? Capítulo 6: La confesión

🌒 Mei

El invernadero estaba muerto. No abandonado, muerto. Las plantas que alguna vez treparon por las vigas de hierro ahora eran esqueletos vegetales, crujientes al tacto, como si el tiempo las hubiera convertido en ceniza sin fuego. Mei entró sin hacer ruido, como si el silencio fuera parte del protocolo. No por estrategia. Por respeto.

La luna se filtraba por los cristales rotos, proyectando líneas de luz como cuchillas sobre el suelo. Cada paso que daba cortaba la oscuridad. Su chaqueta negra absorbía la luz, y su sombra parecía más real que ella misma.

No llevaba armas. No porque confiara. Porque no quería que nada interfiriera. Ni el metal. Ni el miedo.

Esperó.

El aire olía a humedad vieja, a tierra que alguna vez fue fértil. El invernadero era un lugar de crecimiento detenido. Como ella.

Cuando Tae apareció, no hubo sorpresa. Solo reconocimiento. Como si el universo hubiera estado esperando que ambos llegaran a ese punto exacto en el tiempo.

—¿Por qué me citaste aquí? —preguntó ella, sin moverse.
—Porque ya no puedo seguir fingiendo.
—¿Fingiendo qué?
—Que no te estoy buscando.

Mei sintió que algo se rompía dentro. No por lo que él dijo. Por lo que ella había estado negando.

🌘 Tae

La vio antes de que ella lo viera. Siempre lo hacía. Mei tenía una forma de estar presente sin ocupar espacio. Como una sombra que decide cuándo volverse cuerpo.

Tae caminó hacia ella. No con agresividad. Con decisión. Cada paso era una confesión silenciosa.

Ella no se movió. Pero su cuerpo habló. Un leve temblor en los dedos. Una respiración contenida. Una grieta en su máscara.

—Desde que te vi, todo cambió. La misión. El plan. Yo.

—¿Y qué quieres de mí?
—La verdad.
—¿Cuál?
—La que no le dices a nadie. Ni siquiera a ti misma.

Silencio.

Y luego, ella habló.

—Tengo órdenes de destruirte.
—¿Y por qué no lo has hecho?
—Porque no puedo.
—¿Por qué?
—Porque tú también me estás destruyendo.

🌕

La distancia entre ellos se deshizo. No con pasos. Con miradas.

Tae levantó la mano. No para tocarla. Para ofrecerla.

Mei dudó. Luego la tomó.

Sus dedos se entrelazaron como si siempre hubieran estado buscando ese encaje. Como si el contacto físico fuera la única forma de decir lo que las palabras no podían.

—¿Qué somos? —susurró ella.
—Una pregunta sin respuesta —respondió él.

Y entonces, se besaron.
No fue suave. No fue dulce.
Fue desesperado. Fue brutal. Fue real.

Como si ambos supieran que estaban cruzando un umbral del que no podrían regresar.

🌒 Mei

El beso la rompió. No por debilidad. Por verdad.

Porque en ese instante, todo lo que había construido —las paredes, las reglas, la misión— se desmoronó.

Y en medio de los escombros, solo quedaba él.

Tae.
No el objetivo. No el enemigo.
El reflejo.

Mei cerró los ojos. No para escapar. Para sentir.
Su cuerpo temblaba. No por miedo. Por reconocimiento.
El monstruo no estaba allí.
No en la sombra. No bajo la cama. No en el reflejo.
Había desaparecido.
No destruido.

Solo… ausente.

Como si supiera que ya no era necesario.
Porque ahora, ellos eran el uno del otro.
Y eso era más peligroso que cualquier sombra.

🌘 Tae

El beso fue una confesión. Una rendición. Una promesa.

Y cuando se separaron, no hubo palabras. Solo miradas.
Y en esa mirada, Tae vio algo que nunca había visto en ella.

Paz.

Por un segundo.
Porque entonces, ambos lo sintieron.
El monstruo.
No estaba allí.
No en la sombra. No bajo la cama. No en el reflejo.
Había desaparecido.
No destruido.

Solo… ausente.

Como si supiera que ya no era necesario.
Porque ahora, ellos eran el uno del otro.
Y eso era más peligroso que cualquier sombra.

🌕

Mei regresó a su escondite con los labios aún temblando. No escribió el informe. No encendió las cámaras. Solo se sentó en la oscuridad y cerró los ojos.

Tae, en su refugio, apagó todas las pantallas. Se acostó en el suelo, sin colchón, sin abrigo. Como si necesitara sentir el frío para recordar que aún era real.

Ambos durmieron.

Y por primera vez en semanas, no soñaron con el monstruo.

Solo con el otro.