Obsesión

Capítulo 7

El día domingo Isaac me llamó por teléfono y me dio los buenos días, era justo lo que necesitaba para empezar mi día, ambos teníamos muchas ganas de vernos y hubiéramos hecho planes sino fuera porque recibí un mensaje de texto de Ezra recordándome que llegaría en horas de la tarde.  


‒Tu vecino está comenzando a fastidiarme ‒admitió Isaac para mi sorpresa.  


‒No digas eso Isaac, recuerda que me va a hacer un favor muy grande al quitarme los puntos. 


‒De acuerdo, supongo que nos veremos mañana. No sé si sobreviviré tanto tiempo lejos de ti. 


‒Como siempre tan dramático ‒me burlé.  


‒Pórtate bien y no te acerques mucho al doctorcito ese. 


‒Él no te está interesado en mí, no hay razón para que te pongas celoso. 


‒Yo no estaría tan seguro. 


Fruncí el ceño. 


‒¿Por qué dices eso? 


‒Estoy seguro de que él te envió las rosas. 


Me quedé callada un momento y procesé lo que me estaba diciendo. 


‒No lo creo, apenas me acaba de conocer ‒concluí. 


‒¿Y quién más pudo ser? 


No tenía una respuesta para eso. 


‒No lo sé, sólo el tiempo lo dirá. 


Después de mi llamada telefónica con Isaac, me puse a limpiar la sala y dejé todo listo para la visita de Ezra. Había olvidado por completo que tenía una cita pendiente con él, pero gracias al cielo me avisó antes de llegar. Los puntos de mi mano eran muy incómodos y no podía esperar a librarme de ellos.  


Mis padres tenían mucho trabajo acumulado de su oficina de leyes así que se encerraron desde temprano en la oficina de arriba y estaban poniéndose al día.   


Ezra fue muy puntual y tocó la puerta exactamente a la hora que dijo que lo haría. Bajé corriendo las escaleras y abrí la puerta, él estaba de pie en la entrada y se veía arrebatador, tenía puesto un pantalón gris, una camisa blanca y había un reloj negro muy caro alrededor de su muñeca. Hasta allí todo estaba bien, pero había llevado su maletín de materiales. Por todos los cielos. Ni siquiera quería ver sus instrumentos de tortura.  


‒Hola Kim, es un gusto verte ‒dijo con una sonrisa. Su carita de ángel derretiría a cualquiera, pero a mí no. Mi corazón tenía dueño y se llamaba: Isaac, ningún otro hombre en el mundo me tentaría a dejarlo. 


‒Bienvenido Ezra, pasa adelante por favor. 


‒¿Y esto que es? ‒preguntó Ezra levantando una muñeca del suelo. 


‒Ni idea ‒respondí extrañada. 


‒Mírala ‒diciendo eso me pasó la muñeca a mí.  


Era de algodón, pero no tenía ninguna nota. ¿Se le había caído a alguien? 


‒Es muy bonita ‒dijo él. 


‒Es horrible ‒corregí‒ No me gusta para nada. 


‒¿Quién te la dejo? 


‒No lo sé, no tiene ninguna etiqueta. Sólo la dejaron en la puerta, ¿Alcanzaste a ver a alguien merodeando por aquí? ‒indagué alzando la vista hacia la carretera. Todos los que pasaban eran desconocidos para mí. 


‒No, para nada ‒Ezra me vio a mí y a la muñeca varias veces‒ ¡Eres tú! No puedo creerlo ‒exclamó fascinado.

 
‒¿Qué quieres decir? 


‒¿Acaso estas ciega? La muñeca es idéntica a ti, tiene piernas largas, cabello corto, piel blanca y ojos grandes. Sólo le falta tener tu nombre escrito. 


Miré la muñeca con más detenimiento y me di cuenta de que tenía razón. Era una réplica mía. 


‒No puede ser ‒Todo eso era demasiado raro. 


‒¿En dónde hacen estas cosas? Necesito la dirección de ésta fábrica, voy a mandar a hacer una versión mía.  


Para Ezra era muy divertido, pero para mí era demasiado perturbador. Tenía un mal presentimiento, como si algo malo pudiera pasar. Apreté la muñeca sin querer y soltó una grabación que me tomó por sorpresa: ¡Eres el amor de mi vida!, me asusté tanto que dejé caer la muñeca al suelo y él tuvo que recogerla. 


‒Aparte de todo viene con frase incluida, increíble ‒él volvió a presionar el estómago de la muñeca y volvimos a oír la misma grabación, estaba diseñada para repetir la misma frase estúpida. 


‒Eso no me lo esperaba ‒admití con cierto temor‒ No quiero tenerla, no me gusta. 


Él puso una carita tierna y abrazó la muñeca. 


‒¿Me la regalas? 


‒¿Es en serio? ¿No te molestaría despertar y ver esa cosa mirándote? 


‒Para nada, sería genial que me de los buenos días diciéndome que me ama. 


Golpeé mi frente con mi mano. Era imposible hablar con ese hombre. 


‒Huele muy bien ‒afirmó antes de devolvérmela.  


Hice lo mismo que él y descubrí que tenía una fragancia de vainilla muy parecida a la mía. Ya no cabían dudas de que era para mí.  




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