🌒 Mei
El amanecer no trajo luz. Solo claridad.
Mei observaba el mapa que habían construido con fragmentos del espejo. Cada pedazo era una coordenada emocional. Una pista. Una herida.
Tae dormía a su lado. No profundamente. Como si su cuerpo descansara pero su mente siguiera alerta.
Ella trazó una línea entre dos fragmentos. Uno mostraba su rostro en el invernadero. Otro, el de Tae en la sala de interrogatorios.
La línea no era recta. Era curva. Como si el destino hubiera decidido que su unión no sería simple.
—Nos eligieron —susurró.
No como víctimas si no como las variables en esa ecuación que habian creado.
🌘 Tae
Despertó con la sensación de que algo había cambiado. No en el mundo. En ella.
Mei tenía una forma de mirar los fragmentos como si fueran espejos rotos de sí misma. Tae la observó en silencio. No por miedo. Por respeto.
—¿Qué ves? —preguntó.
—Un patrón —respondió ella—. Alguien nos ha estado guiando.
Tae se acercó. Juntos, reconstruyeron la secuencia.
Fechas. Lugares. Encuentros que parecían casuales… pero no lo eran.
—No fue coincidencia —dijo él.
—Fue diseño —respondió ella.
Y entonces, lo entendieron.
El monstruo no era solo suyo.
Era creado.
🌕
Decidieron buscar al origen.
No por venganza. Por verdad.
El pacto fue silencioso. No hubo firmas. Solo una mirada cargada de todo.
Mei guardó su libreta. Tae cargó con la caja de fragmentos.
Salieron del escondite como dos sombras que habían decidido volverse luz.
Pero el monstruo los siguió.
No como enemigo.
Como sombra.
🌒 Mei
El primer objetivo era una instalación abandonada en las afueras. Según los fragmentos, allí se había registrado el primer cruce entre sus misiones.
Mei entró primero. Como siempre.
El lugar olía a metal oxidado y secretos viejos.
En una sala, encontró archivos. Fotografías de ella. De Tae. De ambos.
Juntos.
Antes de conocerse.
—Nos estaban preparando —dijo.
Tae llegó detrás. Observó los documentos.
—¿Para qué?
—Para esto —respondió ella—. Para el pacto.
🌘 Tae
Los archivos revelaban un nombre: Proyecto CRUZ.
Un experimento psicológico. Dos sujetos. Obsesión inducida. Monstruo simbólico.
Tae sintió que el suelo se deshacía bajo sus pies.
—No somos libres —dijo.
Mei lo miró. No con tristeza. Con furia.
—Entonces vamos a romper el diseño.
🌕
El pacto se selló con fuego.
Quemaron los archivos, por liberación y el monstruo apareció entre las llamas. No como amenaza. Como testigo.
Sus ojos eran mezcla de los suyos. Su cuerpo, una fusión de ambos.
—¿Nos sigue? —preguntó Mei.
—Nos pertenece —respondió Tae.
Y por primera vez, no huyeron.
Lo enfrentaron.
🌒 Mei
El enfrentamiento no fue físico. Fue emocional.
El monstruo les mostró escenas que no recordaban.
Mei, entrenando bajo vigilancia. Tae, siendo interrogado por sus propios aliados.
Cada imagen era una herida.
Pero también una prueba.
—No somos lo que nos hicieron —dijo Mei.
El monstruo tembló.
🌘 Tae
Tae se acercó al monstruo. Lo tocó.
Su piel era como un espejo y su mirada un simple reflejo reflejo.
—Si nos crearon para destruirnos —dijo—, entonces sobrevivir es nuestra rebelión.
El monstruo se desvaneció, aceptando lo que ya había empezado.
🌕
Regresaron al escondite.
No como fugitivos.
Como aliados.
El mapa ya no era de fragmentos. Era de rutas.
Cada línea, una decisión.
Cada punto, una promesa.
El monstruo no volvió a aparecer.
Pero su sombra seguía allí...
Como si esperara, el más mínimo detalle para volver a atacar.
🌕
Escribió en su libreta:
> “El pacto no es entre nosotros. Es contra ellos.”
Tae grabó un audio:
> “Ya no somos piezas. Somos jugadores.”
Esa noche, durmieron juntos.
No por necesidad.
Por elección.
Y el monstruo, bajo la cama, no rugió.
Solo respiró.
Como si también estuviera aprendiendo a vivir con ellos.