Obsesiones que matan

Extra 2: Rosas negras a los muertos

» A veces lo pienso y no, no cambiaría nada. Ni siquiera para traer a los muertos a la vida, es hora de dejar avanzar el pasado, de soltar el dolor «

La oscuridad en la sala era jodidamente acogedora. Tal vez ya estaba demasiado acostumbrado a ella, ni siquiera daba miedo ya. Lo que daría porque el sentimiento fuera distinto, que aún me aterrara la oscuridad como lo hace con Arley o Tayler. ¿En qué momento pase hacer el monstruo dentro de ella?

Otra pregunta sin respuesta.

Ahora que me detenía a pensarlo, solo por las noches. Mejor dicho, cuando ya pasaba de la media noche y se convertía en "la madrugada" era el único momento en el día que la casa se sentía vacía. No era en paz o tranquila, era malditamente vacía por dentro.

Sin las risas, sin los llantos, sin las caricias, sin nadie a mi alrededor.

Pero, aunque parece imposible, aún en la oscuridad. Ella siempre me encuentra y me trae a su mundo, ese que brilla a comparación del mío. Una tibia caricia pasa por mi mejilla y lejos de asustarme y saltar del sillón solo alzó la vista y aún en toda esa negra habitación la cara de Becca se asoma encima de la mía.

Los mechones pelirrojos me hacen cosquillas en la piel.

—¿Qué haces aquí? —susurra, a pesar que nadie podría escucharnos en la inmensidad de nuestra casa.

—Pensando.

Rodea el largo sillón y se planta a un lado de donde yo estoy recostado. Lleva un pijama de algodón blanco, según ella. Había demasiado frío, pero eso yo no lo siento, se recuesta sobre mi desnudo abdomen y su cabeza me queda abajo de la barbilla. Nunca habría mejor sensación que sentir el calor que emanaba el cuerpo de Becca.

Se acomoda encima de mi cuerpo y paso mis brazos por su cintura, terminan bajo su pijama. Un escalofrío le recorre el cuerpo cuando su cálida piel hace contacto con mis dedos fríos.

—¿Qué haces tú despierta? Pensé que tenías una audiencia importante a primera hora.

—La postergaron para dentro de una semana, el juez será reemplazado.

—Aun así, es muy tarde.

—Solo no tenía sueño.

—Mentirosa, los ojos se te cierran solos.

Sus brazos se apoyan sobre mi pecho y en ellos su barbilla, le apartó unos mechones escurridizos que le tapan el rostro y los muevo detrás de su oreja.

—No te sentí en nuestra cama.

Los recuerdos de años atrás me golpean la mente, cuando intentabas con desesperación alejarme y huir de mí, de lo que siento por ti y mírate ahora. Hasta notas mi ausencia, llegas a extrañarme, llegue a quitarte el sueño y llegue a ser algo que extrañas en cada momento.

—Ya iba a volver.

—Mentiroso, llevas más de una hora aquí.

—Me atrapaste mi ángel.

—Tengo una leve idea de lo que está pasando, pero aún espero que me lo digas tú.

—¿Cuál es tu leve idea?

Se acomoda a manera de quedar sentada sobre mí, con las manos me ayudo para sentarme igual y recostar la espalda contra el sillón y volverla a pegar a mi cuerpo.

Esta vez su cabeza descansa en mi hombro.

—Es septiembre.

No digo nada, solo suelto un suspiro y junto nuestras cabezas.

—Solo es un mes difícil —empiezo diciendo y frotándome el puente de la nariz— lo que está sucediendo con Reimon, los niños necesitan verme bien y yo necesito apoyarte. Tratar que Reimon no se mate y buscar la forma de solucionar todo.

—Se que no quieres decirlo en voz alta, pero también es por tus papás. Casi tenemos cuatro años de casados y muchos más de conocernos. No hay forma que no te conozca Ran.

—Te digo algo mi ángel. Desde que tengo a los mellizos y a ti en mi vida, ya no me siento solo.

—¿Y qué hay de cuando solo eran Reimon y tú?

—Me sentía sofocado, mantenernos con vida a los dos, hacerlo sentir amado. Mi mente pensaba en todo menos en mí y sé que él me quiere, somos hermanos, pero decirnos palabras bonitas nunca fue fácil para los dos y ahora que los tengo a ustedes, son palabras de cada instante, a veces simplemente puedo apagar mi mente y dejar que me dirijas.

—¿Y si un día no se guiarnos y nos perdemos?

—No importaría, me perdería donde sea, pero contigo.

Su cabeza se separa de la mía y busca mi mirada, sus ojos se van a mis labios y son yo quien los termina de juntar de manera urgente y desesperada, sus manos toman cada lado de mi cara, nos separamos cuando nos falta el aire.

—Te quiero. —susurra.

—Te amo.

Vuelve a esconder su cabeza bajo mi cuello y la abrazo perdiéndome en su calor.

—Podemos ir a dejarles flores si quieres, podemos llevar a los niños y sentarnos un momento con ellos, hablar, contarles o simplemente acompañarlos un momento.

—No tienes que hacer esto por mi Becca.

—Pero quiero. Tus miedos son mis miedos. Ves esto —levanta su anillo frente a mí cara— aún si no lo tuviera, te seguiría a donde vayas.




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