Obsesión Cruzada

? Capítulo 7: El espejo

🌒 Mei

El escondite de Tae no era lo que esperaba. No había armas, ni planos de ataque, ni códigos cifrados. Solo una habitación oscura, con paredes cubiertas de notas, fotografías, fragmentos de ella.

Ella.

En movimiento. En silencio. En sombra.

Cada imagen era una obsesión congelada. Cada anotación, una disección emocional. Mei se acercó a la pizarra. Su rostro multiplicado. Su mirada capturada desde ángulos que ni ella conocía.

Una nota escrita con tinta roja la detuvo:

> “No es el objetivo. Es el origen.”

Sintió vértigo. No por miedo. Por reconocimiento.

Porque en cada palabra, en cada trazo, había una verdad que ella también había estado negando.

🌘 Tae

La vio recorrer su santuario como quien camina por su propia autopsia emocional.

No se disculpó. No se justificó.

—No podía dejar de verte —dijo al fin—. No por la misión. Por mí.

Mei giró lentamente. Sus ojos no eran acusadores. Eran espejos.

—Yo también te he estado buscando —confesó.

Silencio.
Y luego, ambos lo sintieron.
El aire cambió.
El monstruo regresó.
Pero no desde la sombra.
Desde el espejo.

🌕

El espejo estaba al fondo de la habitación. Antiguo. Agrietado. Cubierto de polvo.

Pero cuando lo miraron, no vieron sus reflejos.
Vieron uno solo.
Una figura híbrida. Mei y Tae. Mezclados. Fundidos.
El monstruo.
No era ajeno. Era íntimo.
Era la suma de sus obsesiones, sus miedos, sus deseos.

—¿Eso somos? —preguntó Mei.

—Eso es lo que hemos creado —respondió Tae.

El monstruo no rugía. No atacaba.
Solo los miraba.
Como si esperara.

🌒Mei

No huyó.
Se acercó al espejo. Tocó el cristal.
Frío.
Pero detrás, sintió calor.
Como si el reflejo respirara.

—Si esto es lo que somos —dijo—, entonces no hay vuelta atrás.

Tae se colocó a su lado. Su mano sobre la de ella.
El monstruo sonrió.
Y entonces, el espejo se agrietó.

🌘 Tae

El sonido fue sutil. Como una advertencia que solo ellos podían oír.

Las grietas se expandieron como venas. Y en cada fragmento, una escena.

Ellos dos en el invernadero. El beso. La confesión.
Ellos dos en combate. En silencio. En sueños.
Cada momento compartido era una hebra del monstruo. No era enemigo. Era testigo.

—¿Y si lo destruimos? —preguntó Mei.

—¿Y si al hacerlo, nos destruimos también? —respondió Tae.
Silencio.
Y luego, una decisión.

🌕

Tomaron una piedra del suelo. No por violencia. Por necesidad.

La sostuvieron frente al espejo. El monstruo los miró. No suplicó. No se defendió.
Solo esperó.

—No quiero seguir siendo esto —dijo Mei—. Ni tú. Ni yo. Ni nosotros.

Tae asintió. No con resignación. Con convicción.
Lanzaron la piedra.
El espejo estalló.

🌒 Mei

Fragmentos volaron por la habitación. Algunos la rozaron. Ninguno la hirió.

El monstruo desapareció.
Pero no por completo.
En cada pedazo de cristal, una parte de él seguía viva.
Mei recogió uno. Lo sostuvo frente a su rostro.
Su reflejo estaba allí. Pero distorsionado.
Como si el monstruo aún respirara.

🌘 Tae

Se sentó en el suelo. Rodeado de fragmentos. De memorias. De versiones rotas.

No habló. Solo respiró.
Y en esa respiración compartida, algo nuevo nació.
No amor. No redención.
Complicidad.
Sería enfrentado por dos.

🌕

✨Mei (niña)

Un pasillo oscuro. Una puerta entreabierta. Voces que no eran suyas.

—No puedes protegerla siempre —decía una voz masculina.

—Ella no necesita protección. Necesita verdad —respondía otra.

Mei, con seis años, miraba desde la rendija. Su madre lloraba. Su padre gritaba.
Y en el espejo del pasillo, una figura que no era ninguna de ellos.

El monstruo.

Desde entonces, supo que el espejo no mentía.
Solo mostraba lo que nadie quería ver.

✨Tae (adolescente)

Un entrenamiento. Una misión fallida. Una traición.

Tae, con diecisiete años, frente a un espejo roto en una sala de interrogatorios.

Su reflejo sangraba. Pero él no.

—¿Quién eres? —le preguntaron.

Él no respondió.
Porque en ese momento, no lo sabía.
Solo sabía que el monstruo lo había mirado. Y había sonreído.

🌕

Recogieron los fragmentos del espejo. Los colocaron en una caja.
No para esconderlos. Para estudiarlos.
Porque cada pedazo era una pista. Una clave.
Y juntos, comenzaron a reconstruir algo nuevo.
No un espejo.
Un mapa.
De sí mismos.
Esa noche, no durmieron.
No por insomnio. Por decisión.

Mei escribió en su libreta:
> “El monstruo no es el enemigo. Es el espejo. Y yo soy ambos.”

Tae grabó un audio en su dispositivo:
> “Si ella cae, yo caigo. Si ella lucha, yo lucho. Si ella ama, yo…”

No terminó la frase.
Porque algunas verdades no necesitan palabras.
Solo reflejos.




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