Ocaso Rojo. El arrepentimiento de una princesa

Parte 1: Capítulo I

Son las cuatro de la tarde y la temperatura en Ciudad Juárez alcanza cuarenta grados centígrados, algo normal para un mes de mayo.

Las pocas personas que deambulan por las calles lo hacen con ropas ligeras y una botella de agua en mano para mitigar la sed causada por el calor.

El viento sopla sin fuerza y levanta apenas una cortina de polvo visible en la calle.

Ciudad Juárez es un lugar donde la vida aparenta no existir. Aunque las modernidades se ven a simple vista, semáforos nuevos, alumbrado público, calles sin baches y banquetas limpias, no hay casi gente.

Casas que están prácticamente nuevas se encuentran desiertas y ni los animales silvestres quieren estar dentro.

En la calle, una joven con vestido azul, de pelo negro azabache y una coleta sencilla de peinado, camina pensativa, no pone atención a su alrededor, al existir tan poca gente, puede caminar con despreocupación, difícilmente chocará con alguien.

Como si fuera un espejismo, a lo lejos se ven autos que vienen de sur a norte. El calor hace ondas y los objetos se ven más lejos de lo que están en verdad. Al acercarse los vehículos, se puede ver que son patrullas con centenares de policías y militares que recorren la ciudad.

Los agentes del orden miran con detenimiento a la joven de vestido azul, que cumplirá quince años en unos meses. Los agentes pasan de largo, al considerar que la chica con piel canela y vestido azul no es un peligro para su integridad. 

La joven de vestido azul llega a las puertas de una iglesia. Con desgano sube las escalinatas para ingresar al templo. Curiosa, se queda quieta en los escalones para ver con detenimiento la fachada blanca, la cual tiene pequeños agujeros producidas por balas. Al sentir el fuerte calor quemando su piel, da unos pasos a la derecha para que la sombra de los cedros blancos que hay enfrente de la iglesia, la cubran y así dejar de sentir el ardor que recorre su cuerpo.

Con un gran suspiro se arma de valor para entrar al templo. Es sábado y la iglesia está vacía, no hay bautizos, ni ninguna otra celebración. Sin problema encuentra un reclinatorio vacío. Se acomoda y de inmediato se persigna. De la mano derecha deja caer un rosario con el cual inicia las plegarias aprendidas en el catecismo; lugar que le quiso inculcar lo que muchos llaman palabra de Dios, escrita por humanos, contrariedad que ella no le hizo caso y dejó pasar, para conseguir respuestas o la ligera esperanza de que su vida no era sólo una simple casualidad.

La joven de vestido azul pasa algunos minutos repitiendo las oraciones que se aprendió para estar en paz con Dios, pero el movimiento constante del pie derecho es indicativo que algo la inquieta.

Lentamente se desconcentra y olvida lo aprendido hace tiempo. La molestia en el rostro de la joven se empieza a reflejar. Cierra los puños y algunas lágrimas caen de sus ojos. En instantes olvida rezar y sólo un sollozar se escucha.

El Párroco la ve a lo lejos, pero no interviene, conoce los dolores que aquejan a la joven. Da media vuelta y se retira al saber que cura para el dolor que siente no hay.

Sin previo aviso la joven con lágrimas en el rostro levanta la voz y mirando la imagen de Cristo, empieza a vociferar: 

–¿Por qué lo haces de esta manera? ¿En qué momento te he fallado o hecho algo para que me des este tipo de castigo? ¿Acaso fui tan mala en mi otra vida que me has dado de probar mi propia medicina que en otro tiempo y época di de beber? Quieres que aprenda una lección, no es mejor que vengas y me lo digas de frente y no de esta forma, la cual me hace el odiarte cada día más.

Después de ese arranque de ira se silencia y cabizbaja llora. El dolor es grande, pero después de algunos minutos viendo como sus lágrimas desaparecen en el piso, de nuevo arremete la joven contra la imagen que dicen representar la salvación:

–Todo está de cabeza en mi mundo, el cual veo bizarro y poco claro, en donde trato de conducirme de la mejor forma, pero no puedo, a cada paso que doy me tropiezo, para tardar días en levantarme y cuando ya lo he hecho, de nuevo tu furia cae sobre mí –el coraje que consigo lleva la joven es grande, pero a pesar de estar en la casa del todopoderoso, prosiguió arremetiendo en contra de Cristo–. En verdad no merezco algo mejor para mí como para mis hermanos. ¿Qué tanto te tengo que rezar para que cumplas mi deseo de ser feliz? No te quedes callado, di algo, que se escuche tu voz… Pero ¡qué va!, sé que le hablo a la nada, un espacio vacío que debo de llenar con mi imaginación, al final hasta tú, me das la espalda.

El enojo que tiene la joven es grande con aquella entidad intangible y no es para menos, desde hace años todas las noches le reza a pie de su cama para que le ayude a salir del infierno en la cual su divina mano, dijo que era para ella.

El Párroco al escuchar las palabras retumbar por todo el templo de la joven de piel canela, deja de hacer las tareas que realiza para ir a consolarla.

El hombre de Dios se acerca lo más rápido para platicar, pero antes que pueda llegar al lado de la joven mujer para consolarla, de nuevo la furia de la jovencita de vestido azul retumba por todo el lugar:

–Maldito destino que me has forjado, lo odio. En ocasiones me gustaría escupirte en la cara para que sientas la humillación que ahora está en mí. Nunca pedí nacer, fue una elección que jamás me dieron, sólo fui el acto sucio y pecaminoso de dos personas que se dicen maduras.



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En el texto hay: traicion, amor, odio

Editado: 03.05.2022

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