Obsesiones que matan

14. No soy un buen perdedor

» Tal vez por eso a nadie le gusta jugar conmigo, no se perder. No me gusta perder, necesito tenerte para saber que he ganado «

—Estas loca Becca, No dejas de buscar al diablo cuando apenas has logrado alejarlo.

Me digo a mí misma mientras miro mi teléfono que sostengo entre mis manos, miro la pantalla y la culpa me invade, pero también el rencor. Me tiro a la cama y miro el techo, lo contempló tratando de entender mis estúpidos pensamientos.

No tenía caso darle más vueltas, lo terminaría haciendo sí o sí. Enciendo el teléfono de nuevo y el contacto seleccionado sigue a lo grande en la pantalla, lo presiono y empieza a sonar, dos pitidos son suficientes para que la otra persona tome mi llamada.

—Bec...

—No digas mi nombre. —me apresuro a decir.

Se escucha un suspiro del otro lado de la línea, me acomodo con la almohada detrás de la cabeza y se percibe que la otra persona camina hacia algún lugar y cierra una puerta, antes de escucharse el roce de la ropa.

—Estoy en mi habitación, puedes hablar tranquilamente.

—Gracias Reimon y siento mucho ponerte en estas situaciones.

—Yo debería de ser quien pida disculpas, es mi hermano, pero sus acciones no tienen justificación.

—¿Como... esta él? —Se escucha un largo suspiro de su parte.

—No te mentiré, tiene momentos difíciles, pero desde ayer parece calmado y ha salido varias veces. No me dice para que, pero al menos no está furioso.

—Entiendo, ¿Esta en casa ahora?

—Si, por eso he venido a mi habitación. Supongo que no han hablado aún.

—No, la última vez fue cuando llamaste.

—¿Piensas volver? Si me dices que no, lo entenderé.

—Qué más quisiera, que decir que no, pero tengo muchas cosas que terminar en Toronto y sé que para Ran, esto no sería un final. Buscará la forma de hacerme volver y prefiero enfrentarlo ahora que no todo es grave.

—Ya veo. ¿Puedo preguntar dónde estás?

—Estoy en la casa de mis padres, se supone que vendría para las fiestas. Pero tuve que adelantarlo todo.

—Lo siento.

—Ya te dije que no debes disculparte.

—Lo siento, solo que no dejo de sentirme culpable.

—Yo también me siento culpable.

—Tú ¿Por qué lo harías? —me quedo en silencio y vuelvo a suspirar.

—No lo sé, solo siento que podría estar actuando mejor que esto.

—Si te soy sincero, yo tampoco sabría cómo llevar esta situación, así que no te juzgo.

Golpes en mi puerta llaman mi atención, seguramente sería mamá, papá había salido por la mañana.

—Reimon tengo que irme, pero hablaremos cuando regrese.

—Claro, cuídate Becca.

Cuelgo el teléfono y me dirijo a la puerta, la persona detrás espera pacientemente hasta que ella abro y efectivamente es mamá.

—¿Sucede algo?

—¿Estabas ocupada? Quería preguntarte si quieres venir conmigo a hacer las compras.

—Estaba hablando con un amigo, y claro que te acompaño. ¿Hace cuánto no me llevas en el carrito del supermercado?

—Hace más de diez años, pero créeme que ya no cabes en el.

Las dos reímos y voy por mi chaqueta, mamá va por sus bolsas para la compra y me alcanza en el recibidor cuando tomo las llaves de su auto.

—¿Puedo manejar?

—Claro, me vendría bien un chófer a esta edad.

—Oh vaya señora de alta alcurnia.

Me da un pequeño apretón en el brazo y salimos hacia el auto, le abro la puerta y ella entra agradeciéndole por el gesto, cuando estoy dentro me pongo en marcha para ir al supermercado más cercano.

Mientras elegimos que marca de mantequilla de maní llevar a casa, mamá no deja de echarme una que otra mirada de soslayo. Sé que quiere decirme algo, pero no sabe cómo.

Antes de que pueda evitarlo estalló en risas y podía apostar que uno que otro cliente se nos ha quedado viendo.

—¿Que pasa contigo? —dice mamá roja como tomate por la vergüenza que siente bajo tantas miradas.

—Con todo respeto, me río de ti. —la abrazo por los hombros— Vamos, dime lo que tengas que decir. Mirarme no hará que hable de lo que realmente te interesa.

—¿Lo notaste?

—¡Claro! Tu eres mi mamá, supongo que te conozco igual de bien que tú a mí. Así que adelante, pregunta.

—Se que tu papá estaba presente y por eso no hablaste libremente, pero dime más sobre ese chico Ran.

Ahora era yo la que parecía tomate y estúpidamente una sonrisa me toma la cara. Mamá por fin escoge la marca de mantequilla de maní y nada sorprende es ver qué fue la primera que todo al inicio, nos movemos a otro pasillo.

—¿Qué más puedo decirte? Es un poste de Luz, y no hablo en sentido poético, literalmente es demasiado alto. —estiro mi brazo para que entienda, pero ni siquiera es suficiente.




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