Obsesiones que matan

12. Termina de romperme

» Porque todo lo bueno que hiciste por mí se convirtió en odio, me di cuenta que mi libertad no valía esto. Lo estás haciendo demasiado difícil, ¡Carajo! vuelve y enfréntame. Juro que voy a encontrarte «

Esta mierda nunca fue para mí. Yo nunca quise esto. Él solo puso todas las cartas en la mesa y manipuló todo el juego. Esto nunca fue un juego limpio, él sabía que fuera como fuera. Yo siempre terminaría perdiendo y él quedando como el vencedor. Pero él no sabe que nunca va a poder encerrar a un alma libre, siempre habrá una salida. Así sea la muerte.

Siempre habrá una.

Al bajar del avión busco mi maleta en la cinta de equipaje, me cuesta distinguirla un poco, pero logro alcanzarla justo a tiempo. La tomo y la llevo junto a mí a la salida del aeropuerto, oficialmente estaba en Vancouver, que nostalgia me daba volver así fuera por pocos días. Es inevitable llorar, aunque no sabía si de felicidad o de cansancio mental.

Con ayuda del teléfono me guio para encontrar el lugar donde había autobuses que te llevaban a ciertas zonas de la ciudad, me subo a uno y guardo mi maleta en el porta equipaje arriba de mí, el asiento que me ha tocado esta junto a la ventana y nadie a tocado a mi lado así que sería un viaje cómodo hasta llegar a la zona y tomar un taxi a la casa de mis papás.

Tenía previsto hacer este viaje hasta del de unos meses, cuando fueran las fiestas navideñas, pero sentía que, si no me apartaba de todo esto, la situación me terminaría rompiendo en mil pedazos.

Que terminaría colgándome de una soga, dándome un tiró o muriendo de la mano de Ran. Él no me está dejando salidas, cerrándome cada puerta abierta y apagando las luces... él quiere ganar y no le importa luchar contra mí, con los propios miedos. El Ran bueno desapareció, ahora solo queda el que vive de dolor.

Esta obsesión me sobrepasa y talvez a él también. Los dos nos estamos volviendo locos. Él por mí y yo por él. No somos Romeo y Julieta, no terminaremos como ellos dos. Pero no somos un príncipe y una princesa para tener un final feliz. ¡Dios! Esto nos terminaría explotando en la cara y ninguno propia arreglarlo después.

Yo solo pedía que algo le diera un poco de luz a esta oscuridad. Que el cruel destino se apiadara del alma de Ran y de la mía. Encontrar paz a nuestros corazones, sanar muestras almas y elegir el camino correcto. Ambos tenemos miedo de lo que nos espera y por eso actuamos de maneras tan malas, pero en el fondo gritamos por ayuda; ninguno de los dos sabe cómo sanar sus heridas y lo compensamos con el sufrimiento ajeno. ¿Quiero a Ran? Si, por eso mismo ruego para que se salve de esta locura que se apodera de él.

Si el destino decide dejarnos juntos... que así sea. Pero que nos deje un camino para seguir, uno que sea claro y nos lleve a algo bueno. Me despabilo cuando el autobús llega a mi estación. Tomo mi pequeña maleta, para bajar agradeciendo en el acto al conductor, ahora lo veía como un héroe que le llevó a millas de distancia.

—Que tenga linda estancia. —lo saludo con la mano y el cierra la puerta del transporte para seguir su camino.

Espero sentada en la parada a que llegue el taxi que pedi camino aquí. No tarda mucho y me ayuda con la maleta de nuevo.

—¿A dónde la llevo señorita?

—Calle Hate, 8-69. Por favor.

—Claro, enseguida.

Me hundo en el asiento trasero viendo las calles pasar y las casas asomarse. Trato con todo lo que era de lo recordar, pero la vida nunca te da lo que deseas. Por la ventana se reflejan mis recuerdos de esos días donde solo éramos él y yo.

—Podemos ir para navidad con tus padres... dijiste que solo los ves en esa ocasión. —dice Ran mientras acelera en el frío de la noche.

—Así es, pero tú debes pasar las fiestas con Reimon, dejarlo solo, sería cruel. —me sostengo más firme de su chaqueta, la emoción de ir en moto me encantaba.

—Podemos ir los tres. Siempre habrá una solución.

—¿Eso piensas?

—¡Claro! hasta la peor situación siempre la tendrá.

—Tu siempre encuentras una... yo no.

—Si algún día tu no encuentras una yo lo haré por ti Becca. Lo prometo.

Ran creo que necesito esa solución, pero la que me estás dando no es la más adecuada, aunque al final si cumpliste tu promesa... pero a tu manera y me acorralaste, me lastimaste.

—Señorita... señorita, ya llegamos.

—Oh lo siento mucho, me distraje en el camino. ¿cuánto será?

—No se preocupe, son diez dólares.

Le entrego el dinero, bajo del taxi junto con mi maleta y llego a la entrada de casa, nunca cambia solo mejora. Aunque por la fecha, papá aún no le renovaba la pintura. Dejo la maleta a un lado en el suelo, acercó la mano en puño a la madera de la puerta, me tiembla de los nervios.

Pero no había nada que temer, eran los padres y no había lugar más seguro que sus brazos. Toco lentamente. Doy unos pasos hacia atrás, la puerta se abre y de ella asoma una mujer de mi estatura, con los años sentándole de maravilla. Cabello castaño rojizo, como cobre... y una sonrisa reconfortante.




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