Obsesión

Epílogo

20:02

 

--¿Cómo te sientes? —repitió el médico.

--Cansado, no he dormido bien, mis músculos están muy tensos.

--Es por las siete sesiones de la terapia electroconvulsiva.

--Fue inútil.

--Las necesitabas Darwin, te pusiste violento. ¿Qué hacías con los medicamentos?

--Los tomaba.

--No Darwin, los encontramos en tu habitación. Escúchame, tu enfermedad es tratable, hay muchos bipolares que tienen una vida normal si obedecen a los médicos. Tu caso no es la excepción.

--Sí, es verdad, pero empiezo a odiarlos. No quiero tomar medicación para toda la vida.

--Te comprendo Darwin, es difícil, pero debes hacerlo si quieres llevar una vida normal. ¿Tuviste los mismos sueños? ¿Viste a Sofía?

--Sí, la vi una vez más.

--¿Recordaste tu adolescencia?

--Sí, lo hice.

--¿Viste al Mercedes Benz negro que conducía tu padre?

--Sí. Lo mismo de siempre, los últimos sueños se encadenan de un modo lógico y forman una historia que me atormenta, no sé por qué.

--Perdiste una vez más tu trabajo como profesor de filosofía, todo por no obedecer a los médicos. Tanto esfuerzo para ingresar al colegio P…, al que tanto añorabas. Muchos empleos perdidos, tu genialidad es inútil si no obedeces a los médicos. Hoy vinieron Miguel y Laura; te aprecian mucho.

--¿Mis padres vinieron?

--Sí, sabes que ellos nunca quisieron que te vayas de la casa. Sé muy bien que la misofonía es insoportable, pero no debiste hacerlo. Ahora estas son las consecuencias, olvida a Sofía, han pasado años.

--Lo intento, pero es imposible.

--Ella nunca fue un ángel. Son tus ideas las que la catalogan así.

--Recuerdo como era yo al enamorarme de ella, estúpido e iluso al pensar que la tendría alguna vez en mis manos. Mi padre es el culpable, no debió olvidarse la licencia de conducir, no debió llevarla a casa. Si él continuaba en su antiguo trabajo de conductor de ambulancia, nunca la habría conocido. La recuerdo mientras abría la ventana del Mercedes Benz negro, su cabello se esparcía por el aire como las ondas de un mar callado, su rostro de luz contenía la simetría en persona, cejas negras y arqueadas, ojos oscuros como la noche infinita, pómulos blancos, nariz perfecta, labios rojos que emanaban el olor del chocolate suizo. Me gustaron sus manos, eran grandes y delgadas, las recuerdo bellas y seductoras. Cuando gritó, su voz era música; recuerdo el nombre de mi padre salir por la boca de Sofía: ¡MIGUEL! Nos retrasamos al colegio, date prisa. Miguel, música, amor, limpio río, frescura, calma, pasión, abismo.

--Pero Darwin, no la viste muchas veces.  Admito que viajabas a casa de Sofía en la bicicleta y te escondías de tu padre al llegar, pero no fue por mucho tiempo, sabes que al mes siguiente murió a causa de un paro cardiaco. Su enfermedad la mató.  

--Fue real o un desvarío, es cierto, apenas días, nada más. Un par de minutos en cada encuentro.

--Mañana comentaré a tu psiquiatra lo que me acabas de contar. Mira, ahí viene un buen plato de comida. Disfrútalo. Me retiro y nos vemos mañana, ojalá puedas acompañarme como siempre lo has hecho, a visitar a los ancianos del tercer bloque.

            Una enfermera carismática puso en las manos de Darwin su plato de comida y le dijo:

--Come, mi querido Fabio, me gusta llamarte por ese nombre, me recuerda a mi esposo.

 



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En el texto hay: obsesion, trastornos mentales, psiquiatria

Editado: 01.10.2018

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