Me sentía muy tranquila después de nuestra reunión familiar, mis padres me dijeron que todo iba a estar bien y eso era justo lo que necesitaba oír. Subí a mi cuarto con los ánimos restaurados y me enfoqué en el día que tenía por delante. Me puse una blusa roja de tirantes que me hacía ver más delgada, un pantalón negro, una chaqueta negra y unas botas que combinaban, incluso me esforcé un poco con el maquillaje, pero lo difícil de todo era cepillarme el cabello porque odiaba tener que desenredármelo. Con el dolor de mi alma agarré el peine y comencé a cepillármelo mientras veía mi reflejo.
Cuando iba a la secundaria tenía el cabello largo, pero mantenerlo de esa forma implicaba muchos problemas así que me harté y un día antes de entrar a la universidad le enseñé una revista a Paola y le di unas tijeras para que me cortara el cabello. No fue una buena idea porque me lo cortó de lado, pero en fin mi nuevo estilo me encantó y desde entonces siempre he mantenido mi cabello corto. Nunca en la vida me gustó peinarme y ese día lo estaba haciendo por amor a Isaac, tenía que valorarme sí o sí.
Una moto comenzó a pitar frente a mi casa y supe al instante que era él. Agarré mi bolso y baje corriendo las escaleras. Él lucía tan irresistible como siempre, traía puesto un pantalón azul y una camisa blanca, cuando se quitó su casco negro pude ver que su cabello estaba un poco desordenado por el viento y eso lo hacía ver más sexi. Al ponerse de pie frente a mí parecía un auténtico monumento, ¿Cómo lo hacía? ¿Acaso sus hechizos sólo me afectaban a mí?
‒Buenos días ‒dije con una sonrisa. Seguramente tenía cara de tonta.
Isaac me agarró de la cintura y me acercó más a su pecho.
‒Que simple eres, ¿Por qué mejor no me dices buenos días mi príncipe adorado?
Me puse a reír.
‒Tú tampoco me has dicho mi princesa adorada.
Isaac me dio un beso rápido que me tomó por sorpresa.
‒Buenos días mi vida, eres mi otra mitad y mi razón de existir, no pude dormir toda la noche pensando en ti ‒Isaac agarró mi mano y la puso sobre su tórax‒ ¿Puedes sentir como late mi corazón?
En efecto, las yemas de mis dedos podían sentir sus pulsos acelerados, me sorprendió comprobar que estaba tan nervioso como yo.
‒Yo no siento nada ¿Será que no tienes pulso?
Isaac me fulminó con la mirada.
‒Algún día te obligaré a decirme todo lo que piensas.
‒Buena suerte con eso ‒diciendo eso lo abracé fuertemente y reposé mi cabeza sobre su pecho. Se sentía muy reconfortante estar a su lado.
‒Debe ser el fin del mundo ‒se burló.
‒Estoy de buen humor así que valóralo ‒me aparté para ver sus ojitos lindos.
‒Anoche sonabas muy asustada, me preocupaste mucho. ¿No ha pasado nada raro hoy?
Negué con la cabeza.
‒Convencí a mis padres de demandar a Fernando y estoy segura de que es la solución a todos mis problemas.
Él acarició mi rostro.
‒Me alegra mucho oír eso, ese infeliz no sabe lo que le espera.
Envolví mis manos alrededor de su cuello.
‒Me temo que mis papas ya saben sobre nosotros y están esperando que llegue el domingo para hablar contigo ‒solté de golpe con una sonrisa.
Isaac no podía creerlo.
‒Bueno, supongo que de todas formas les iba a parecer raro que siempre pasara a recogerte ‒susurró viendo hacía mi casa con gesto de preocupación.
‒Todo saldrá bien, ellos te adoran.
‒Después de que pida tu mano será tu turno de venir a mi casa porque yo también quiero presentarte ante mis padres.
‒Muy bien, así será.
Isaac manejó más rápido que de costumbre y por eso llegamos a la universidad en un tiempo record. Ambos empezamos a caminar agarrados de las manos y vimos que Fernando se encontraba al final del pasillo apoyado sobre una pared, sus amigos no estaban con él así que estaba concentrado en su teléfono celular.
‒Al parecer alguien regresó a clases, tardó mucho en recuperarse de un simple golpe ‒se burló Isaac.
‒Con o sin golpe siempre hubiera encontrado la forma de fallar a sus clases ‒Los dos esquivamos a un grupo de personas‒ Ese día me asustaste mucho, pensé que le tendrías más paciencia ‒admití recordando lo nerviosa que estuve en el restaurante después de la pelea.
‒Eso intenté pero me hizo explotar. Se merecía eso y más ‒Isaac quiso doblar en dirección a nuestra sección, pero yo me detuve y solté su mano.
‒Ya vengo ‒quise dar un paso pero él no me dejo.
‒¿Qué vas a hacer? ‒Sonaba desconfiado.
‒Todo estará bien, confía en mí ‒respondí en voz baja.
Él no parecía muy convencido, pero de igual forma dejó caer su brazo y me liberó. Me acerqué a Fernando y lo encaré sin miedo, los estudiantes iban y venían, pero no me importó.
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Editado: 19.07.2021