejor mi destino era vivir sola junto con diez gatos. 
 
 




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