Agarré mi taza favorita y comencé a hacerme un café extrafuerte, el sol había salido en todo su esplendor y el ambiente se sentía muy tranquilo, todo lo contrario a mi mente que era un completo caos. No pude dormir en toda la noche y por ello me sentía muy cansada. Podía oír a mis padres conversando en la sala mientras veían el noticiero, todo lo ocurrido salió en las noticias, incluso estaban hablando de eso en la radio. Mis compañeros de clase me dejaron mil mensajes de apoyo y Margaret me ofreció sus disculpas aunque no tenía la culpa de nada. Me senté en el comedor y empecé a tomar mi café mientras intentaba decidir qué hacer con mi vida.
Isaac me volvió a llamar por millonésima vez, no obstante preferí ignorar mi teléfono y dejé que la llamada se perdiera. No tenía nada que decir y tampoco deseaba oírlo porque su voz podría hacer trizas mi autocontrol. Nuestra relación había terminado y estaba tratando de convencerme a mí misma de que era lo mejor, me dolía saber que estaba con Sara aunque seguía amándolo de igual forma.
La noche anterior fue una agonía total, pensé que podía quedarme cómoda en casa, sin embargo mis padres me llevaron al hospital después de oír mi versión de los hechos. Una doctora se encargó de atenderme y tuve que hacerme otra ronda de radiografías. Todos los médicos conocían a Ezra y de alguna manera corrió el rumor por todo el hospital de que había intentado matarme. Al principio no noté nada extraño, no obstante empecé a recibir miradas curiosas. Mi papá llamó a uno de sus contactos para obtener más información de mi caso y descubrió que ya le habían retirado su licencia de médico. Al fin avanzábamos hacia la dirección correcta. La doctora descartó cualquier fractura y pudimos regresar a casa.
No pude conciliar el sueño en toda la noche y llamé a Paola a eso de las dos de la mañana solo para ver si me contestaba, creí que no lo haría, sin embargo resultó que estaba tan despierta como yo. Experimentaba mucha preocupación por ella sin importar cuanto me repitiera que se sentía bien. Pusieron una patrulla policial frente a mi casa y también frente a la suya y eso me transmitía cierto nivel de tranquilidad, aunque no fue suficiente para hacer que durmiera.
Fui a la sala y escuché a alguien tocar la puerta, mi corazón se detuvo por un instante y todos mis sentidos se pusieron alerta. Era como si siempre estuviera esperando una desgracia. Mis padres se quedaron callados, ¿Quién podría ser a esa hora de la mañana? Me asomé por la ventana y vi que la patrulla seguía allí, los dos policías de anoche habían sido relevados por otros. Abrí la puerta sin más rodeos y me llevé una sorpresa al ver que se trataba de un mensajero con un gran ramo de rosas en sus manos.
‒Muy buenos días, ¿Kim Coleman?
‒Soy yo.
‒Esto es para usted ‒Me extendió el ramo más no quise agarrarlo. ¿Los fugitivos de la justicia podían enviar rosas? ¿Era una broma?
‒Debe haber un error ‒Solo quería quitármelo de encima.
‒No hay ningún error señorita. Es de parte de Isaac Hernández, le dejó una nota especial.
El tiempo pareció detenerse y no supe que decir así que me limité a recibir el ramo, eran unas rosas blancas muy preciosas con un aroma tranquilizante.
‒Firme aquí por favor.
Hice lo que me pidió y el mensajero se fue. Dejé las rosas sobre una mesa pequeña y leí la nota: “Querida Kim, éstas rosas son únicas como tú y representan un amor puro y verdadero que es lo que tú y yo tenemos. Siempre te voy a amar, pase lo que pase”
‒¡Que lindas, me encantan! ‒exclamó mi mamá detrás de mí.
Acaricié un pétalo y traté de procesar todo en mi mente. Isaac intentaba decirme que Sara no significaba nada para él, pero me era muy difícil creerle. Mi mamá recibió una llamada en su teléfono y me sonrió.
‒Es él ‒susurró antes de contestar‒ Hola Isaac buenos días… estamos muy bien, gracias por preguntar.
Mi mamá lo escuchó y apartó su teléfono para hablarme.
‒Dice que te ha estado llamando, pero no contestas ‒volvió a oírlo y sonrió‒ Justamente acaban de llegar las rosas y Kim las está viendo… por supuesto, te la voy a pasar.
‒Isaac quiere hablar contigo ‒anunció mi mamá a la vez que me extendía su teléfono. Lo observé con el ceño fruncido.
‒¿Le dijiste lo que pasó?
Ella asintió con la cabeza.
‒Él lo vio en las noticias y estaba desesperado por hablar contigo, así que me llamó y le informé que te encontrabas bien.
Me dirigí a mi cuarto y la dejé con el teléfono extendido.
‒No quiero hablar con él ‒respondí mientras subía las escaleras.
‒Pero… ‒ella sonaba sorprendida aunque no me dijo nada.
Lo último que escuché antes de cerrar mi puerta es que murmuraba una disculpa. No podía detener a Ezra y el único modo de proteger a Isaac era manteniéndome alejada de él, la amenaza de Ezra permanecía muy presente en mi mente y si algo le llegara a pasar por mi culpa nunca me lo perdonaría.
* * * * *
Si el día fue una tortura la noche me era insoportable. Una fuerte depresión parecía haberse apoderado de mí y muchas ideas locas como cortarme las venas atravesaban mi mente. Estaba perdiendo la razón. Le eché la culpa a mi insomnio y decidí que iba a intentar dormir desde temprano. Mis padres estaban en la sala viendo el televisor mientras yo tomaba un té relajante en la cocina. Ya no me quedaban fuerzas para seguir luchando, era como si me estuviese rindiendo.
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Editado: 19.07.2021