Ocaso Rojo. El arrepentimiento de una princesa

Capítulo III

Cuando el alba inicia, se levanta María de la Luz con dolores por todo el cuerpo. Los movimientos rutinarios de todos los días, al principio son lentos y su rostro muestra cómo se siente en realidad.

Como puede, pone a calentar un poco de agua para bañarse. Al estar en la ducha con el cuerpo desnudo, se puede ver en la espalda de ella, moretones que recorren todo su cuerpo. Con dificultad termina de bañarse y de inmediato se pone el uniforme de la escuela.

El reloj marca las 5:30 de la mañana. Sin poder detenerse a curar las heridas empieza a preparar los alimentos para sus hermanos, quienes no pueden ir a la escuela con el estómago vacío. 

La madre de María de la Luz, desde la puerta de la habitación la mira como prepara todo. En el rostro de la señora se ve rastros de arrepentimiento. Sin permitir que su hija la vea, de nuevo entra al cuarto.

Al terminar de preparar los alimentos, María de la Luz va directamente a la habitación que comparte con sus dos hermanos. Con delicadeza al principio los mueve, pero al no reaccionar lo hace con más fuerza para que despierten. Con cariño les habla:

–El desayuno está listo pequeños, ya levántense.

Pero ellos no hacen caso, tienen sueño, apenas son las 6:30 de la mañana, y su entrada es hasta las 8:00. Con somnolencia y después de unos minutos se levantan para bañarse, el agua que ha puesto María de la Luz ya está lista. Al salir de la ducha los niños corren a comer los alimentos que ya están listos sobre la mesa.

Al cerciorarse María de la Luz que sus hermanos están comiendo, se dirige con su mamá para despedirse, al saber que su madre desde hace rato ya está despierta, le pide permiso para entrar a la habitación.

Al pasar, encuentra a su mamá sentada a la orilla de la cama, quien le dice al entrar:

–Cómo te pareces a ella, si te quitaras los lentes de contacto en verdad podrías pasar por su clon.

–Ya me voy a la escuela –dijo sin querer contestar las palabras de su madre, pero al considerar por algunos segundos decidió responder–. No sé a quién te refieres mamá, pero al final sigo siendo tu hija a quien hace casi 15 años le diste la vida en el Distrito Federal.

María de la Luz desea buen día a sus hermanos y se retira. Con miedo sale a recorrer un camino que es corto para ir a la escuela, pero tan peligroso como cualquier otro de una ciudad convulsionada por la deshumanización.

Al llegar a la puerta de entrada de la escuela, no hay mucho movimiento, muchos de sus compañeros junto con sus padres decidieron abandonar Ciudad Juárez hace algunos meses, para salvarse del destino que algunos cuantos dicen, que es el único que pueden tener dentro de aquel territorio, donde el paisaje desértico es dominante.

Al estar en clase de danza practicando la Morisma de Colima, los pasos de María de la Luz son lentos y algo descoordinados. La profesora le habla al grupo de jóvenes:

–Recuerden, es importante que sus movimientos sean enfáticos en este baile, con alegría y elegancia.

Pero, al ver los movimientos torpes de María de la Luz, da un descanso y se acerca a la chica que cojea sin motivo aparente.

–¿Cómo estás? –preguntó la maestra mientras se sentaba junto de ella–. Te veo muy tensa, te falta más movilidad. Recuerda que en la Morisma de Colima es necesario que tus movimientos sean precisos.

María de la Luz con gestos de dolor asiente y repite: «Lo hare mejor se lo prometo.» Pero la profesora sabiendo la vida dura de ella pregunta de nuevo:

–¿Tú madre de nuevo te golpeo y por eso te cuesta hacer movimientos bruscos?

No sabe que decir María de la Luz, pero sin poder ocultar lo evidente, responde afirmando con la cabeza, así que la profesora habla con franqueza. 

–Y, ¿por qué no la denuncias? Sé que es malo lo que ahora te digo, pero un día ella te matará.

Con desánimo María de la Luz hace del conocimiento de la profesora, que ya ha intentado acudir con las autoridades y repite las palabras que servidores públicos le dijeron, cuando les enseñó los golpes que su madre le había propinado: «Con un poco de pomada se te quita. No chilles.»

La maestra sin saber que hacer se queda pensativa para resolver el problema de una de sus mejores alumnas, pero antes que ella diga algo, María de la Luz habla:

–Tal vez ahora que puedo reflexionar y ha pasado el tiempo, lo que le dije a mi mamá, no lo tendría que haber hecho. Es mi madre y la quise juzgar como si tuviera el derecho.

–Pero lo tienes María de la Luz, ella te tiene que proteger y no al contrario. Te manda a cantar para que le lleves dinero. A quien le dices madre te expone a que algo malo te pueda pasar.

Se queda en silencio María de la Luz, no sabe qué decir. Al final de un fuerte suspiro responde, con un sentir que hace mucho está presente en su interior:

–Temo a lo que me pueda hacer mi madre, pero aun así trato de darme el valor para continuar con el destino que me he propuesto desde hace muchos años. Continuar con mi pasión y poder volar en los escenarios de todo el mundo, llevando lo que es de mi tierra; lo que amo.

A la profesora se le forman lágrimas en los ojos, aquellas simples palabras y la actitud de María de la Luz, hace que las emociones salgan a flor de piel. La profesora la abraza con ternura y al oído le susurra:



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En el texto hay: traicion, amor, odio

Editado: 03.05.2022

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