Obsesión

Capítulo 24

El jurado encontró a Ezra culpable de intento de homicidio y recibió una condena con posibilidad de libertad condicional. Saber que estaba tras las rejas me tranquilizó mucho, pero eso no era todo. El accidente fracturó su columna vertebral y lo dejó invalido de por vida, de modo que no podría alejarse jamás de su silla de ruedas. Fue muy sorprendente para todos.

 Isaac y yo regresamos a la universidad después de que le dieran de alta en el hospital y nuestros compañeros de clase nos hicieron una fiesta sorpresa. Los dos empezamos a estudiar mucho y nos concentramos en alcanzar nuestras metas. La vida en realidad era muy corta para vivirla sin sentido. Ambos sabíamos lo que queríamos hacer con nuestras vidas y eso nos impulsó a seguir adelante.

Mi vida no volvió a ser la misma de antes, sino que cambió para convertirse en una existencia mucho mejor, mi familia se volvió más unida de lo que ya era y tenía a Isaac a mi lado alegrando mis días lo cual era invaluable. Podía salir de mi casa las veces que quisiera así que me sentía como una mariposa en libertad, decidí agregar sesiones de ejercicio al aire libre en mi rutina y Paola se unió a mí en aquella nueva aventura. El temor y la preocupación eran parte del pasado porque ahora sabía perfectamente que nadie estaba detrás de mí. Nunca valoré tanto mi seguridad como lo hacía ahora.

Desafortunadamente Margaret puso su casa a la venta y preparó todas sus cosas para trasladarse a la capital. Ella y Federico se casaron por el civil y deseaban empezar una nueva vida lejos de Puerto Cabezas. La entendía muy bien, pero la verdad es que me iba a hacer demasiada falta. El día que se iban a marchar, Isaac y yo nos acercamos a ellos para despedirnos. Margaret se veía muy feliz desde el día de su matrimonio y eso era lo importante, se merecía toda la felicidad del mundo. Ella metió su último bolso en el carro y me abrazó con fuerza.

‒Te voy a extrañar mucho Kim ‒admitió sin alejarse.

‒A mí también me vas a hacer demasiada falta. No olvides llamarme cuando te instales.

Ella se alejó y pude apreciar su belleza una última vez.

‒Por supuesto que no.

‒Me alegra mucho que estés rehaciendo tu vida.

‒Gracias por no guardarme rencor.

‒Nada de lo que pasó fue tu culpa.

Margaret volteó y vio a Isaac hablando con su esposo.

‒Irme es lo mejor que puedo hacer porque tengo muy malos recuerdos aquí.

‒Esperaba que cambiaras de opinión en el último momento ‒dije sin poder ocultar mi tristeza.

‒No te preocupes por mí. Estaré bien ‒Ella apretó mi mano y supe que había algo más que quería decirme‒ Cuando mi hermano salga de la cárcel regresaré para llevármelo conmigo. No puedo darle la espalda, no soy capaz de hacerlo.

Supuse que diría eso, ella era una persona con un corazón muy noble.

‒Te entiendo perfectamente. Me habría encantado tener una hermana como tú.

Margaret y yo nos abrazamos una última vez y ella se despidió de Isaac antes de subir a su auto y alejarse. La estuve observando hasta que desapareció de mi vista. Me iba a hacer mucha falta tenerla a mi lado, pero habíamos prometido que nos mantendríamos en contacto y eso era lo que único que restaba hacer.

* * * * *

Isaac y yo pasamos el resto del año respetando un horario de estudio. A veces yo iba a su casa y pasaba la tarde con él y en otras ocasiones él iba a mi casa en su moto. Ni siquiera sentía las horas pasar cuando estaba a su lado e incluso podía concentrarme mejor. Nuestro sacrificio rindió sus frutos y ambos terminamos nuestra carrera con honores.

Tener mi licenciatura representaba un logro muy importante para mí y no podía sentirme más feliz de haberlo alcanzado junto al amor de mi vida. Tener un compañero que compartiera mis pasatiempos y mi visión del mundo era invaluable. Isaac era un hombre valiente, atento, caballeroso, protector y leal. No había nada más que pudiera pedir. No podía negar que también lo encontraba muy guapo, sin embargo eso no era lo más importante. Nuestra juventud algún día se acabaría, pero su manera de ser y de tratarme nunca cambiaria.

Un día del mes de enero ambos decidimos pasar la tarde en la playa. El clima se sentía fresco y era un día hermoso. Había familias instalándose a la vista y los pájaros iban y venían de todas las direcciones. Isaac y yo nos sentamos sobre la arena y nos pusimos gafas de sol. Planeábamos meternos al mar, pero primero nos tomamos un momento para apreciar la vista. Nuestros días de oscuridad ya habían pasado.

Agarré a Isaac de la mano y él volteó a verme con una sonrisa.

‒¿Te he dicho que eres el hombre más perfecto del mundo y que no podría vivir sin ti? ‒pregunté súbitamente.

‒¿Será que me voy a morir?

Los dos nos pusimos a reír.

‒Los milagros existen ‒expliqué.

Isaac se quitó las gafas y también me quitó las mías.

‒Sabía que algún día tendrías que decirme algo romántico ‒diciendo eso me dio un beso.

‒Y hay más ‒agregué.

‒Debe ser el fin del mundo ‒susurró.




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