La ambición y la obsesión muchas veces no se asocian mutuamente, sus definiciones hacen creer que en ocasiones, no comparten lo más mínimo. Sin embargo, existen obsesiones tan ambiciosas que, parecen no tener razón alguna.
Esa misma ambición y obsesión, la comparte Mei, una chica completamente involucrada en espiar, seguir y conocer a un chico particular, un enemigo que ella misma detesta Pero...a su vez admira
🌒Mei
La luz roja del monitor parpadeaba como un corazón artificial. En la penumbra de su guarida, Mei se mantenía inmóvil, los ojos fijos en la pantalla que mostraba una imagen congelada: un rostro masculino, perfil afilado, mirada que parecía perforar incluso a través del lente. Tae.
El nombre se repetía en su mente como un mantra. Tae. Sospechoso principal. Líder de una red clandestina con ramificaciones en tres continentes. Inteligente. Escurridizo. Peligroso. Y, según los informes, encantador.
Mei no creía en los encantos. No desde que aprendió que la seducción era una herramienta más en el arsenal de los depredadores. Pero había algo en ese rostro que la inquietaba. No por su belleza, sino por su precisión. Cada gesto, cada mirada, cada movimiento registrado en los videos que había recopilado... todo parecía calculado. Como si supiera que estaba siendo observado.
Se levantó del escritorio y caminó hacia la pizarra. Decenas de fotos, mapas, notas escritas a mano. Una telaraña de información que giraba en torno a él. En el centro, una imagen ampliada de Tae, tomada desde una cámara de seguridad en un club nocturno. Sonreía. Pero no era una sonrisa común. Era una declaración.
Mei alzó la mano y trazó una línea entre esa foto y otra: una imagen borrosa de un maletín intercambiado en un callejón. El mismo día. El mismo club. El mismo hombre. Todo encajaba. Pero algo no cuadraba.
—¿Por qué sonríes, Tae? —murmuró.
El silencio respondió como siempre. Pero esta vez, se sintió más denso. Como si alguien más estuviera escuchando.
Mei giró lentamente. La habitación estaba vacía. Lo sabía. Lo había revisado tres veces antes de entrar. Pero la sensación persistía. Como si una sombra se arrastrara bajo la cama. Como si el monstruo que perseguía... también la estuviera persiguiendo a ella.
Encendió el proyector. En la pared apareció un video: Tae caminando por una galería de arte. Vestido de negro, manos en los bolsillos, mirada distraída. Pero Mei sabía que no había nada casual en él. Cada paso era una coreografía. Cada giro de cabeza, una invitación.
Avanzó el video. En un momento, Tae se detuvo frente a una pintura abstracta. La cámara captó su perfil. Y entonces, sin razón aparente, giró la cabeza... y miró directamente al lente.
Mei se congeló.
No era posible. La cámara estaba oculta. Nadie debía saber que estaba allí.
Pero Tae la había visto.
O eso parecía.
Apagó el proyector. El silencio volvió, más pesado que antes. Mei se sentó en el borde de la cama, los dedos entrelazados, la mente en llamas.
No era la primera vez que sentía que él la observaba. Pero esta vez... era distinto. Esta vez, lo sabía.
🌘Tae
En otro lugar, en otra ciudad, Tae también observaba.
Su guarida era más elegante. Minimalista. Fría. Pero en el centro, una pizarra. Y en ella, fotos de Mei.
No muchas. Solo las necesarias. Una imagen de ella entrenando en un dojo. Otra, caminando por una calle de Tokio. Una más, mirando directamente a una cámara de seguridad.
Tae sonrió.
—Así que tú también me ves —susurró.
Encendió su tablet. Reprodujo un video: Mei en una misión, infiltrándose en un edificio gubernamental. Su agilidad era impecable. Su precisión, quirúrgica. Pero lo que más le fascinaba era su mirada. Firme. Decidida. Pero con una grieta. Una sombra.
Tae la reconocía. Porque él también la tenía.
Se levantó y caminó hacia el espejo. Se miró. Y por un instante, creyó ver algo moverse detrás de él. Una sombra. Una figura. Un monstruo.
🌒Mei
El sonido del té hirviendo en la tetera era lo único que rompía el silencio. Mei lo vertió con precisión en una taza de cerámica negra, sin mirar. Sus movimientos eran automáticos, entrenados, como si su cuerpo supiera lo que hacer mientras su mente vagaba por otros pasillos.
Se sentó frente a la ventana. Afuera, la ciudad vibraba con luces y sombras. Tokio nunca dormía, pero Mei sí. Dormía con los ojos abiertos, con los sentidos alerta, con el corazón blindado.
Tomó un sorbo. Amargo. Como debía ser.
En su regazo, un expediente. Clasificado. Sellado. Recién entregado por un contacto que prefería no ser nombrado. Lo abrió con cuidado, como si cada página pudiera explotar.
Fotos. Informes. Transcripciones.
Y en medio de todo, una nota escrita a mano:
> "No subestimes a Tae. Él ya sabe que lo estás buscando."
Mei frunció el ceño. ¿Quién había escrito eso? ¿Y cómo lo sabía?
Volvió a la pizarra. Esta vez, no buscaba conexiones. Buscaba grietas. Algo que se le hubiera escapado. Un patrón oculto. Una señal.
Y entonces lo vio.
Una fecha.
El 14 de octubre.
Ese día, Tae había estado en tres lugares distintos, según los registros. Pero en cada imagen, llevaba la misma chaqueta. El mismo reloj. El mismo gesto.
Era imposible.
A menos que supiera que lo estaban siguiendo.
Mei sintió un escalofrío. No por miedo. Sino por reconocimiento.
Ella también había hecho eso. Había dejado pistas falsas. Había jugado con sus perseguidores.
Tae no era solo un objetivo. Era un espejo.
Y eso la inquietaba más que cualquier monstruo.
🌘Tae
Tae sostenía una copa de vino, pero no la bebía. La giraba lentamente, observando cómo el líquido se deslizaba por el cristal. Como sangre. Como tiempo.
En la pantalla frente a él, una imagen de Mei. Tomada desde un dron. Ella caminaba por un parque, sola, con una chaqueta gris que parecía abrazarla como una segunda piel.
Tae amplió la imagen. Se centró en su rostro. En sus ojos.
Había visto muchos ojos en su vida. Ojos que mentían. Ojos que rogaban. Ojos que mataban.
Pero los de Mei eran distintos.
Eran ojos que buscaban.
Y eso lo fascinaba.
Se levantó y caminó hacia su propia pizarra. No era tan caótica como la de Mei. Era más limpia. Más simbólica. Cada foto estaba colocada con intención. Cada línea trazada con precisión.
En el centro, una palabra escrita en tinta negra: