Ocaso Rojo. El arrepentimiento de una princesa

Capítulo VI

Ha pasado un día desde la llegada de María de la Luz a la prisión, donde sólo maltratos ha recibido. Con las pocas fuerzas que tiene trata de asomarse por la ventana para saber qué hay detrás de la celda, pero, aunque lo intenta no puede ver nada, sólo el cielo azul y las nubes cruzándolo es divisible desde su posición.

Sin éxito en su objetivo de ver más allá, deja de estar de puntillas, para regresar la vista a la celda. Con la mano derecha cubre las costillas del lado izquierdo que le duele. Camina despacio para alcanzar la bandeja, en la cual le dejan la comida, que consiste en un trozo de pan y un puré de papa insípido.

Al querer morder el pedazo de pan, no puede abrir la boca por completo. Se lleva la mano a la mandíbula para sobar la parte que le duele, con lágrimas en los ojos trata de soportar el dolor que le provoca aquellos movimientos que no aminoran el dolor que siente.

Sin conseguir el objetivo de aliviar el dolor para poder comer mejor, se enjuaga las manos con un poco de agua que hay en un charco y, con lentitud, seca sus manos con la ayuda de la blusa de seda. Con los dedos arranca pequeños trozos de pan para introducirlos a la boca y así masticarlos mejor.

El sol lentamente se va y el manto estrellado de la noche es visible. María de la Luz sentada se queda viendo como transitan las estrellas por el cielo.

La noche es fría, la temperatura rápidamente desciende y sin tener con que taparse se va a un rincón seco de la celda, para acurrucarse y ganar algo de calor. Al quedarse dormida, fiebre empieza a tener y tiembla sin control, delira, habla dormida con su madre: «Te amo, mamá.» El sudor que provoca la fiebre hace que al poco tiempo esté empapada de pies a cabeza.

Al llegar el nuevo día, María de la Luz despierta alterada y de un movimiento se quiere parar, pero al sentir los dolores agudos recorrer su cuerpo, desiste y se recuesta por un momento. Con la ayuda de la pared se va incorporando. Lentamente se dirige a la puerta, y al ver a un guardia le pregunta:

–¿Dónde están mis hermanos?

Pero sin hacerle caso el guardia pasa con indiferencia.

La mujer que golpeo a María de la Luz se acerca con una charola de comida y un balde de agua fría. Al ver a su agresora, la prisionera se aleja de la puerta.

La mujer al entrar deja la charola de comida en el suelo y sin decirle alguna palabra, le lanza el balde de agua fría. María de la Luz de inmediato empieza a temblar. La mujer patea la charola, lo cual hace que el pan ruede por el suelo y un poco de puré caiga. La agresora de la joven cantante levanta la charola vacía y se retira verificando que la puerta esté bien cerrada al irse.

Al ver la situación por la que atraviesa, María de la Luz se hinca con muchos problemas, y empieza a rezar para que aquel ser omnipresente le ayude a escapar. Inicia con las plegarias, pero sin pasar mucho tiempo desiste y empieza a llorar.

Frustrada por la situación por la que pasa, las plegarias se transforman en furia y enojo.

–Por qué cuando me entregaste lo que quería, de nuevo la furia que hay en ti, me golpea. Eres un infeliz ser, que me gustaría golpear con todas mis fuerzas –suspiró para calmar la mente adolorida que le dice que ya no hay esperanza. Fúrica le reclamó de nuevo–. ¡Anda!, deja de verme desde donde te encuentras y ven a ayudarme. Demuéstrame en estos momentos oscuros que eres real y sirves más que para ser alabado.

Sin poder sostener la posición en la que está, se recuesta en el suelo para lamentarse por lo que pasa: «yo lo único que pedí era, ser feliz», se escucha retumbar por la celda.

Pasa el tiempo lentamente, María de la Luz se queda acostada viendo la charola con comida que le dejaron. Levanta el trozo de pan que hay en el suelo y lo deja en la bandeja para seguirlo observando. Sin ánimos para comer o suplicar a los secuestradores para que la dejen libre, mira con desánimo como el sol cambia de posición en el horizonte.

Se seca las lágrimas de los ojos, abre la mano para detener un rayo de luz que entra por una rendija que hay en la celda.

Al pasar algunas horas, se escuchan a las afueras de la celda muchas voces que hablan en inglés. Una mujer con un séquito enorme habla acaloradamente con el sexagenario que secuestró a María de la Luz. Pero sin importar los argumentos que el sexagenario le presenta a la mujer, ella termina la discusión con voz de mando para imponerse a su contraparte varonil.

El sexagenario entre enojos y rabietas se aleja para dejar que la visita entre a ver a la prisionera.

Dos mujeres con trajes negros abren la puerta y entran primero, para revisar que no haya peligro para su protegida. María de la Luz sin poderse mover con libertad, lo único que logra hacer es sentarse, mientras aquellas mujeres revisan una celda donde no hay nadie más que la joven prisionera.

Una vez hecho el reconocimiento indican las mujeres de negro que todo está bien. La mujer que visita a María de la Luz se acerca con elegancia, cada paso que da es aprovechado por la extraña visita para mirar en las condiciones en las cuales prevalece la indefensa prisionera.

María de la Luz al ver a la mujer dirigirse hasta ella, se hace hacia atrás. El temor que hay en ella es evidente, no quiere sufrir más daño. Pero la estrategia no dura mucho tiempo, la pared le impide ir muy lejos.



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En el texto hay: traicion, amor, odio

Editado: 03.05.2022

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