La Mano del Enemigo
El sonido de pasos resonó en el mármol del vestíbulo. Isabella sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras seguía a Alessandro por los pasillos de la mansión. Sabía que algo estaba mal. Lo sentía en el aire, en la forma en que las sombras parecían alargarse con la tenue luz de los candelabros.
Alessandro se detuvo frente a una puerta doble de madera tallada. Giró el picaporte y entró. Isabella lo siguió, encontrándose en un estudio adornado con estanterías llenas de libros antiguos y un gran escritorio de caoba.
—Siéntate —ordenó Alessandro, con el ceño fruncido.
Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de golpe. Luca entró con una sonrisa tensa, sus ojos oscuros brillando con malicia.
—Hermano —saludó con fingida cordialidad—. Creo que tenemos un problema.
Alessandro se mantuvo firme, sin inmutarse ante la presencia de su hermano menor. Isabella, en cambio, sintió un escalofrío al notar la frialdad en la mirada de Luca.
—Tienes razón, Luca —respondió Alessandro con voz calmada pero firme—. El problema es que no pareces entender tu lugar.
Luca dejó escapar una carcajada seca y se apoyó en el respaldo de un sillón cercano, cruzando las piernas con una despreocupación que contrastaba con la tensión en la habitación.
—Oh, querido hermano, no me vengas con sermones sobre jerarquías —dijo con sorna—. Sabes tan bien como yo que este juego no se trata de respeto ni de orden. Se trata de poder. Y tú, Alessandro, tienes demasiado.
Isabella sintió que el aire se volvía denso. Observó a Alessandro, quien mantenía la compostura, aunque sus nudillos estaban ligeramente blancos por la presión que ejercía en el brazo del sillón.
—Si crees que puedes desafiarme y salir ileso, estás cometiendo un error —advirtió Alessandro, su voz baja pero cargada de peligro.
Luca sonrió aún más, inclinándose ligeramente hacia adelante.
—¿Y si ya lo hice? —susurró con malicia.
El silencio cayó como una losa sobre la habitación. Isabella sintió un nudo en la garganta. Sus ojos se dirigieron a Alessandro, cuyo semblante se endureció aún más. La atmósfera estaba al borde de la explosión.
—¿Qué hiciste? —preguntó Alessandro con un tono tan bajo que casi fue un susurro.
Luca suspiró y se levantó, caminando con lentitud alrededor del escritorio, como si estuviera inspeccionando la habitación con un nuevo interés.
—Digamos que me adelanté un poco a los acontecimientos —dijo con una sonrisa enigmática—. ¿Sabes cuánto tiempo llevas jugando a ser el rey de esta familia? ¿Cuánto tiempo he tenido que quedarme en la sombra esperando mi turno?
Alessandro lo fulminó con la mirada.
—No es tu turno, Luca. Nunca lo será.
La sonrisa de Luca se desvaneció en un instante. Se inclinó sobre el escritorio y bajó la voz, su tono convertido en un susurro amenazante.
—Veremos si sigues diciendo eso cuando todo lo que amas esté reducido a cenizas.
Isabella sintió un escalofrío recorrerle la columna. Su mirada se cruzó con la de Alessandro, y en ese instante entendió que lo que estaba ocurriendo era más grande de lo que jamás imaginó.
—Si te atreves a tocar a alguien bajo mi protección, Luca, te juro que no habrá lugar en esta tierra donde puedas esconderte —amenazó Alessandro, su voz como un filo de acero.
Luca se enderezó y esbozó una sonrisa torcida.
—Eso es lo que quería escuchar —susurró antes de girarse hacia la puerta—. Nos veremos pronto, hermano.
Sin añadir nada más, salió de la habitación, dejando un rastro de tensión en el aire.
Isabella soltó el aliento que no se había dado cuenta de que estaba conteniendo. Se volvió hacia Alessandro, quien aún miraba fijamente la puerta por donde había salido Luca.
—¿Qué significa todo esto? —preguntó con voz temblorosa.
Alessandro se pasó una mano por el cabello, visiblemente frustrado.
—Significa que la guerra dentro de la familia ha comenzado. Y que ahora, Isabella, estás en el centro de todo.
Ella sintió un vacío en el estómago. No había vuelta atrás. La sombra de Luca era solo el principio de un peligro que apenas empezaba a revelarse.