Obsesión Cruzada

?Capítulo 2: Contacto Visual

🌒Mei

La música era elegante, pero no festiva. Cada nota parecía calculada para no distraer, para envolver sin invadir. El salón estaba bañado en luces doradas, reflejadas en copas de cristal y vestidos que brillaban como cuchillas. Mei caminaba entre los invitados con la precisión de una sombra. Su vestido negro, ajustado y sin adornos, contrastaba con la opulencia del lugar. No necesitaba destacar. Su presencia era una anomalía que se sentía, no se veía.

Había estudiado cada rostro antes de llegar. Sabía quién era embajador, quién traficante disfrazado de filántropo, quién simplemente estaba allí para ser visto. Pero había uno que no aparecía en los registros oficiales. Uno que no debía estar allí. Uno que, según sus cálculos, no podía resistirse a una noche como esa.

Tae.

Mei lo vio antes de que él la viera. Estaba de espaldas, conversando con una mujer que reía demasiado fuerte. Su postura era relajada, pero sus ojos —cuando giró ligeramente la cabeza— escaneaban el lugar como un halcón. No buscaba compañía. Buscaba control.

Ella se acercó, no directamente, sino en círculos. Como una danza silenciosa. Cada paso la acercaba, pero también la ocultaba. Se detuvo junto a una columna, fingiendo observar una escultura de mármol. Fue entonces cuando él la miró.

No fue un vistazo. Fue un impacto.

Sus ojos se encontraron como dos armas que se reconocen. No había sorpresa, ni duda. Solo reconocimiento. Como si ambos supieran que ese momento llegaría. Como si lo hubieran ensayado en sueños.

Mei sintió una punzada en el pecho. No era miedo. Era algo más peligroso: curiosidad. ¿Cómo podía alguien que había estudiado tanto parecer aún más enigmático en persona?

Él sonrió, apenas. No era una sonrisa amable. Era una invitación. O una advertencia.

Ella respondió con una mirada fija, sin parpadear. No se movió. No sonrió. Pero en su mente, algo se rompía. La misión, la lógica, la distancia emocional… todo se deslizaba hacia un terreno desconocido.

🌘Tae

Tae no solía asistir a fiestas. Las consideraba distracciones innecesarias. Pero esa noche, algo lo había empujado. Una intuición. Una sombra en su mente que susurraba: “Ella estará allí.”

Y allí estaba.

No la reconoció por su rostro, aunque lo había memorizado. La reconoció por su energía. Por la forma en que el aire parecía cambiar a su alrededor. Como si el salón entero se ajustara para acomodarla.

Cuando sus ojos se cruzaron, Tae sintió que el tiempo se ralentizaba. No por romanticismo, sino por cálculo. Cada segundo era una ecuación. Cada gesto, una variable. Y ella era la incógnita que no lograba resolver.

No apartó la mirada. No podía. Era como mirar un espejo que mostraba algo más que reflejos. Algo que lo desnudaba.

Se acercó, lentamente. No por cortesía, sino por necesidad. No podía dejar ese momento sin respuesta.

Ella no se movió. No retrocedió. No mostró sorpresa. Eso lo inquietó. Lo excitó.

Cuando estuvo a un metro de distancia, habló.

—Nos hemos visto antes, ¿verdad?

La frase era simple. Pero en su tono había algo más. Una trampa. Una confesión. Una provocación.

Ella lo miró, sin cambiar la expresión.

—Tal vez en otra vida —respondió.

Y entonces, ambos sonrieron. No por alegría. Sino porque sabían que el juego había comenzado.

🌒Mei

El eco de su voz aún vibraba en su oído. “Nos hemos visto antes, ¿verdad?”
Una frase tan simple, tan cuidadosamente ambigua, que la hizo estremecer. No por el contenido, sino por la certeza con la que la pronunció. Como si él supiera algo que ella aún no había descubierto.

Mei se giró lentamente, como si el movimiento fuera parte de una coreografía invisible. Caminó hacia la barra, no porque quisiera beber, sino porque necesitaba espacio para pensar. Cada paso era una estrategia. Cada respiración, una contención.

Desde el espejo detrás de las botellas, lo observó. Tae no la seguía. No necesitaba hacerlo. Su presencia era como una presión constante en la nuca. Mei pidió un whisky, sin hielo. El barman la miró con una mezcla de respeto y temor. Ella no sonreía. No coqueteaba. No pedía permiso.

Mientras el líquido ámbar descendía por su garganta, recordó las grabaciones. Las fotos. Las noches en vela estudiando sus movimientos. Y sin embargo, nada de eso la había preparado para la forma en que él la miraba. Como si la conociera. Como si la desafiara a conocerse a sí misma.

🌘Tae

Tae no se movió cuando ella se alejó. No era necesario. El juego había comenzado, y él sabía que la distancia era solo una ilusión. La sentía en cada fibra de su cuerpo. Como una melodía que no podía dejar de escuchar.

Se giró hacia la pista de baile. La música había cambiado. Un jazz lento, casi melancólico. Las parejas se movían con elegancia fingida, como si todos supieran que estaban siendo observados. Tae no bailaba. No con cualquiera.

Pero esa noche, algo era distinto.

La vio apoyada en la barra, bebiendo con la precisión de un ritual. Su espalda recta, su cuello expuesto, su mirada fija en el espejo. Sabía que lo estaba mirando. No directamente, pero con la misma intensidad.

Se acercó.

No dijo nada. Se colocó a su lado, dejando apenas unos centímetros entre ellos. El calor de su cuerpo era palpable. El silencio entre ambos era más elocuente que cualquier conversación.

—¿Te gusta el jazz? —preguntó finalmente, sin mirarla.

Ella giró apenas el rostro, lo suficiente para que sus ojos se encontraran otra vez.

—Solo cuando no puedo predecir el siguiente acorde.

Tae sonrió. No por la respuesta, sino por lo que implicaba. Ella también jugaba. Y jugaba bien.

—¿Bailas?

Mei dudó. No porque no supiera, sino porque bailar con él era aceptar algo. Una cercanía. Una entrega. Pero también era una oportunidad. Para observarlo de cerca. Para sentirlo.




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